Papa: Jornada por la Vida tras las huellas de santa Teresa de Calcuta. Contra la lógica del descarte y del descenso demográfico

En el Ángelus el Papa Francisco expresa la unidad con los obispos italianos. “¡Cada vida es sagrada!”. “Ya sea con el niño que está por nacer ya sea con la persona que está por morir”. Los cristianos deben “ser luz y sal en el propio ambiente de vida cotidiana”. “Tener lejos los gérmenes contaminadores del egoísmo, de la envidia, de la difamación”. Nuestras comunidades deben resplandecer “como lugares de acogida, de solidaridad y de reconciliación”.


Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- Como “respuesta a la lógica del descarte y al descenso demográfico” es necesario llevar adelante la “cultura de la vida tras la huella de santa Teresa de Calcuta”. Lo dijo el Papa Francisco a las decenas de miles de peregrinos a los adherentes al Movimiento por la Vida reunidos en la plaza de san Pedro para recitar el Ángelus, repitiendo tres veces la frase: “¡Toda vida es sagrada!”.

El pontífice expresó su unidad “con los obispos italianos en el desear una valiente acción educativa en favor de la vida humana”, justamente en ocasión de la Jornada de la Vida que se celebra hoy en Italia, que este año tiene como tema: “Mujeres y hombres por la vida tras la huella de Santa teresa de Calcuta”.

“Cada vida es sagrada. Llevemos adelante la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte y al descenso demográfico; estemos cercanos y juntos recemos por los niños que están en peligro por la interrupción del embarazo, como también por las personas en fin de vida: cada vida es sagrada. Para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido de la vida. Recordemos las palabras de Madre Teresa: “¡La vida es belleza, admírala; la vida es vida, defiéndela!” Ya sea con el niño que está por nacer, que con la persona que está cercana a morir: ¡cada vida es sagrada!

Francisco luego ha saludado a “todos aquellos que trabajan por la Vida, a los docentes de las Universidades romanas y a quienes colaboran en la formación de las nuevas generaciones, para que sean capaces de construir una sociedad acogedora y digna de toda persona”.

 En precedencia el pontífice comentó el Evangelio de la misa de hoy (5° del año A, Mt 5,13-16) en la cual Jesús habla de la misión de sus discípulos” utilizando la metáfora de la “sal de la tierra y de la “luz del mundo”.

Sus palabras están dirigidas a sus discípulos, también a los de este tiempo: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. (Mt 5,16). Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél que es Luz del mundo, no en las palabras, sino por nuestras obras.  En efecto, es sobre todo nuestro comportamiento que  - en el bien y en el mal – deja un signo en los demás. Por lo tanto, tenemos una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuera de nuestra propiedad. En cambio, estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los demás mediante las obras buenas. ¡Y cuánto tiene necesidad el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien lo recibe! Pero esta luz nosotros debemos llevarla con nuestras obras buenas”. “¡Es cuanto necesita el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien los recibe!”.

“La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede debilitarse si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz se encuentra con aquella de la sal. En efecto, la página evangélica nos dice quecomo discípulos de Cristo somos también “sal de la tierra” (v. 13). La sal es un elemento que mientras da sabor, preserva el alimento de la alteración y de la corrupción – ¡en los tiempos de Jesús no había heladeras! Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es aquella de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado y, al mismo tiempo, mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, y demás. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben en cambio resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad y de reconciliación. Para cumplir esta misión es necesario que nosotros mismos, en primer lugar, seamos liberados de la degeneración corruptiva de los influjos mundanos, contrarios a Cristo y al Evangelio; y esta purificación no termina nunca, debe ser realizada continuamente, hay que hacerla todos los días”.

 “Cada uno de nosotros-concluyó- está llamado a ser luz y sal en el proprio ambiente de la vida cotidiana, perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios. Que nos sea siempre de ayuda la protección de María Santísima, primera discípula de Jesús y modelo de los creyentes que viven cada día en la historia, su vocación y misión. Nuestra Madre, nos ayude a dejarnos siempre purificar e iluminar por el Señor, para transformarnos también en “sal de la tierra” y “luz del mundo”.