El Papa en Tailandia: el misionero abre las puertas para compartir el abrazo de Dios

 El “discípulo misionero” que “sale” para ofrecer a todos el don de la Palabra de Jesús; y los “niños, niñas y mujeres expuestos a la prostitución y a la trata”, éstos han sido los temas centrales de la primera misa celebrada por Papa Francisco en Bangkok. El discípulo misionero “no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos”.


Bangkok AsiaNews) – Ha sido el "discípulo misionero" que "sale" a ofrecer a todos el don de la Palabra de Jesús y también "niños, niñas y mujeres expuestos a la prostitución y a la trata", temas de la primera misa celebrada por el Papa Francisco en su 32ª jornada apostólica. En el Estadio Nacional de Supachalasai en Bangkok hay más de 50.000 personas, una gran multitud sobre todo teniendo en cuenta que hay menos de 300.000 católicos en toda Tailandia.

La tarde de Francisco comenzó con una visita al Rey Maha Vajiralongkorn "Rama X", en el Palacio Real de Amphorn. Habiendo llegado a las 17.00 hora local (10 GMT), el Papa tuvo una reunión privada con el rey y la reina.

Desde el palacio real hasta el estadio, fue recibido por un público entusiasta y emocionado.

El discípulo misionero, por tanto, en palabras de Francisco,  no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque «le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8)”.

“Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan solo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos”.

“Todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa de los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados (cf. San Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 11).Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados. Ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios”.

“El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia. Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical”.

La misa terminó con la larga danza de cientos de niñas vestidas con trajes tradicionales. Música y gestos queridos por la tradición tailandesa, como el auspicioso dragón que los acompañaba. (PF)