Secuestros, torturas, desapariciones: Erdogan caza seguidores de Gulen en su patria y en el extranjero

Las autoridades lanzaron una campaña contra ciudadanos comunes, que presuntamente tendrían lazos con la organización del predicador islámico. Miembros de los servicios secretos detienen a las personas en pleno día, en el país y en el extranjero. Cometen abusos con el fin de obtener confesiones y delaciones. El testimonio de una víctima.

 


Estambul (AsiaNews)- Desapariciones en pleno día, ciudadanos indefensos que son cargados por la fuerza a bordo de camionetas por agentes de  seguridad vestidos de civil, misiones rápidas en el extranjero, para ir en busca de personas que hace tiempo abandonaron Turquía buscando una nueva vida. Desde la noche del (fallido) golpe a mediados de julio de 2016, que por algunas horas hizo vacilar el poder del presidente Recep Tayyip Erdogan, el gobierno de Ankara lanzó una caza de brujas que ha afectado a cientos de miles de personas que abarcan militares y jueces, docentes e intelectuales y gente común y corriente.

Personas unidas por una sola matriz: la pertenencia, real o presunta, a la red del predicador islámico turco Fethullah Gülen, actualmente exiliado en Pennsylvania (Estados Unidos). En realidad, los malestares, las visiones contrastantes, la diversa sensibilidad sobre el rol de la religión musulmana en la vida de la nación entre el “Sultán” Erdogan y el aliado de otrora ya habían surgido antes de manera clara. La noche del intento de golpe -una cuestión aún oscura- es, pues, la etapa final de un progresivo alejamiento entre las dos almas de la vida política turca: la religiosa y la institucional.

Quien sacó a la luz la envergadura de las purgas realizadas por el gobierno fue un equipo internacional de periodistas, pertenecientes a nueve  periódicos, entre ellos, Le Monde, que publicaron los resultados de un largo reportaje de denuncia. Los contenidos incluyen datos, eventos, testimonios e historias personales que confirman el drama que se perpetra a orillas del Mediterráneo, en las puertas de Europa, en esa porción de tierra que une a Oriente con Occidente.  

El brazo armado de esta caza del hombre son los servicios secretos turcos que, a partir del intento de golpe de Estado, prepararon un verdadero “sistema” caracterizado por detenciones arbitrarias y torturas de los “gülenistas” dentro de prisiones secretas y centros de tortura clandestinos ubicados en edificios de inteligencia.

Incapaz de controlar las acusaciones y de encontrar pruebas, Ankara optó por el uso de la fuerza multiplicando raptos, intimidaciones y presiones diplomáticas.

Desde el golpe de Estado que causó 250 muertos y 1500 heridos, las autoridades han detenido a casi 220.000 personas, de estas más de 50.000 fueron condenadas. Universidades, escuelas, oficinas más o menos ligadas al predicador islámico, otrora considerado aliado de Erdogan, fueron cerradas; una suerte similar corrieron actividades empresariales y comerciales que guardan presunta simpatía con la red de Gülen, por un valor total de 15 millardos de dólares.

El sistema de secuestros de Estado realizados por Turquía recuerda de cerca la estrategia rebautizada “transferencia excepcional de detenidos” realizada de manera secreta por George W. Bush el día después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Una red paralela a las instituciones oficiales protagonista de detenciones forzadas, torturas y abusos para extraer confesiones. La denuncia se enmarca en el contexto de las operaciones #blacksitesturkey, coordinada por el sitio de investigación Correctiv. El sitio reconstruye los casos de al menos una veintena de personas que terminaron en las redes de inteligencia, dos de las cuales han aceptado narrar (en forma anónima, manteniendo secreta su identidad y la nación donde hallaron refugio) el drama vivido.

Uno de estos es Tolga, quien fue secuestrado a plena luz del día en las calles de Ankara el año pasado y permaneció por 92 días (contados colocando pelotitas de papel en las grietas de una pared, cada vez que le servían el primero de los dos miserables platos de comida por jornada) en mano de sus verdugos. En poco más de tres meses perdió 21 kilos y sufrió varias veces garrotazos, descargas eléctricas, la privación del sueño y abusos sexuales. Él recuerda con precisión quirúrgica los protocolos usados “en el archipiélago” de la tortura, realizados por “profesionales” ligados “al Estado”. “Me costó poco entender - recuerda- que buscaban obtener testimonios anónimos (admisibles según el sistema judicial turco) para sus procesos.

Durante las semanas que estuvo secuestrado, sus familiares trataton de tener noticias de su paradero, pero todo fue en vano. Parientes, activistas y abogados promovieron una campaña en la web y pidieron ayuda a la comunidad internacional, pero tampoco obtuvieron éxito. A pesar de las proclamas de “tolerancia cero” en relación a las torturas desplegadas por la cúpula del gobierno turco, desde su refugio en un hotel de una nación occidental Tolga afirma lo contrario. Todavía tiene impresa en su mente la imagen de la celda: un metro por dos, cubierta de telas para impedir que los detenidos se suiciden golpeándose la cabeza contra el cemento.

Un día, de repente, él fue liberado y lo dejaron en libertad en una calle de la capital; durante los meses siguientes vivió escondido del mundo, aprovechando la primera ocasión que se presentó para dejar el país.

Como Tolga, el equipo internacional de investigación recogió la historia de Ali y de tantas otras personas que también -muchos huyeron al extranjero- fueron víctimas de las purgas de Erdogan. El día de su liberación, Tolga tuvo aferrada en sus manos una botella de agua, que conserva las huellas de uno de sus carceleros. Antes de dejar Turquía, él la escondió en un lugar seguro con la esperanza de que un día “pueda servir en un proceso” por crímenes de lesa humanidad, contra la cúpula de poder del país y contra los torturadores.