Abu Dabi, adoración desde las 5 de la mañana, pensando en los fieles de Yemen
de Bernardo Cervellera

Largas filas de varios grupos étnicos pasan delante de la Eucaristía. En la Misa “in Coena Domini” participaron más de 5.000 personas. En Yemen, hace 3 años que no se celebra la misa por falta de sacerdotes. La comunión es distribuida por los sacerdotes y por 40 ministros extraordinarios de la Eucaristía.

 


Abu Dabi (AsiaNews)- Precedida -apenas por unos minutos- por la oración en la mezquita vecina, esta mañana, ya desde las 5, hay una fila de fieles que espera arrodillarse y estar en silencio delante de la Eucaristía, colocada para la adoración después de la misa “in Coena Domini” de ayer, que recuerda la Última Cena de Jesús. Aprovechando que es viernes, día festivo para los patrones musulmanes, son sobre todo las mujeres filipinas y esrilanquesas, empleadas como trabajadoras domésticas, las que usan el tiempo libre para venir a adorar al Señor. Muchas de ellas han tomado el último autobús o taxi, y han recorrido 30-50 km para venir a pasar una hora o más en silencio y oración. Para algunas, es suficiente con una genuflexión veloz, otras se postran en los peldaños del altar y permanecen allí unos minutos, mientras la fila espera paciente. Si bien son muchos, a todos se les asegura un momento personal y directo delante del tabernáculo.

La misa de ayer, presidida por Mons. Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia Meridional, contó con la participación de al menos 5.000 personas: indios, filipinos, africanos, coreanos, occidentales. Otras misas, celebradas en malayan, francés, árabe, desde las 3 de la mañana a las 21, han recibido a otros miles. La misa solemne presidida por el obispo tuvo que ser celebrada al aire libre, en el patio de la catedral de San José, lleno hasta lo inverosímil. Uno tiene la impresión de estar ante una visión apocalíptica, donde “una multitud de toda raza, pueblo y lengua” reza y canta al unísono, con una precisión y un cuidado que es raro de ver en San Pedro, en Roma.

Al comentar el Evangelio, en el cual Jesús, “el Maestro y Señor”, lava los pies de sus discípulos, Mons. Hinder recuerda lo que el Papa Francisco realizó días atrás, cuando besó los pies de las autoridades políticas sud-sudanesas. “Cristianismo -dijo- es ser siervo de los otros. No hay cargo ni ninguna suciedad que pueda ser barrera para el amor y el servicio”.

Luego continuó con el rito, lavando los pies a 12 personas de la parroquia multiétnica: una estudiante india, un empleado filipino, la esposa de un escocés, enferma de esclerosis...

En el momento de la oración de los fieles. mons. Hinder recordó a los (pocos) fieles que permanecen en Yemen, a quienes él había llamado por teléfono pocas horas antes. Desde hace 3 años, desde que las hermanas de Madre Teresa fueron asesinadas en Aden y el último cura, el p. Tom Uzhunnalil fue primero raptado, luego liberado, no hay sacerdotes en el país devastado por el conflicto. Hace 3 años que los fieles celebran el triduo pascual sólo con la liturgia de la Palabra. Luego reciben la Eucaristía, la cual es enviada a ellos casi de “contrabando”.

La comunión de los 5.000 personas se desarrolla con orden, casi como una danza. Para consagrar miles de partículas se usan recipientes de metal que luego son vaciados para preparar los copones de forma especial: pueden ser colocadas una sobre otra, permitiendo luego conservarlas en el tabernáculo. Usar los copones tradicionales, en forma de cáliz, volvería imposible semejante tarea. Además de los sacerdotes, para la distribución se emplean 40 ministros extraordinarios de la Eucaristía, que se dirigen a los puntos asignados en el patio.

Al final, acompañado por cantos en latín e inglés, el obispo lleva la Eucaristía al altar de la adoración. Una gigantesca corona de espinas rodea al tabernáculo, junto a flores, luces, velas, telas. Se forma inmediatamente una larga y densa fila para la adoración personal. Reconozco a un mánager italiano, que trabaja en el Emiratos desde hace años: al ingeniero indio que perdió el trabajo y busca otro urgentemente; un africano que trabaja como guardaespaldas del cuerpo y chofer de un rico local; una esrilanquesa que trabaja como empleada doméstica… En silencio, agradecen al Señor por cuánto ha hecho por ellos. En una sociedad estratificada y llena de injusticias, está en ella la raíz de su dignidad.