Papa: en la vida consagrada la juventud ‘está en el ir a las raíces, escuchando a los ancianos’

“Cuando uno se encuentra con el Señor no tardan en llegar las sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el Señor sin el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro” e ir en el mundo “contracorriente”. Es la recomendación de Francisco a los religiosos y religiosas en el día de la Presentación de Señor.


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) –La juventud de un instituto de vida consagrada “está en el ir a las raíces, escuchando a los ancianos”. “Nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro” e ir en el mundo “contracorriente”. El ligamen que debe existir dentro de una comunidad religiosa y el sentido de los votos de pobreza, castidad y obediencia estuvieron en el centro de la homilía del Papa Francisco en la misa que celebró en la basílica de san Pedro en la fiesta de la Presentación del señor y la XXII Jornada mundial de la vida consagrada.

A los miles de religiosos y religiosas que han iluminado la basílica con las velas (hoy es la Candelaria) el Papa, comentando el episodio de la Presentación de Jesús ante todo recordó que “en el Oriente cristiano, a esta fiesta se la llama precisamente la ‘Fiesta del encuentro’: es el encuentro entre el Niño Dios, que trae novedad, y la humanidad que espera, representada por los ancianos en el templo”.

 “En el Templo sucede otro encuentro entre dos parejas: por una parte los jóvenes María y José y por la otra parte los ancianos Simeón y Ana. “Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos. María y José encuentran en el Templo las raíces del pueblo y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la historia”. Y encontraron también “las raíces de la fe, porque la fe no es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en el camino”. “Así los dos jóvenes, encontrándose con los ancianos, se encuentran a sí mismos. Y los dos ancianos, hacia el final de sus días, reciben a Jesús, que es el sentido a sus vidas”. “En ese encuentro los jóvenes descubren su misión y los ancianos realizan sus sueños. Este episodio cumple la profecía de Joel: “Vuestros ancianos realizan sus sueños, vuestros jóvenes ven su misión” (3.1) Y todo esto porque en el centro del encuentro está Jesús”.  

Así es para quien fue “llamado” por Jesús De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración”. “Es necesario hacer memoria de ello. Y si recordamos bien veremos que en ese encuentro no estábamos solos con Jesús: estaba también el pueblo de Dios, la Iglesia, jóvenes y ancianos, como en el Evangelio”.

En el episodio evangélico, evidenció Francisco, hay otro hecho: los jóvenes María t José callan, los ancianos Simeón y Ana hablan: “Parecería que tenía que ser al contrario: en general son los jóvenes que hablan de prisa sobre el futuro, mientras los ancianos custodian el pasado. En el Evangelio sucede lo contrario, porque cuando se encuentra al Señor llegan puntuales las sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el señor sin el otro: jamás dejar atrás, jamás hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro. Porque si los jóvenes son llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos son la clave. Y la juventud de un instituto está en el ir a las raíces, escuchando a los ancianos. No hay futuro sin este encuentro entre ancianos y jóvenes; no hay crecimiento sin raíces y no hay florecer sin pimpollos nuevos. Jamás hay profecía sin memoria, jamás memoria sin profecía; es siempre un encontrarse”.

 “La vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a menudo por el miedo al otro. Que no sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el Señor”.

“Porque cuando se ponen en el centro los proyectos, las técnicas y las estructuras, la vida consagrada deja de atraer y no comunica más; no florece porque olvida ‘aquello que enterró’, o sea las raíces. La vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús así como es: pobre, casto y obediente”

 “Mientras la vida del mundo trata de acumular, la vida consagrada deja las riquezas que son pasajeras para abrazar a Aquel que permanece”.

La vida del mundo sigue a los placeres y los deseos del yo, la vida consagrada libera el afecto de toda posesión para amar plenamente a Dios y a los otros. La vida del mundo se imputa hacer lo que quiere, la vida consagrada elige la obediencia humilde como libertad más grande. Y mientras la vida del mundo deja rápidamente vacías las manos y el corazón, la vida según Jesús llena de paz hasta el final, como en el Evangelio, donde los ancianos llegan felices al final de sus vidas, con el Señor entre las manos y la alegría del corazón”.

“¡Cuánto nos hace bien, como a Simeón, tener al Señor “entre los brazos” (Lc 2,28)! No sólo en la cabeza y en el corazón, sino entre las manos, en cada cosa que hagamos: en la oración, en el trabajo, en la mesa, en el teléfono, con los pobres, en todos lados. Tener al Señor entre las manos es el antídoto al misticismo aislado y al activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús es también el remedio al activismo a la parálisis de la normalidad, es abrirse al cotidiano al desorden de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, hacer encontrar a Jesús: es el secreto para mantener la llama espiritual. Es el mundo para no hacerse deglutir en una visa asfíctica, donde las quejas, la amargura y las inevitables desilusiones sacan el mejor partido”.

 “Antes de concluir su homilía, indicó que, al final de los Evangelios hay otro encuentro con Jesús que puede ayudar a la vida consagrada: el de las mujeres en el sepulcro”. Fueron a ver a un muerto, su camino parecía inútil. También ustedes deben ir contracorriente: la vida del mundo fácilmente rechaza la pobreza, la castidad y la obediencia. Pero como: en el sepulcro. “Y al igual que aquellas mujeres, que fueron adelante no obstante las preocupaciones por las pesadas piedras que había que remover (Cfr Mc 16,3) las primeras que encontraron al Señor resucitado y vivo, lo abrazan a Él y lo anuncian inmediatamente a los hermanos, con los ojos que brillan de alegría (Cfr, v. 8). Están en el alba de la Iglesia. Les auguro revivir hoy mismo el encuentro con Jesús, caminando hacia Él: esto dará luz a vuestros ojos y vigor a vuestros pasos”.