El día de la Victoria, la retórica del ejército y de la fe
de Vladimir Rozanskij

El 9 de mayo (la conquista de Berlín por parte de los rusos) es la fiesta más querida por los rusos, el día más solemne de la historia de la nación. Este año, la fiesta coincidió con la asunción del nuevo mandato del “zar Putin IV”, y la confirmación de Dimitri Medvedev. Los jóvenes que participaron en las manifestaciones recibieron una golpiza de los “voluntarios” vestidos de cosacos. Según el patriarca Kirill, el poderío militar exalta la naturaleza cristiana de Rusia.


Moscú (AsiaNews) – En todo el país, ayer se festejó la victoria sobre el fascismo de impronta nazi (foto 1). En el resto del mundo, el evento es atribuido al día anterior, el 8 de mayo, fecha en que los aliados de las dos partes (americanos y soviéticos) entraron a Berlín; pero en realidad fue precisamente el 9 de mayo la fecha en que el mariscal Žukov proclamó la conquista rusa de la capital alemana, cuya división fue el símbolo mismo de la guerra fría, que comenzó inmediatamente después.  

Tal como han confirmado los sondeos, el 9 de mayo es la fiesta favorita de los rusos: además, el 70% considera este día como el más solmene de la historia de la nación.

Antes de la caída de la Unión Soviética, la fiesta preferida era el 7 de noviembre, fecha en que se conmemora la Revolución de Octubre, cuya celebración gozaba del máximo apoyo de las autoridades. Suspendida tras el fin del comunismo, en la memoria nacional la revolución fue sustituida por la institución de la fiesta de la Reconciliación del 4 de noviembre, en la cual se recuerda la expulsión de los invasores polacos y el fin de las “revueltas” en 1612, que permite el ascenso de la dinastía de los Romanov al trono. En realidad, son muy pocos los rusos que recuerdan los motivos de dicha solemnidad, y toda la retórica se concentra en el 9 de mayo, puesto que allí se conserva el orgullo soviético unido al nacional.

En efecto, la historia rusa está marcada por terribles derrotas, que han precipitado al país en largos períodos de dominación extranjera o de depresión social y económica: las luchas intestinas de los antiguos príncipes, el “yugo tártaro” medieval, las numerosas humillaciones padecidas en mano de turcos o polacos, la larga noche del totalitarismo soviético.

Al mismo tiempo, la autoconciencia rusa se alimenta de clamorosas victorias, casi siempre obtenidas con increíbles sacrificios y sostenidas por una fuerte percepción apocalíptica de la propia misión universal de salvación. Así fue con la primera victoria sobre los tártaros, en 1380, inspirada por San Sergio de Radonež con sus monjes guerreros; con la toma de Kazán en 1522, cuando Iván el Terrible hizo caer los muros de los mongoles con las oraciones dirigidas a la Madre de Dios; con la sublevación de Minin y Požarskij en el año 1612, bendecida por el santo patriarca Ermogen, quien fue dejado morir de hambre por las fuerzas armadas polacas del falso zar Dmitrij. Sin lugar a dudas, la más impresionante fue la derrota de Napoleón en 1812, cuando los mismos moscovitas incendiaron la capital ante la mirada del dictador apresurándose a huir, mientras el zar Alejandro I aguardaba en oración, en la capilla del palacio en San Petersburgo.   

La sensación de estar destinados a “salvar el mundo” y no sólo el propio país, siempre ha inspirado a los rusos, llamados a ser la “tercera y última Roma cristiana”, como marca la profecía de Filofej de Pskov a fines del siglo XV. Y así sucede en la Segunda Guerra mundial, en la cual Stalin tuvo que transformar la ideología marxista en el más extremo misticismo ruso para resistir a la terrible invasión nazi de la Operación Barbarroja. Pareciera que los rusos saben vencer sólo cuando se destruyen a sí mismos, como sucedió en la Moscú de Napoleón o en la Estalingrado de Hitler o en los mil días del sitio de Leningrado. Esta dedicación absoluta es tanto más exaltada cuando las fiesta de mayo coinciden –y esto no es casual- con la asunción del nuevo mandato del zar Putin IV, que ha confirmado en el gobierno a su hombre leal, Medvedev, para “levantar a Rusia”.  

 

La Victoria, los cosacos y San Jorge  

La Victoria es el fundamento de la ideología estatal actual, marcando una continuidad con la historia reciente y antigua de su pueblo. La retórica paternalista y la propaganda capilar anestesian cualquier otro anhelo de las masas y elimina los pecados de los poderosos, algo que pudo ser visto en la represión de las manifestaciones juveniles del 5 de mayo pasado.  No fueron los policías quienes golpearon a los jóvenes y adolescentes en las calles, sino “voluntarios”, vestidos de cosacos, que ya han quedado abiertamente admitidos junto a las fuerzas del orden, para simbolizar una fuerza que proviene del pueblo mismo, y no de la cúpula del gobierno. En efecto, los cosacos son la síntesis de esta historia de tragedias, rebeliones y opresiones, así como de grandes victorias sobre enemigos externos e internos: hombres que están fuera de los confines, que sirven al zar en nombre de la fe y del destino preparado por Dios.    

A las palabras de orden que exaltan el “gran sacrificio” ruso, el podvig de origen monástico (que es casi una yihad cristiana), se vienen a sumar, en los último años, los símbolos algo frívolos de las “cintas de San Jorge”, distribuidas de a miles a todos los participantes (foto 2) para dar a la Victoria un significado más espiritual y al mismo tiempo más militarista, dado que el santo mártir palestino es patrono de Moscú y del ejército. El mismísimo patriarca de Moscú, Kirill (Gundjaev), ha exaltado el heroísmo de los padres y de los soldados. Al colocar la corona al Soldado Desconocido (foto 3), el patriarca afirmó que “La Victoria fue conquistada por nuestros abuelos y bisabuelos, pero la tradición de los vencedores se conserva en la memoria de nuestro pueblo y en la vida de nuestras Fuerzas Armadas”.  

Según Kirill, el poderío militar exalta la naturaleza cristiana de Rusia: “Hoy en día vemos que las Fuerzas Armadas adquieren, con toda razón, una autoridad y un respeto cada vez mayor en el pueblo, porque con su capacidad de defender la patria aumenta el orgullo que todos sentimos por nuestro país… es una gran responsabilidad, que ha de ejercerse con la fuerza de las armas y con la fuerza del espíritu. Es la Iglesia quien se ocupa de formar el espíritu, y para [ser] un pueblo fuerte la Iglesia debe actuar con fuerza”. De esta manera, la Iglesia militante de Rusia se dispone a emprender grandes hazañas.