Papa: ni siquiera el diablo puede quitarnos la dignidad de hijos de Dios

La “lógica” de Dios es la de la misericordia, no es aquella por la cual “si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado”. “Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos co-responsables.”. “Los justos, estos que se creen justos, tienen también necesidad de misericordia.”.


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del Padre: “no depende de nuestros méritos ni de nuestras acciones, y, por lo tanto, nadie puede quitárnosla. ¡Nadie puede quitarnos esta dignidad, ni siquiera el diablo!”. Es la enseñanza evidenciada por el Papa en la audiencia general del día de hoy, en la cual tomó como punto de partida la parábola del hijo pródigo, de la cual subrayó cómo la “lógica” de Dios es la de la misericordia, y no es la lógica por la cual “si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado”.

Francisco, de hecho, en el discurso dirigido a las 25.000 personas presentes en la plaza San Pedro, se centró en la figura del padre, que no está “ofendido ni resentido”, sino que lo único que tiene presente en su corazón es el hecho de que el hijo “este ante él, esté sano y salvo”. “La acogida del hijo que regresa es descripto de modo conmovedor: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (v. 20). Cuanta ternura; lo ve desde lejos: ¿Qué cosa significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo regresaba… Lo esperaba, aquel hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. Qué cosa bella la ternura del padre.”

 

“La misericordia del padre es rebosante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes que el hijo hable. Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: «Padre, pequé… trátame como a uno de tus jornaleros» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen entender que ha sido siempre considerado hijo, no obstante todo. ¡Pero es hijo! Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla, nadie puede quitárnosla, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad”.

 

“Esta palabra de Jesús no alienta a desanimarnos jamás. Pienso en las mamas y en los padres preocupados cuando ven a sus hijos alejarse tomando caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también a quien se encuentra en la cárcel, y le parece que su vida se ha terminado; a cuantos han realizado elecciones equivocadas y no logran mirar al futuro; a todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen de no merecerlo… En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré jamás de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso. Incluso en las situaciones más feas de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera”.

 

“En la parábola existe otro hijo, el mayor; también él tiene necesidad de descubrir la misericordia del padre. Él siempre ha estado en casa, ¡pero es tan diferente del padre! Sus palabras no tienen ternura: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes… ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto… !» (vv. 29-30), el desprecio. No dice jamás “padre”, no dice jamás “hermano”, piensa solamente en sí mismo, se jacta de haber permanecido siempre junto al padre y de haberlo servido; a pesar de ello, jamás ha vivido con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado jamás un cabrito para hacer fiesta. ¡Pobre Padre! ¡Un hijo se había ido, y el otro jamás le había estado cerca! El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos porque nos vamos lejos,  o porque estamos pero sin estar cerca suyo”.

“El hijo mayor, también él tiene necesidad de misericordia. Los justos, estos que se creen justos, también tienen necesidad de misericordia. Este hijo nos representa a nosotros, cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto, si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos co-responsables. No se trata de “baratear” con Dios, sino de estar en el seguimiento de Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz – y esto – sin medida. «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría» (v. 31). Así dice el Padre al hijo mayor. ¡Su lógica es la de la misericordia! El hijo menor pensaba que merecía un castigo a causa de sus pecados, el hijo mayor esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre sí, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica que le es extraña a Jesús: si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado; y esta no es la lógica de Jesús, no lo es. Esta lógica es invertida por las palabras del padre: «Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 31). ¡El padre ha recuperado al hijo perdido, y ahora puede también restituirlo a su hermano! Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un “hermano”. La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan hermanos”.

Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla. Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué ha decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser misericordiosos como el Padre!”