Papa en Prato: combatir “el cáncer de la corrupción, de la explotación humana y laboral”
“Que nazca en nosotros una renovada pasión misionera” que nos lleve a “salir”, a “caminar por los senderos accidentados de hoy”. A crear una comunidad acogedora, “contrastando la cultura de la indiferencia y del descarte”. En la plaza había una bandera china, testimonio de las veinte mil personas que viven y trabajan en la ciudad toscana. Francisco recordó el incendio que hace dos años provocó la muerte de cinco hombres y dos mujeres. “una tragedia de la explotación y de las condiciones inhumanas de vida”.

Prato (AsiaNews)- Combatir el “cáncer de la corrupción humana, laboral y el veneno de la ilegalidad”. Es la invitación que el Papa Francisco dirigió esta mañana en Prato (en la foto), ciudad industrial toscana de 200.000 habitantes, que cuenta con una numerosa comunidad china de unas veinte mil personas provenientes principalmente de la provincia de Zheijiang. Numéricamente se trata de la tercera de Europa- primera etapa de la visita que lo verá después en Florencia.

Una presencia, la de los chinos, evidenciada por una bandera en la cual estaba escrito “bienvenido” en chino, presente en la catedral donde, poco después de las 8 de la mañana, el Papa se encontró con 20.000 personas. Sobre la comunidad local china, Francisco recordó la tragedia que, hace dos años, provocó la muerte de cinco hombres y dos mujeres. “Vivían y dormían -dijo-  dentro del mismo galpón industrial en el que trabajaban. ¡Es una tragedia de la explotación y de las condiciones inhumanas de vida!”, agregó.

En Prato, el Papa volvió a insistir sobre la necesidad de la Iglesia de “salir”. “Que nazca en nosotros un renovada pasión misionera” que nos aliente a “salir”, a “caminar por los senderos accidentados de hoy”, a crear una comunidad acogedora, “contrastando la cultura de la indiferencia y del descarte” y por lo tanto, capaz de integrar a cualquier persona. “Salir- comentó- ciertamente, significa arriesgar, pero no hay fe sin riesgo”, para “acompañar a quien se equivocó de camino” y “acoger a quien está herido y no espera más nada de la vida”, pero también “revestirse” de verdad para combatir el mal.

“He venido como peregrino – un peregrino de paso, ¡eh! Poca cosa, pero al menos está la voluntad  – (he venido) a esta ciudad rica de historia y de belleza, que a lo largo de los siglos ha merecido la definición de “ciudad de María”. Son afortunados, ¡porque están en buenas manos! Son manos maternas que protegen, siempre abiertas para acoger. También son privilegiados porque custodian la reliquia del ‘Sagrado Cinturón’ de la Virgen, que acabo de venerar"

“Este signo de bendición para vuestra ciudad- continuó- me sugiere algunos pensamientos, suscitados también por la Palabra de Dios. El primero nos recuerda el camino de la salvación que el pueblo de Israel inició, desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Antes de liberarlo, el Señor les pidió que celebrasen la cena pascual y de consumirla en un modo particular: “ceñidas vuestras cinturas” (Ex. 12.11). Ceñirse las ropas a la cinturas significa estar listos, prepararse para partir, listos para salir, para ponerse en camino. A esto, nos exhorta el Señor también hoy, hoy más que nunca: a no quedarnos encerrados en la indiferencia, sino a abrirnos; a sentirnos, todos, llamados y listos para dejar cualquier cosa para alcanzar a alguien con quien compartir la alegría de haber encontrado al Señor y también la fatiga de caminar en su camino. Se nos pide salir para acercarnos a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Ciertamente, salir quiere decir arriesgar, pero no hay fe sin riesgo. Una fe que piensa en sí misma y que está encerrada en casa no es fiel a la invitación del Señor, que llama a los suyos a tomar iniciativas y a involucrarnos, sin miedo. Frente a las transformaciones, a menudo vertiginosas, de estos últimos años, está el peligro de subirse al remolino de los eventos, perdiendo el coraje de buscar la ruta. Entonces se prefiere el refugio en algún puerto seguro, y se renuncia a ir mar adentro sobre la palabra de Jesús. Pero el Señor, que quiere alcanzar a quien no lo ama, nos alienta. Desea que nazca en nosotros una renovada pasión misionera y nos confía una gran responsabilidad. Pide a la Iglesia, Su Esposa, que camine por los senderos accidentados de hoy, que acompañe a quien ha perdido el camino; que coloquemos tiendas de esperanza, donde recibir a quien está herido y no espera nada más de la vida. Esto nos pide el Señor”.  

“Él mismo nos da el ejemplo, acercándose a nosotros. El “Sagrado Cinturón”, de hecho nos hace notar el gesto realizado por Jesús durante la cena pascual, cuando se ciñó la toalla en su cintura, como un siervo, y lavó los pies a sus discípulos (Cfr. Jn 13,4; Lc 12,37). Para que, así como hizo Él, hagamos también nosotros. Fuimos servidos por Dios, que se hizo nuestro prójimo, para que nosotros sirvamos, a su vez, a quien está cerca nuestro. Para un discípulo de Jesús, ningún vecino puede estar lejos. Es más, no existen lejanos que estén tan lejos, sino simplemente prójimos a quienes alcanzar. Les agradezco por los esfuerzos constantes que vuestra comunidad realiza para integrar a toda persona, contrastando la cultura de la indiferencia y del descarte. En tiempos marcados por la incertidumbre y los miedos, son plausibles vuestras iniciativas en apoyo de los más débiles y de las familias, que están comprometidas en “adoptar”. Mientras se ocupan en la búsqueda de mejores posibilidades concretas de inclusión, no se desanimen frente a las dificultades. No se resignen ante las situaciones de convivencia que parecen difíciles; estén siempre animados por el deseo de establecer verdaderos y reales “pactos de proximidad”. He aquí la proximidad, acercarse para ser hermanos”.

“Hay también otra sugerencia que quisiera proponerles. San Pablo invita a los cristianos a vestirse con una armadura particular; la de Dios. Dice, de hecho, revestirse de las virtudes necesarias para enfrentar a nuestros enemigos reales, que no son jamás los demás, sino “los espíritus del mal”. En primer lugar, en esta armadura ideal aparece la verdad. “Alrededor de la cintura, la verdad”, escribe el Apóstol (Ef 6,14). Debemos ceñirnos de verdad. No se puede fundar nada bueno sobre el tejido de la mentira, o sobre la falta de transparencia. Buscar y elegir siempre la verdad no es fácil; pero es una decisión vital, que debe marcar profundamente la existencia de cada uno y también de la sociedad, para que sea más justa, para que sea más honesta. La sacralidad de cada ser humano exige para cada uno respeto, acogida y un trabajo digno, trabajo digno. Me permito recordar aquí a los cinco hombres y a las dos mujeres de ciudadanía china muertos hace dos años, a causa de un incendio en la zona industrial de Prato. Vivían y dormían dentro del mismo galpón industrial en el que trabajaban: en una zona se había recabado un pequeño dormitorio de cartón y cartón piedra, con camas superpuestas para aprovechar la altura de la estructura…¡Es una tragedia de la explotación y de las condiciones inhumanas de vida! ¡Y esto no es trabajo digno!. La vida de cada comunidad exige que se combata a fondo el cáncer de la corrupción, de la explotación humana, laboral, y el veneno de la ilegalidad. ¡Dentro de nosotros y junto a los otros, no nos cansemos nunca de luchar por la verdad!”.

Aliento a todos, sobre todo a vosotros jóvenes, me dijeron que vosotros jóvenes habéis hecho una vigilia de oración toda la noche, gracias. Aliento a todos, sobre todo a vosotros, jóvenes, a no ceder al pesimismo y a la resignación. María es aquella que con la oración y con el amor, en un silencio operante, transformó el sábado de la desilusión en el alba de la resurrección. Si alguno se siente cansado y oprimido por las circunstancias de la vida, confíe en nuestra Madre, que está a nuestro lado y nos consuela. Siempre nos alienta y nos invita a reponer la confianza en Dios: su Hijo no traicionará nuestras esperas y sembrará en los corazones una esperanza que no desilusiona”.