Papa: es precisa una “sensibilidad personal y social” tanto hacia una nueva vida, como hacia quienes son pobres o explotados
​A los participantes del 35 aniversario del Convenio Nacional Italiano de los Centro de ayuda a la Vida, Francisco subraya la “necesidad de trabajar a distintos niveles y con perseverancia, en la promoción de la familia, primer recurso de la sociedad, sobre todo en referencia al don de los hijos y a la afirmación de la dignidad de la mujer”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Es necesario alimentar la sensibilidad personal y social tanto hacia el hecho de acoger una nueva vida, como hacia aquellas situaciones de pobreza y de explotación que afectan a las personas más débiles y desventajadas”. Es lo que el Papa dijo a los participantes del 35to Convenio Nacional Italiano de los Centro de Ayuda a la Vida, a quienes subrayó la “necesidad de trabajar, a distintos niveles y con perseverancia, en la promoción de la defensa de la familia, primer recurso de la sociedad, sobre todo, en relación al don de los hijos y a la afirmación de la dignidad de la mujer”.

Francisco, ante todo, expresó su estímulo para proseguir en la “importante obra a favor de la vida, desde la concepción hasta su término natural, teniendo en cuenta también las condiciones dolorosas de tantos hermanos y hermanas que deben afrontar a veces el hecho de sufrir”.

“En las dinámicas existenciales –prosiguió- todo está relacionado, y es necesario alimentar una sensibilidad personal y social hacia el acogimiento de una nueva vida, así como frente a aquellas situaciones de pobreza y explotación que afectan a las personas más débiles y desventajadas. Si, por un lado, «No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean […] si no se protege a un embrión humano» (Carta Encíclica  Laudato si’,120), por otra parte, «la vida humana misma es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación» (ibid., 5). De hecho, debemos constatar con dolor, que son muchas las personas probadas por condiciones de vida perturbadoras, que reclaman nuestra atención y nuestro empeño solidario”.

“El vuestro no es tan sólo un servicio social, por más noble y dedicado que sea. Para los discípulos de Cristo, ayudar a la vida humana herida significa ir al encuentro de las personas que están en necesidad, ponerse a su lado, hacerse cargo de su fragilidad y su dolor, para que puedan sentirse aliviadas. ¡Cuántas familias con vulnerables a causa de la pobreza, de la enfermedad, de la falta de un trabajo o de una casa! ¡Cuántos ancianos deben soportar el peso del sufrimiento y de la soledad! ¡Cuántos jóvenes están desorientados, amenazados por la dependencia y la esclavitud, y esperan volver a encontrar una confianza en la vida! Estas personas, heridas en el cuerpo y en el espíritu, son íconos de aquél hombre del Evangelio que, cuando iba en camino desde Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos malhechores que lo robaron y lo golpearon. Él experimentó primero la indiferencia de algunos, y luego, la proximidad del buen samaritano  (cfr Lc 10,30-37). En aquél camino, que atraviesa el desierto de la vida, también en nuestro tiempo, hay todavía tantos heridos, a causa de los malhechores de hoy, que los despojan no sólo de sus posesiones, sino también de su dignidad. Y frente al dolor y a la necesidad de estos indefensos hermanos nuestros, algunos dan vuelta la cara para mirar hacia otro lado, o se van, mientras que otros se detienen, y responden con dedicación generosa a su grito de ayuda. Vosotros, que adherís al Movimiento para la Vida, en cuarenta años de actividad habéis buscado imitar al buen samaritano. Frente a las diversas formas de amenaza de la vida humana, os habéis acercado a la fragilidad del prójimo, os habéis empeñado para que en la sociedad no sean excluidos ni descartados quienes viven en condiciones de precariedad. Mediante la obra capilar de los “Centros de Ayuda a la Vida”, esparcidos por toda Italia, habéis sido ocasión de esperanza y renacimiento para muchas personas”.

“Os agradezco por el bien que habéis hecho y que seguís haciendo con tanto amor, y ¡os aliento a proseguir con confianza en este camino de continuar siendo buenos samaritanos! No os canséis de obrar por la tutela de las personas más indefensas, que tienen derecho a nacer a la vida, así como de quienes piden una existencia más sana y digna. En particular, está la necesidad de trabajar, a distintos niveles y con perseverancia, en la promoción y en la defensa de la familia, primer recurso de la sociedad, sobre todo en referencia al don de los hijos y a la afirmación de la dignidad de la mujer. A este fin, me agrada subrayar que en vuestra actividad, vosotros siempre habéis recibido a todos, prescindiendo de la religión y de la nacionalidad. El número de mujeres, especialmente inmigrantes, que acuden a vuestros centros, demuestra que cuando es hecho un ofrecimiento concreto, la mujer, no obstante todos sus problemas y condicionamientos, está en grado de hacer triunfar dentro de sí el sentido del amor, de la vida y de la maternidad”.