Papa: los 15 "enfermedades" de la Curia, del arribismo a la "habladuría", de la vanagloria a la acumulación
En un discurso titulado "La Curia romana y el Cuerpo de Cristo", Francesco enumera un "catálogo" de las "enfermedades de la curia" que "debilitan nuestro servicio al Señor". No se puede vivir sin "una relación vital, personal, auténtica y equilibrio con Cristo". "Cuanto más estrechamente adherimos a Dios, más nos unimos entre nosotros". Necesario un examen de conciencia.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Sentirse "indispensable", tener "un corazón de piedra", querer planificarlo todo, perder la memoria del encuentro con el Señor, la vanidad, el chisme, el deseo de acumular, clubes de membresía cerrados, el transformar el servicio en poder. Son algunas de los 15 "enfermedades" del mundo curial que Francisco ha indicado hoy en su discurso a la Curia Romana con motivo del tradicional intercambio de felicitaciones navideñas.

Discurso largo y duro, casi un documento, lleno de citas, incluida la de Pablo VI sobre el "humo a Satanás en el templo de Dios" sobre la "enfermedad de los círculos cerrados: donde la pertenencia al grupo se hace más fuerte que el cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo".

El Papa antes que nada explicó el hecho de haber elegido el tema "La Curia romana y el Cuerpo de Cristo", pensando en la imagen de la Iglesia como el "Cuerpo místico de Jesucristo". A propósito recordó que "el Concilio Vaticano II nos recuerda que "en la estructura del Cuerpo místico de Cristo hay una diversidad de miembros y de oficios. Uno es el Espíritu, el cual para la utilidad de la Iglesia distribuye la variedad de sus dones con magnificencia proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los ministerios (Cfr. 1 Cor. 12,1-11)". Por lo cual "Cristo y la Iglesia forman, entonces, el "Cristo total"["Christus totus"]. La Iglesia es una con Cristo".

"Es hermoso pensar en la Curia Romana como en pequeño modelo de la Iglesia, o sea como en un "cuerpo" que busca seriamente y cotidianamente de ser más vivo, más sano, más armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo". Por esto, "siendo la Curia un cuerpo dinámico, ella no puede vivir sin nutrirse y sin cuidarse. De hecho, la Curia- como la Iglesia- no puede vivir sin tener una relación vital, personal, auténtica y sólida con Cristo. Un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente con aquella comida se convertirá en un burócrata (un formalista, un funcionalista, un empleado): una rama que se seca y lentamente muere y es arrojado lejos. La oración cotidiana, la participación asidua a los Sacramentos en modo particular a la Eucaristía y a la reconciliación, el contacto cotidiano con la Palabra de Dios y la espiritualidad traducida en caridad vivida son el alimento vital para cada uno de nosotros. Que quede calro a todos nosotros que sin Él no podemos hacer nada (Jn. 15,8). Como consecuencia, la relación viva con Dios alimenta y refuerza también la comunión con los otros, o sea tanto estamos más íntimamente unidos a Dios tanto más estamos unidos entre nosotros, porque el espíritu de Dios une y el espíritu del maligno divide".

"La Curia está llamada a mejorarse, a mejorarse siempre y a crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente su misión. Sin embargo ella, como cualquier cuerpo, como cualquier cuerpo humano, está expuesta también a las enfermedades, al mal funcionamiento, a la enfermedad. Y aquí quisiera mencionar algunas de estas probables enfermedades, enfermedades curiales. Son enfermedades más habituales en nuestra vida de Curia. Son enfermedades y tentaciones que debilitan nuestro servicio al Señor. Creo que nos ayudará el "catálogo" de las enfermedades - sobre el camino de los Padres del desierto, que hacían estos catálogos - de los que hablaremos hoy: nos ayudará a prepararnos al Sacramento de la Reconciliación, que será un buen paso de todos nosotros para prepararnos a la Navidad".

"1. La enfermedad de sentirse "inmortal", "inmune" o hasta "indispensable", no ocupándose de los necesarios y habituales controles. Una Curia que no se autocritica, que no se actualiza, que no busca de mejorar es un cuerpo enfermo. ¡Una ordinaria visita a los cementerios, nos podría ayudar a ver los nombres de tantas personas, de las cuales algunos pensaban que eran inmortales, inmunes e indispensables!. Es la enfermedad del rico tonto del Evangelio que pensaba que iba a vivir eternamente (Lc. 12, 13-21) y también de aquellos que se transforman en patrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva a menudo, de la patología del poder, del complejo de los Elegidos", del narcisismo que mira apasionadamente su propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los otros, especialmente de los más débiles y necesitados. El antídoto a esta epidemia es la gracia de sentirse pecadores y de decir con todo el corazón: "Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc. 17,10).

"2. Hay otra. La enfermedad del  "martalismo" (que deriva de Marta), de la obsesiva operatividad: o sea de aquellos que se sumergen en el trabajo, no cuidando, inevitablemente, "la parte mejor": el sentarse a los pies de Jesús (Lc. 19,38-42). Por esto Jesús llamó a sus discípulos a "descansar un poco" (Mc. 6,31) porque descuidar del necesario descanso lleva al stress y a la agitación. El tiempo del descanso, para quien ha llevado a término la propia misión, es necesario, es un deber y va vivido seriamente: en el transcurrir un poco de tiempo con los familiares y en el respetar las vacaciones como momentos de recarga espiritual y física; es necesario aprender lo que nos enseña el Qoelet, que hay tiempo para cada cosa (3,1-15).

"3. Existe también la enfermedad de la 'fosilización' mental y espiritual: o sea de aquellos que tiene un corazón de piedra o un cuello duro" (Hc.7, 51-60); de éstos que, caminando pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papales convirtiéndose en "máquinas de trámites" y no de "hombres de Dios" (Heb. 3,12). Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para hacernos ¡llorar con aquellos que lloran y gozar con aquellos que gozan! Es la enfermedad de aquellos que pierden "los sentimientos de Jesús" Fil. 2,5-11) porque sus corazones, con el pasar del tiempo, se endurecen y son incapaces de amar incondicionalmente al Padre y al prójimo (Mt. 22, 34-40). Ser cristiano, de hecho, significa: "tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo, sentimientos de humildad y de donación, de desapego y de generosidad".

"4. La enfermedad de la excesiva planificación y del funcionalismo: cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree haciendo una perfecta planificación las cosas efectivamente progresan, se convierten así en contables o comerciales. Preparar todo bien es necesario, pero sin nunca caer en la tentación de querer encerrar y pilotear a la libertad del Espíritu Santo que permanece siempre más grande, más generosa que cualquier humana planificación. (Jn, 3,8), Se cae en esta enfermedad porque es siempre más fácil y cómodo acostarse en las propias posiciones estáticas e inmutadas. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al espíritu Santo en la medida en la cual no tenga la presunción de regularlo o domesticarlo...Domesticar al Espíritu Santo...Él es frescura, fantasía, novedad".

"5. La enfermedad de la mala coordinación: cuando los miembros pierden la comunión entre ellos y en  el cuerpo desaparece su armoniosa funcionalidad y su templanza se convierten en una orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo. Cuando, el pie dice al brazo "no necesito de ti" o la mano a la cabeza: "mando yo", causando así escándalo y malestar. 

"6. Está también la enfermedad del Alzheimer espiritual: o sea del olvido de la "historia de la salvación", de la historia personal con el Señor, del "primer amor" (Ap. 2,4). Se trata de una caída progresiva de la facultad espiritual que en más o menos un largo intervalo de tiempo causa graves minusvalías a la persona haciéndola ser incapaz de desarrollar alguna actividad autónoma, viviendo un estado de absoluta dependencia de sus miradas a menudo imaginarias. Lo vemos en aquellos que perdieron la memoria de su propio encuentro con el Señor; en aquellos que no hacen el sentido deuteronómico de la vida; en aquellos que dependen completamente de su "presente", de sus pasiones, caprichos y manías; en aquellos que construyen alrededor de sí muros y de costumbres convirtiéndose siempre más, en esclavos de los ídolos que han escupido con sus propias manos. 

"7. La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria: cuando la apariencia, los colores de las ropas y las insignias de honra se vuelven en objetivos primarios de la vida, olvidando las palabras de S. Pablo: "no hagan nada por rivalidad o vanagloria, sino que cada uno de ustedes, con tanta humildad, considere a los otros superiores a sí mismo. No busquen el interés propio sino el de los otros" (Fil. 2,1-4). Es la enfermedad que lleva a ser hombres o mujeres falsas y a vivir un falso "misticismo" y un falso "quietismo". El mismo S. Pablo los define "enemigos de la cruz de Cristo", porque se vanaglorian de lo que deberían avergonzarse y no piensan sino en las cosas de la tierra" (Fil.3,19)".

 "8. La enfermedad existencial de la esquizofrenia: Es la de quienes viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar. Una enfermedad que sorprende frecuentemente a los que abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en donde ponen de parte todo lo que enseñan severamente a los demás e inician a vivir una vida oculta y a menudo disoluta. La conversión es muy urgente e indispensable para esta gravísima enfermedad (cfr Lc 15, 11-32)".

"9. La enfermedad de los chismes, de las murmuraciones y de las habladurías. De esta enfermedad ya he hablado en muchas ocasiones, pero nunca lo suficiente. Es una enfermedad grave, que inicia simplemente, quizá solo por hacer dos chismes y se adueña de la persona haciendo que se vuelva 'sembradora de cizaña' (como Satanás), y, en muchos casos casi 'homicida a sangre fría' de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas cobardes que, al no tener la valentía de hablar directamente, hablan a las espaldas de la gente. San Pablo nos advierte: hacer todo sin murmurar y sin vacilar, para ser irreprensibles y puros (Fil 2,14.18). Hermanos, ¡cuidémonos del terrorismo de los chismes!".

"10. La enfermedad de divinizar a los jefes: es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia. Son víctimas del carrerismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cfr Mt 23-8.12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas solamente por el propio egoísmo (cfr Gal 5,16-25). Esta enfermedad podría golpear también a los superiores cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad".

"11. La enfermedad de la indiferencia hacia los demás. Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando se sabe algo se posee para sí mismo en lugar de compartirlo positivamente con los otros. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro caer en lugar de levantarlo y animarlo".

"12. La enfermedad de la cara de funeral. Es decir, la de las personas bruscas y groseras, quienes consideran que para ser serios es necesario pintar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmite felicidad en donde se encuentra. Un corazón lleno de Dios es un corazón feliz que irradia y contagia con la alegría a todos los que están alrededor de él: se ve inmediatamente. No perdamos, por lo tanto, el espíritu alegre, lleno de humor e incluso auto-irónicos, que nos convierte en personas amables, también en las situaciones difíciles. Qué bien nos hace una buena dosis de un sano humorismo. Nos hará muy bien rezar frecuentemente la oración de Santo Tomás Moro: yo la rezo todos los días, me hace bien".

"13. La enfermedad de la acumulación: cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no podremos llevar nada material con nosotros porque 'el sudario no tiene bolsillos' y todos nuestros tesoros terrenos -también si son regalos- no podrán llenar nunca aquel vacío, y lo harán más exigente y más profundo. A estas personas el Señor repite 'tú dices soy rico, me he enriquecido, no tengo necesidad de nada. Pero no sabes que eres un infeliz, un miserable, un pobre, un ciego y desnudo... Sé pues celoso y conviértete' (Ap 3,17-19). La acumulación pesa solamente y ralentiza el camino inexorable. Pienso en una anécdota: un tiempo, los jesuitas españoles describían a la Compañía de Jesús como la 'caballería ligera de la Iglesia'. Recuerdo la mudanza de un joven jesuita, mientras cargaba el camión de sus posesiones: maletas, libros, objetos y regalos, y escuchó, con una sabia sonrisa, de un anciano jesuita que lo estaba observando: ¿Esta sería la caballería ligera de la Iglesia? Nuestras 'mudanzas' son signos de esta enfermedad".

14. La enfermedad de los círculos cerrados en donde la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un 'cáncer' que amenaza la armonía del Cuerpo y causa tanto mal -escándalos- especialmente a nuestros hermanos más pequeños. La autodestrucción o el 'fuego amigo' de las comilonas es el peligro más  sutil. Es el mal que golpea desde dentro, y como dice Cristo, 'cada reino dividido en sí mismo va a la ruina' (Lc 11,17)".

"15. Y la última, la enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo, cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que buscan infatigablemente el multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás. También esta enfermedad hace mucho daño al Cuerpo porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio para alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia. Recuerdo un sacerdote que llamaba a los periodistas para decirles -e inventar- cosas privadas y reservadas de sus hermanos y parroquianos. Para él, lo que contaba era verse en las primeras páginas, porque así se sentía 'poderoso y vencedor', causando tanto mal a los otros y a la Iglesia. ¡Pobrecito!"

Hermanos, estas enfermedades y tentaciones son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial, y pueden golpear sea a nivel individual que comunitario.
Es necesario aclarar que es sólo el Espíritu Santo -el alma del Cuerpo Místico de Cristo, como afirma el Credo: 'Creo... en el Espíritu Santo, Señor y vivificador'- quien cura cada enfermedad. Es el Espíritu Santo quien sostiene cada sincero esfuerzo de purificación y de cada buena voluntad de conversión. Es Él quien nos da a entender que cada miembro participa en la santificación del cuerpo y a su debilitamiento. Es Él el promotor de la armonía: 'Ipse harmonia est', dice San Basilio. San Agustín nos dice: 'Hasta que una parte se adhiere al cuerpo, su curación no es desesperada; aquello que fue cortado, no puede curarse ni sanar'.
 
"La curación es también fruto de la conciencia de la enfermedad y de la decisión personal y comunitaria de curarse soportando pacientemente y con perseverancia la curación. Por lo tanto, estamos llamados -en este tiempo de Navidad y para todo el tiempo de nuestro servicio y de nuestra existencia- a vivir 'según la verdad en la caridad, tratando de crecer en cada cosa hacia Él, que es el jefe, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien compaginado y conectado, mediante la colaboración de cada empalme, según la energía propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer en manera de edificar a sí mismo en la caridad (Ef 4, 15-16)."