El Papa, a los nuevos cardenales: esperar al Dios cercano, sin caer en el sueño de la mediocridad y la indiferencia

En el altar de la cátedra, en la basílica de San Pedro, el papa Francisco celebró la misa con los nuevos purpurados creados ayer durante el Consistorio. “¿Por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué buscar padrinos para dar un paso más en la carrera?”. “Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir es algo para perdedores; en realidad,  es la apuesta segura”. “Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor”.

 


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – El Adviento, que comienza hoy, “es un tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios”. Y también es el tiempo de “nuestra vigilancia”, que nos permite huir del  “sueño de la mediocridad” y del “sueño de la indiferencia”. Son los temas que destacó Papa Francisco en su homilía de esta mañana, durante la misa con los nuevos cardenales creados en el Consistorio de ayer. Anoche se supo que luego de la ceremonia, los nuevos cardenales hicieron una visita a Benedicto XVI, junto al papa Francisco.

En la zona de la basílica de San Pedro que mira al altar de la cátedra, además de los nuevos cardenales y otros purpurados, estuvieron presentes casi cien fieles allegados a los nuevos cardenales. Todos llevaban colocada una mascarilla sanitaria y respetaron la distancia, conforme a las medidas de precaución adoptadas por la pandemia.

En la homilía, el papa primero resaltó el valor del Adviento, que marca el comienzo del año litúrgico y dijo que “al reconocer a Dios cercano y decirle: ‘¡Acércate más!’... hacemos nuestra invocación típica del Adviento: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20). Podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos importantes y en los difíciles: Ven, Señor Jesús”.

Cuando se está vigilantes, se espera el día “en medio de la oscuridad y el cansancio”. “Pasará la noche, aparecerá el Señor; Él, que murió en la cruz por nosotros, nos juzgará. Estar vigilantes es esperar esto, es no dejarse llevar por el desánimo, es vivir en la esperanza. Así como antes de nacer, nos esperaban quienes nos amaban, ahora nos espera el Amor mismo. Y si nos esperan en el Cielo, ¿por qué vivir con pretensiones terrenales ? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día? ¿Por qué buscar padrinos, para dar un paso más en la carrera?”. 

Cuando no estamos vigilantes, corremos el riesgo de dormir, de caer en el sueño “de la mediocridad” y de la “indiferencia”.

El sueño de la mediocridad llega cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila. Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto carcome la fe, porque la fe es lo opuesto a la mediocridad: es el ardiente deseo de Dios, es la valentía perseverante para convertirse, es valor para amar, es salir siempre adelante. La fe no es agua que apaga, sino fuego que arde; no es un calmante para los que están estresados, sino una historia de amor para los que están enamorados. Por eso Jesús odia la tibieza más que cualquier otra cosa (cf. Ap 3,16).  

Y entonces, ¿cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. Rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, e intercesores que día y noche llevan ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia”.

Luego está el sueño de la indiferencia. “El que es indiferente ve todo igual, como de noche, y no le importa quién está cerca. Cuando sólo giramos alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón. Comenzamos rápido a quejarnos de todo, luego sentimos que somos víctimas de los otros y al final hacemos complots de todo. Hoy parece que esta noche ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás”.

¿Cómo podemos despertar de este sueño de indiferencia? Con la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad. Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir sea algo para perdedores; en realidad es la apuesta segura, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor, cuando todo pasará y sólo quedará el amor. Es con obras de misericordia que nos acercamos al Señor. Se lo pedimos hoy en la oración colecta: «Aviva en tus fieles […] el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras». Jesús viene y el camino para ir a su encuentro está señalado: son las obras de caridad”.