Papa: "Maldito el hombre que confía en el hombre" y se olvida del Señor
El hombre que confía en sí mismo, en las propias riquezas, en los "ídolos" y olvida al Señor, será como "un tamarindo en la estepa", condenado a la sequía, "perderá su nombre". Pero para él también "al final hay una puerta de esperanza", "existe siempre la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, y es más, es fuerte: "Padre". Él siempre nos espera para abrirnos la puerta"

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- También para quien confía en sí mismo, en las propias riquezas, en los "ídolos" y se olvida del Señor, el hombre que será como "un tamarindo en la estepa", condenado a la sequía, "perderá su nombre" y "será maldito", existe la posibilidad de decir Padre y "Él siempre nos espera para abrirnos la puerta". Preguntarse en qué se pone nuestra confianza es el argumento del cual el Papa Francisco habló durante la misa celebrada esta mañana en la Casa S. Marta "en este día de Cuaresma".

El Papa, refiere la Radio Vaticana, comentó la lectura del día que define "maldito el hombre que confía en el hombre", "el hombre que confía en sí mismo" y "bendito el hombre que confía en el Señor". Que "es como un árbol plantado a lo largo de un curso de agua" que en tiempo de sequía "no deja de producir frutos". "Solamente en el Señor- dijo Francisco- está nuestra confianza. Otras confianzas no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan la alegría". Y también si lo sabemos, "nos gusta confiar en nosotros mismos, confiar en aquel amigo o confiar en aquella situación buena que tengo o en aquella ideología" y "el Señor se queda un poco al lado". El hombre, así, se cierra en sí mismo, "sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas" y "no habrá salvación, no puede salvarse a sí mismo". Es lo que sucede al rico del Evangelio, "tenía todo, vestía ropas de púrpura, comía todos los días, grandes banquetes". "Estaba contento", pero "no se daba cuenta que en la puerta de su casa, cubierto de llagas", había un pobre. El Papa subrayó que el Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras que el rico "no tiene nombre". "Es esta la maldición más fuerte de aquel que confía en sí mismo o en las fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el nombre. ¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal... ¿Cómo te llamas? Las cosas que tenemos, los ídolos. Y tú confías en eso, y este hombre es maldito".

"Todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente y nos olvidamos del Señor. Y esto no lleva a la calle... de la infelicidad".

"Hoy, en esta jornada de Cuaresma, nos hará bien preguntarnos: ¡dónde está mi confianza? ¿En el Señor o soy un pagano, que confío en las cosas, en los ídolos que yo me he hecho? ¿Todavía tengo nombre o comencé a perder el nombre y me llamo "Yo"?  ¿Yo, mi, conmigo, para mí solamente? Para mí, por mí... siempre aquel egoísmo: "Yo". Esto no nos da la salvación".

Pero, "al final hay una puerta abierta de esperanza", para cuántos confían en sí mismos y "han perdido el nombre". "Al final, al final, al final siempre existe una posibilidad. Y este hombre, cuando se dio cuenta que había perdido el nombre, había perdido todo, levanta los ojos y dice una sola palabra: "Padre". Él siempre nos espera para barir un puerta que nosotros no vemos y nos dirá: "Hijo". Pidamos al Señor la gracia que a todos nosotros no de la sabiduría de tener confianza solamente en Él, no en las cosas, en las fuerzas humanas, solamente en Él"