El Padre Sergej, médico de las almas y de los cuerpos (Fotos)
de Vladimir Rozanskij

El sacerdote ortodoxo es médico desde hace varias décadas. Uno de los primeros en ser ordenados después de la represión del período soviético, dedicó su vida a acompañar a los enfermos en su sufrimiento. Luego de dos derrames cerebrales, hoy se dedica a recorrer Rusia para brindar conferencias y buscar voluntarios que puedan ayudar en las unidades pediátricas de los hospitales.


Moscú (AsiaNews) - Treinta años atrás, el Padre Sergej Baklanov, de Ufá, una ciudad baskir de los Urales, trabajaba como médico emergenciólogo en la sección local de la Defensa Civil rusa. Cuando se hizo sacerdote, tuvo dos derrames cerebrales y se vio obligado a aprender a caminar de nuevo. Esto lo empujó a desarrollar su servicio en la Unidad de Cuidados Paliativos del centro oncológico republicano, donde devino el fundador de un nuevo sistema de asistencia paliativa, en Ufá.  

En marzo del 2014, al volver del funeral de una hija espiritual - Polina, de 16 años, murió después de 4 años de lucha contra un sarcoma - el Padre Sergej se sentó a la mesa de la cocina (el lugar donde se tienen las reflexiones más profundas en Rusia), y se dedicó a escribir una carta, dirigida al gobernador de la República de Baskortostán: “En nuestra república no existen verdaderos cuidados paliativos para niños, no los ayudamos a soportar los sufrimientos, y cuando me di cuenta de esto, mi corazón quedó herido a tal punto, que tuve que escribirle”. 

Ahora el padre Sergej, a pesar de su invalidez, ya lleva quince años pasando un tiempo de la semana en medio de los enfermos, y recorre el país entero para dictar conferencias y reunir grupos de voluntarios. Él mismo contó su experiencia en Pravmir.ru, recordando aquél momento en que ingresó por primera vez a una sala de operaciones, con apenas 14 años, cuando hospitalizaron a su padre. Al ver a una niña que se quejaba mientras la operaban de apendicitis, el joven Sergej le preguntó al médico si no debían suministrarle fármacos para el dolor, y el doctor le respondió: “Ella no siente dolor, pero tiene miedo; habla con ella”. 

La niña le pidió que sostuviera su mano, donde quedaron las marcas de sus uñas, pero la operación salió muy bien. Corría el año 1980, y Segej decidió que sería enfermero, como su hermana, luego médico y finalmente sacerdote, después de un período de búsqueda, tras la caída del comunismo. 

A fines de los años Ochenta, Sergej llevaba el cabello largo, recogido en una larga cola de hippie, y al igual que sus amigos, se interesaba por la filosofía india y china. Un profesor de Física de la universidad, en una conversación grupal, una vez le dijo: “Haces bien en plantearte esas preguntas, porque el hombre no es solamente cuerpo; también es alma; pero no tienes necesidad de ir muy lejos, ya que estas cosas también se aprenden aquí, en nuestra casa”. Los jóvenes le preguntaron: ¿Dónde? Y él les señaló la iglesia de la Protección de la Madre de Dios. El domingo siguiente, todos acudieron juntos a la iglesia.  

Ese profesor de Física luego dejó la cátedra para tomar los hábitos de monje, y hoy es el obispo Mefodij de la Eparquía de Kamensk, director del Centro de coordinación patriarcal para la lucha contra la tóxicodependencia. Los jóvenes ayudaron a retirar de la iglesia las sillas que antes se usaban para el cine, y se convirtieron en sus primeros parroquianos; así fue como el Padre Sergej se convirtió en uno de los primeros sacerdotes ordenados en los años Noventa, estudiando por correspondencia en la nueva universidad teologica de San Tikhon, en Moscú. Para evitar ser perseguido por los periodistas, el Padre Sergej pidió ir a servir “en el campo” donde todas las iglesias esperaban ser restituidas o reconstruidas. En 1992 se convirtió en párroco en la localidad de Jurmash, a 15 km de Ufá, donde reconstruyó la iglesia de San Esteban de Sarov, y donde desarrolla su ministerio hasta el día de hoy. 

Dado que los sacerdotes ortodoxos suelen procurarse un segundo trabajo para mantener a la familia, siendo también médico, logró que Defensa Civil lo contratase. Así pudo salvar a personas que sufrieron accidentes de tránsito, o que terminaron sepultadas bajo las avalanchas de nieve en los Urales, tratando de convencer a otros de no suicidarse y ayudando a reanimar la respiración de personas ahogadas. Después de cada operativo exitoso, con alegría, el Padre Sergej explicaba a su colegas que todo “fue una gracia de Dios”. Muchos le han pedido que escriba un libro, e incluso le sugirieron el título: “Las jornadas del cura-salvador”. 

Cuando un nuevo derrame cerebral le paralizó el brazo izquierdo, él se alegró porque “al menos con la derecha, puedo hacer la señal de la cruz”. A los 40 años parecía no haber más esperanzas. Sin embargo, se recuperó, y se entrenó para tomar con la mano izquierda su libro de oraciones, pese a quedar inválido por una esclerosis generalizada. El cansancio que conlleva moverse viene acompañado por una mueca de su cara, que él utiliza para comunicarse mejor con los niños de la unidad oncológica: “para aliviar sus sufrimientos, también me coloco una nariz de payaso”.