Papa: Vida consagrada, como Simeón ‘pidamos una mirada nueva, que sepa ver la gracia’

En la 24ta Jornada mundial de la vida consagrada, celebrada en el día de la Fiesta de la Presentación del Señor, el Papa Francisco preside una misa con miles de representantes de órdenes, comunidades religiosas, sociedades de vida apostólica. “Queridos hermanos y hermanas, no nos merecimos la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido”. El riesgo de “tener una mirada mundana” sobre la vida religiosa. “No alejarse del Señor, fuente de esperanza”.

 


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos a Dios por el don de la vida consagrada y pidamos una mirada nueva, que sepa ver la gracia, que sabe buscar al prójimo, que sabe esperar. Entonces también nuestros ojos verán la salvación”. Así el Papa concluyó su homilía durante la misa celebrada hoy por la tarde en la basílica de san Pedro en la fiesta de la Presentación del Señor, que coincide con la Jornada mundial de la vida consagrada, llegada a su 24ta edición. La misa fue precedida por el rito de la luz, desde la bendiciones de las velas y por la procesión hacia el altar de la confesión.  

A la asamblea compuesta por miles de representantes de diversas órdenes, comunidades religiosas, sociedades de vida apostólica, el pontífice presentó como modelo la figura del viejo Simeón, citado en el Evangelio de la Fiesta (Lucas 2, 22-40).

Ante todo, Simeón “vio en Jesús al Salvador… También vosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados, sois hombres y mujeres sencillos que habéis visto el tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo. Por eso habéis dejado cosas preciosas, como los bienes, como formar una familia. ¿Por qué lo habéis hecho? Porque os habéis enamorado de Jesús, habéis visto todo en Él y, cautivados por su mirada, habéis dejado lo demás. La vida consagrada es esta visión. Es ver lo que es importante en la vida. Es acoger el don del Señor con los brazos abiertos, como hizo Simeón. Eso es lo que ven los ojos de los consagrados: la gracia de Dios que se derrama en sus manos. El consagrado es aquel que cada día se mira y dice: “Todo es don, todo es gracia”. Queridos hermanos y hermanas: No hemos merecido la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido”.

La segunda característica es “ver la salvación”, o sea “es saber ver la gracia. Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en las debilidades, en las miserias. El tentador, el diablo insiste precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías: “En tantos años no mejoraste, no hiciste lo que podías, no te dejaron hacer aquello para lo que valías, no fuiste siempre fiel, no fuiste capaz…”. Nosotros vemos que eso, en parte, es verdad, y vamos detrás de pensamientos y sentimientos que nos desorientan. Y corremos el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de Dios”.

“Sobre la vida religiosa-precisó-  se cierne esta tentación: tener una mirada mundana. Es la mirada que no ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero. Pero la vida consagrada, cuando no gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca... Así uno se vuelve rutinario y pragmático, mientras dentro aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en resignación. Esto es a lo que lleva la mirada mundana”.

Una tercera característica de Simeón es que él “tenía familiaridad con el Espíritu Santo”.  La vida consagrada, si se conserva en el amor del Señor, ve la belleza. Ve que la pobreza no es un esfuerzo titánico, sino una libertad superior, que nos regala a Dios y a los demás como las verdaderas riquezas. Ve que la castidad no es una esterilidad austera, sino el camino para amar sin poseer. Ve que la obediencia no es disciplina, sino la victoria sobre nuestra anarquía, al estilo de Jesús”.

Simeón se define también siervo. “Quien tiene la mirada en Jesús- dijo Francisco-  aprende a vivir para servir. No espera que comiencen los demás, sino que sale a buscar al prójimo, como Simeón que buscaba a Jesús en el templo. En la vida consagrada, ¿dónde se encuentra al prójimo? En primer lugar, en la propia comunidad. Hay que pedir la gracia de saber buscar a Jesús en los hermanos y en las hermanas que hemos recibido”.

“Se necesitan miradas que busquen al prójimo, que acerquen al que está lejos. Los religiosos y las religiosas, hombres y mujeres que viven para imitar a Jesús, están llamados a introducir en el mundo su misma mirada, la mirada de la compasión, la mirada que va en busca de los alejados; que no condena, sino que anima, libera, consuela”.

En concreto, “los ojos de Simeón … eran ojos que aguardaban, que esperaban”.  “Saber esperar. Pero, mirando alrededor, es fácil perder la esperanza: las cosas que no van, la disminución de las vocaciones…Otra vez se cierne la tentación de la mirada mundana, que anula la esperanza. Pero miremos al Evangelio y veamos a Simeón y Ana: eran ancianos, estaban solos y, sin embargo, no habían perdido la esperanza, porque estaban en contacto con el Señor. Ana «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (v. 37). Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos ciegos”.