Papa: "la indiferencia y el silencio" se convierten en "complicidad cuando asistimos como espectadores a las muertes" de los migrantes
En su mensaje por la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, Francisco invita a encontrar en el Evangelio de la misericordia respuestas al fenómeno de la migración. "Mirar a los migrantes no sólo en función de su condición de regularidad o irregularidad", sino como personas que "pueden contribuir al bienestar y el progreso de todos". "La necesidad de ayudar a los países de los que parten los migrantes y los refugiados". "Es esencial que el público esté debidamente informado, también para evitar temores injustificados y especulaciones sobre la piel de los migrantes".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "Cada uno de nosotros es responsable de su vecino", "la indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando asistimos como espectadores a la muerte" de "nuestros hermanos y hermanas que buscan una vida mejor lejos de la pobreza, el hambre, la explotación y de una distribución injustificada de los recursos del planeta". Encontrar en el Evangelio de la misericordia respuestas al fenómeno de la migración, que se convirtió en una "realidad estructural" de nuestro tiempo es la invitación que Francisco está diciendo en su mensaje por la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que - a nivel de Iglesia - se celebrará el Domingo 17 de enero 2016.

En el documento "Los migrantes y refugiados nos desafían. La respuesta del Evangelio de la Misericordia", el Papa escribe que de la perspectiva de la fraternidad universal" es importante mirar no sólo a los migrantes de acuerdo a su condición de regular o irregular, sino sobre todo como personas que, protegidas en su dignidad, pueden contribuir al bienestar y el progreso para todos, especialmente cuando enfrentan a los deberes con responsabilidad hacia aquellos que los reciben".

Por otro lado, "no cesan de multiplicarse los debates sobre las condiciones y los límites que se han de poner a la acogida, no sólo en las políticas de los Estados, sino también en algunas comunidades parroquiales que ven amenazada la tranquilidad tradicional".

"En nuestra época - observa Francisco - los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan. Cada vez con mayor frecuencia, las víctimas de la violencia y de la pobreza, abandonando sus tierras de origen, sufren el ultraje de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro mejor. Si después sobreviven a los abusos y a las adversidades, deben hacer cuentas con realidades donde se anidan sospechas y temores. Además, no es raro que se encuentren con falta de normas claras y que se puedan poner en práctica, que regulen la acogida y prevean vías de integración a corto y largo plazo, con atención a los derechos y a los deberes de todos. Más que en tiempos pasados, hoy el Evangelio de la misericordia interpela las conciencias, impide que se habitúen al sufrimiento del otro e indica caminos de respuesta que se fundan en las virtudes teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad, desplegándose en las obras de misericordia espirituales y corporales".

Frente a la realidad de los flujos migratorios, " la primera cuestión que se impone es la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas que consideren las causas de las migraciones, de los cambios que se producen y de las consecuencias que imprimen rostros nuevos a las sociedades y a los pueblos. Todos los días, sin embargo, las historias dramáticas de millones de hombres y mujeres interpelan a la Comunidad internacional, ante la aparición de inaceptables crisis humanitarias en muchas zonas del mundo. La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuanto vemos como espectadores a los muertos por sofocamiento, penurias, violencias y naufragios. Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo una vida".

Para ellos, también plantea la cuestión del cambio "Quien emigra, de hecho, es obligado a modificar algunos aspectos que definen a la propia persona e, incluso en contra de su voluntad, obliga al cambio también a quien lo acoge. ¿Cómo vivir estos cambios de manera que no se conviertan en obstáculos para el auténtico desarrollo, sino que sean oportunidades para un auténtico crecimiento humano, social y espiritual, respetando y promoviendo los valores que hacen al hombre cada vez más hombre en la justa relación con Dios, con los otros y con la creación? En efecto, la presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente a las diversas sociedades que los acogen. Estas deben afrontar los nuevos hechos, que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados, administrados y regulados. ¿Cómo hacer de modo que la integración sea una experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?".

"Ante estas cuestiones, ¿cómo puede actuar la Iglesia si no inspirándose en el ejemplo y en las palabras de Jesucristo? La respuesta del Evangelio es la misericordia".

Y "todavía no puede reducirse la migración a la dimensión política y normativa, las a las implicaciones económicas y la mera coexistencia de diferentes culturas en un mismo territorio. Estos aspectos son complementarios a la defensa y promoción de la persona humana, la cultura del encuentro de los pueblos y la unidad, donde el Evangelio de la misericordia inspira y alienta rutas que renuevan y transforman la humanidad entera".

" La Iglesia apoya a todos los que se esfuerzan por defender los derechos de todos a vivir con dignidad, sobre todo ejerciendo el derecho a no tener que emigrar para contribuir al desarrollo del país de origen. Este proceso debería incluir, en su primer nivel, la necesidad de ayudar a los países del cual salen los emigrantes y los prófugos. Así se confirma que la solidaridad, la cooperación, la interdependencia internacional y la ecua distribución de los bienes de la tierra son elementos fundamentales para actuar en profundidad y de manera incisiva sobre todo en las áreas de donde parten los flujos migratorios, de tal manera que cesen las necesidades que inducen a las personas, de forma individual o colectiva, a abandonar el propio ambiente natural y cultural. En todo caso, es necesario evitar, posiblemente ya en su origen, la huida de los prófugos y los éxodos provocados por la pobreza, por la violencia y por la persecución. Sobre esto es indispensable que la opinión pública sea informada de forma correcta, incluso para prevenir miedos injustificados y especulaciones a costa de los migrantes".

" Nadie puede fingir de no sentirse interpelado por las nuevas formas de esclavitud gestionada por organizaciones criminales que venden y compran a hombres, mujeres y niños como trabajadores en la construcción, en la agricultura, en la pesca y en otros ámbitos del mercado. Cuántos menores son aún hoy obligados a alistarse en las milicias que los transforman en niños soldados. Cuántas personas son víctimas del tráfico de órganos, de la mendicidad forzada y de la explotación sexual. Los prófugos de nuestro tiempo escapan de estos crímenes aberrantes, que interpelan a la Iglesia y a la comunidad humana, de manera que ellos puedan ver en las manos abiertas de quien los acoge el rostro del Señor «Padre misericordioso y Dios te toda consolación» (2 Cor 1,3)".

"Queridos hermanos y hermanas emigrantes y refugiados. En la raíz del Evangelio de la misericordia el encuentro y la acogida del otro se entrecruzan con el encuentro y la acogida de Dios: Acoger al otro es acoger a Dios en persona. No se dejen robar la esperanza y la alegría de vivir que brotan de la experiencia de la misericordia de Dios, que se manifiesta en las personas que encuentran a lo largo de su camino. Los encomiendo a la Virgen María, Madre de los emigrantes y de los refugiados, y a san José, que vivieron la amargura de la emigración a Egipto".

 

[Texto original del Mensaje: en Español]