Papa en Eslovaquia: La cruz no es un símbolo político, sino la fuente de una nueva forma de vida

“¡Cuántas personas generosas sufrieron y murieron aquí en Eslovaquia por el nombre de Jesús! Un testimonio que dieron por amor a Aquel que habían contemplado durante mucho tiempo. Tanto como para asemejarse a Él, incluso en la muerte. Pero también pienso en nuestra época, en la que no faltan oportunidades para dar testimonio”.


Prešov (AsiaNews) - Dar testimonio de la cruz de Jesús, que no es sólo "un objeto de devoción, mucho menos un símbolo político o un signo de importancia religiosa y social" y "no quiere ser una bandera para enarbolar, sino la fuente pura de una nueva manera de vivir”, como hicieron y siguen haciendo aquellos que pagan la fidelidad a su fe con el martirio. El Papa Francisco habla del testimonio de la fe en el tercer día de su viaje a Eslovaquia. Se encuentra en Prešov, no lejos de la frontera con Polonia, Hungría y Ucrania, y preside la Divina Liturgia Bizantina (en la foto) de San Juan Crisóstomo. Aquí, como en la vecina Ucrania, estuvo prohibida por los gobiernos comunistas cuando disolvieron la Iglesia greco-católica en 1950 y entregaron sus fieles y bienes a los ortodoxos. La Iglesia que "renació" en 1968, que vivió persecuciones y martirio, que ya tiene una tríada de mártires beatificados y otros en camino y que en esos años celebraba en secreto en las iglesias de rito latino.

Francisco se encuentra en la ciudad vinculada a la tradición greco-católica en el día dedicado a la exaltación de la cruz. Alrededor del altar hay más de 30 mil personas que lo recibieron con un entusiasmo desbordante, agitando miles de banderas (en la foto). Hay eslovacos, húngaros y polacos. También está presente el cardenal Stanislaw Dziwisz, antiguo secretario de Juan Pablo II, quien solía venir a esta zona cuando iba a esquiar a los  Montas Tatras y en 1995 dijo: "Aquí Oriente se encuentra con Occidente".

Delante de la cruz, dice Francisco, se puede ver "una de las tantas injusticias, uno de los tantos sacrificios cruentos que no cambian la historia, la enésima demostración de que el curso de los acontecimientos en el mundo no se modifica: a los buenos se los quita del medio y los malvados vencen y prosperan. A los ojos del mundo la cruz es un fracaso. Y también nosotros corremos el riesgo de quedarnos en esta primera mirada, superficial, que no acepta la lógica de la cruz; que no acepta que Dios nos salve dejando que se desencadene sobre sí el mal del mundo. No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios débil y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran tentación. Cuántas veces aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril”.

“¿Cómo podemos aprender a ver la gloria en la cruz? Algunos santos han enseñado que la cruz es como un libro que, para conocerlo, hay que abrirlo y leerlo. No basta adquirir un libro, echarle un vistazo y colocarlo en un lugar visible de la casa. Lo mismo ocurre con la cruz: está pintada o tallada en cada rincón de nuestras iglesias. Hay innumerables crucifijos: en el cuello, en casa, en el auto, en el bolsillo. Pero no sirve de nada si no nos detenemos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se llena de conmoción y no lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros. Si no hacemos esto, la cruz queda como un libro sin leer, del que se conoce bien el título y el autor, pero que no repercute en la vida.

“No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción y mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social. De la contemplación del Crucificado nace el segundo paso: dar testimonio. Si sumergimos la mirada en Jesús, su rostro comienza a reflejarse en el nuestro, sus rasgos se vuelven los nuestros, el amor de Cristo nos conquista y nos transforma. Pienso en los mártires, que dieron testimonio del amor de Cristo en tiempos muy difíciles de esta nación, cuando todo aconsejaba callar, resguardarse, no profesar la fe. Pero no podían dejar de dar testimonio. ¡Cuántas personas generosas aquí en Eslovaquia sufrieron y murieron a causa del nombre de Jesús! Un testimonio por amor a Aquel que habían contemplado largamente. Tanto como para asemejarse a Él, incluso en la muerte. Pero también pienso en nuestro tiempo, en el que no faltan ocasiones para dar testimonio. Aquí, gracias a Dios, nadie persigue a los cristianos como en muchas otras partes del mundo”.

“Pero el testimonio puede ser empañado por la mundanidad y la mediocridad. La cruz en cambio exige un testimonio límpido. Porque la cruz no quiere ser una bandera para enarbolar, sino la fuente pura de una nueva manera de vivir. ¿Cuál? La del Evangelio, la de las Bienaventuranzas. El testigo que tiene la cruz en el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos y hermanas por los que Jesús ha dado la vida. El testigo de la cruz no recuerda los agravios del pasado y no se lamenta del presente. El testigo de la cruz no usa los caminos del engaño y del poder mundano, no quiere imponerse a sí mismo y a los suyos, sino dar su propia vida por los demás. No busca sus propios beneficios para después mostrarse devoto, esta sería una religión del doblez, no el testimonio del Dios crucificado. El testigo de la cruz persigue una sola estrategia, la del Maestro, que es el amor humilde. No espera triunfos aquí abajo, porque sabe que el amor de Cristo es fecundo en lo cotidiano y hace nuevas todas las cosas desde dentro, como la semilla que cae en la tierra, muere y da fruto”.

“Queridos hermanos y hermanas - siguió diciendo - ustedes han visto testigos. Conserven el amado recuerdo de las personas que los han amamantado y criado en la fe. Personas humildes y sencillas, que han dado la vida amando hasta el final. Ellos son nuestros héroes, los héroes de la vida cotidiana, y sus vidas son las que cambian la historia. Los testigos engendran otros testigos, porque son dadores de vida. Y así se difunde la fe. No con el poder del mundo, sino con la sabiduría de la cruz; no con las estructuras, sino con el testimonio. Y hoy el Señor, desde el silencio vibrante de la cruz, nos pregunta a todos nosotros, te pregunta también a ti: ‘¿Quieres ser mi testigo?’. Con Juan, en el Calvario, estaba la Santa Madre de Dios. Nadie como ella vio abierto el libro de la cruz y dio testimonio de él a través del amor humilde. Por su intercesión, pidamos la gracia de convertir la mirada del corazón al Crucificado. Entonces nuestra fe podrá florecer en plenitud, entonces madurarán los frutos de nuestro testimonio”.

La jornada del Papa incluyó otros dos encuentros. Con la comunidad gitana en el barrio Luník IX de Košice y luego con los jóvenes en el estadio Lokomotiva de la misma ciudad. (FP)