Los monjes de las islas Solovki cancelan la memoria del lager
de Vladimir Rozanskij

Las islas de la Carelia fueron el primer campo de concentración del Archipiélago Gulag y un gran centro de espiritualidad. Pero los monjes de hoy decidieron hacer un centro para el turismo religioso, eliminando o escondiendo los lugares del martirio de tantos cristianos. La colina de los fusilamientos transformada en un pabellón para los matrimonios. Monjes colaboracionistas del poder bolchevique.


Moscú (AsiaNews)- En la memoria colectiva del siglo XX, las islas Solovki son tristemente famosas como el primer grande campo de concentración del Archipiélago Gulag soviético, narrado por el escritor Aleksander Solzenicyn sobre la base de los testimonios de los sobrevivientes. En las Solovki eran encarcelados sobre todo los condenados por sus propias convicciones religiosas, sacerdotes y obispos de todas las confesiones, obligados a vivir en el “ecumenismo forzado” de la persecución. Murieron metropolitas ortodoxos y pastores bautistas, teólogos como Pavel Florenskij y el exarca griego-católico Leonid Federov, beatificado por la Iglesia uniata ucraniana.

En las islas del grande norte ruso-que se extienden más allá del Círculo Polar Ártico-son famosas en la historia rusa por muchos otros eventos. Fundadas en el medioevo por los ermitaños Zosima y Savvatij, fueron un gran centro de evangelización y formación de las conciencias del pueblo ortodoxo. Uno de los más grandes gobernadores, el archimandrita Filipp (Kolychev), fue metropolita de Moscú a mitad del ‘500 y se opuso a la sanguinaria dictadura de Iván el Terrible. Por esto fue asesinado en su celda, anticipando la suerte de los obispo mártires de la revolución. A mitad del 1600, la Gran Lavra de las Solovki se convirtió en uno de los principales centros de oposición del patriarca Nikon, en aquel cisma (el Raskol) que dividió a la Iglesia rusa sobre la fidelidad a las propias tradiciones.      

Hoy las islas monásticas están nuevamente en el centro de un encendido debate, desde cuando los monjes de la Lavra, guiados por el archimandrita Porfirij (Shutov), decidieron retomar la exclusiva de la memoria de los lugares santos. En 2009 el archimandrita se hizo nombrar también director del Museo local, justo donde son conservadas las reliquias y los testimonios de los mártires y de los perseguidos, expulsando a los representantes de la asociación Memorial que eran los cuidadores. Desde entonces los monjes iniciaron una sistemática reducción de las exposiciones ligadas a los encarcelados; el acceso al museo es siempre más limitado; los grafitti y los recuerdos en los ambientes monacales fueron todos cancelados; los edificios de la Lavra fueron todos restructurados y pintados a nuevo, cancelando hasta las antiguas piedras que constituían un verdadero esplendor. Por todo el territorio de las islas, que representan de por sí un extraordinario museo etnográfico, fueron bloqueados los itinerarios de tierra y agua que se podían recorrer para admirar las bellezas naturales, pero también para encontrar los lugares de la oración y del sufrimiento de los confesores de la fe.

La elección de Porfirij y de su comunidad es explícitamente motivada como recuperación de la dignidad espiritual del monasterio y las memorias del lager fueron removidas como forma de profanación. Todo esto suscitó las reacciones no sólo de los activistas de Memorial-ya ampliamente impedidos de obrar por muchas medidas recientes a nivel federal, como la clausura de los archivos a los lugares de pena-pero además de la parte más sensible de la opinión pública interna e internacional.

En particular, la polémica se concentra sobre el rechazo de parte de los monjes en relación con el trabajo y de las publicaciones del principal histórico de las Solovki, Jurij Brodskij, que en 2017 publicó un libro con el título Islas Solovki. El laberinto de las transformaciones, con un capítulo sobre los Monjes leales a las leyes, en las cuales claramente se expone la tesis de la complicidad moral de los monjes con el poder autoritario. Un  grupo de habitantes de las islas fomentados por Porfirij, difundió una carta en la cual se acusa a Brodkij de haber ofrecido una imagen ofensiva de los monjes locales y de instigar el odio religioso contra los fieles ortodoxos. La fiscalía local he por lo tanto iniciado una investigación contra el escritor, para verificar los contenidos del libro.

El 3 de febrero pasado, como respuesta, la asociación Memorial organizó una mesa redonda en el centro Sacharov de Moscú, para responder a las acusaciones dirigidas contra Brodkij. Tales acusaciones se asocian a aquellas lanzadas contra Juri Dimitrev, exponente de la misma asociación en carelia, la región de las Solovki, que por esto fue hasta encarcelado y luego liberado, detrás de las presiones de la opinión pública internacional. Fue recordado también el destino de Olga Bochkareva, ya directora del museo de las Solovki, expulsada por el archimandrita porfirij y alejada de la isla, con la prohibición de vivir allí y le fue secuestrado el departamento de su propiedad, la única residencia que ella poseía.

Según lo que narra el mismo Brodskij, el ejemplo más desolador es la destrucción de la colina Sekirnaja, cerca de la iglesia central del monasterio, que era el lugar de detención más dura, con las islas de aislamiento. Por esa pasó también hasta el abuelo del actual patriarca Kirill y al lado de la cárcel están todavía las columnas a la cual era atados los condenados a ser fusilados. Justamente en ese ángulo, manchado de sangre hasta muchos metros bajo tierra fue transformado en una zona para festejos para los matrimonios, donde se bebe espumante y se lanzan papelitos multicolores. De la colina misma luego parten las pistas para los trineos, donde se divierten los niños sobre la nieve.

Según el escritor la culpa no es ciertamente de los desprevenidos visitadores, sino de los custodios del lugar, o sea los monjes, que han eliminado todos los carteles y los signos que recordaban los trágicos hechos de las Solovki. La finalidad es la de hacer volver a las islas la pureza de la santidad monástica y eclesiástica, ignorando los sufrimientos ligados a los oprobios y a compromisos con el totalitarismo. Pero la pureza de la fe no puede fundarse sobre la cancelación de la conciencia.