23/06/2017, 11.03
ASIA - EUROPA
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Asia-Europa: la crisis de los derechos humanos (y del libre comercio)

de Luca Galantini

La rara toma de posición del embajador alemán Michael Clauss, pidiendo la liberación de Mons. Pedro Shao Zhumin y la libertad de comercio en la Nueva Ruta de la Seda, sobre la cual se cierne la sombra del monopolio chino. Ante la fragmentación del sistema normativo internacional, Europa permanece silenciosa. En lugar de las democracias surgen regímenes autocráticos, nacionalismos violentos y satrapías orientales. Y Trump vende armas a Arabia Saudita.  

Milán (AsiaNews) – En los últimos días, el embajador de la República Federal de Alemania en China, publicó en el sitio oficial de la embajada un insólito comunicado de protesta dirigido al gobierno chino en vista de las crueles persecuciones que está llevando a cabo desde hace tiempo contra el obispo Mons. Pedro  Shao Zumin.

El embajador Michael Clauss (v. foto 2) ha pedido de manera explícita la liberación del obispo de Wenzhou, fiel a la Iglesia católica, a la vez que ha manifestado fuertes temores por el “apriete” legislativo con el cual el régimen totalitario de Beijing pretende reprimir ulteriormente la libertad religiosa en China.

Lamentablemente, la noticia pasó desapercibida en Europa y en términos más generales en Occidente, cuando en realidad ameritaría la mayor atención.

La toma de posición del embajador Clauss ante la violación de los derechos humanos en China surge luego de las declaraciones brindadas acerca de la posibilidad concreta de que se desarrolle el faraónico programa estratégico de inversiones estructurales lanzado por el gobierno chino, más conocido como One Belt, One Road (OBOR, la Nueva Ruta de la Seda), con el cual el presidente Xi Jinping pretende afirmar de facto un nuevo liderazgo geopolítico chino a nivel planetario

Frente a este programa estratégico, surgen dudas y oportunidades a la par: por un lado, las concretas oportunidades de desarrollo económico y de distribución del bienestar entre amplios sectores de la población asiática, medio-oriental, africana y europea; por otro, el temor, más que razonable, de que este enorme plan de inversiones presente un perfil normativo y político regido exclusivamente por una mirada sino-céntrica, es decir, absolutamente carente de equilibrio y desventajoso para los Estados europeos invitados a participar en calidad de socios, siendo que los protocolos contractuales y diplomáticos chinos relativos colocarían a Beijing en una situación privilegiada, favoreciendo que termine detentando un rol de tomadora de decisiones en cada programa, dando lugar a una forma de proteccionismo y monopolio global que recuerda peligrosamente a las lógicas políticas de poder de los imperios occidentales del siglo pasado.

La Unión Europea (UE) en particular, ha fundado todos sus tratados jurídicos sobre la base política del principio de la más vasta tutela de las libertades de la persona, los denominados pilares de la libre circulación de personas e ideas, de bienes y servicios, de productos y capitales, según la lógica liberal del sistema democrático en un libre mercado.

Pero este abordaje político internacional lamentablemente parece estar siendo desmentido por las tendencias de cambio que se observan en el balanceo de poder sobre el planeta, y la UE, que siempre se ha jactado de ser una “civil power”, una potencia civil, que por lo tanto se abstiene del recurso a lógicas propias de una potencia militar, musculares y monopolistas, en las relaciones internacionales, no parece ser capaz de favorecer e imponer sistemas de cooperación y desarrollo pacífico, precisamente en nombre del primado de los derechos de los ciudadanos.

Ambos casos han sido objeto de atención del embajador alemán en China, las persecuciones contra el obispo de Wenzhou y el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, un hilo rojo conductor que coloca en el centro la cuestión de la crisis efectiva que atraviesa el rol de la rule of law, de la tutela de las libertades de la persona y de la democracia en las relaciones internacionales, y este es un punto del cual las cancillerías europeas en particular, parecen estar rehuyendo, a pesar de darse las mejores declaraciones de buena voluntad.

El riesgo no ha de ser subestimado en absoluto, es más, los eruditos y analistas son bien conscientes de la enorme partida de ajedrez que se está jugando en el continente asiático entero a nivel de relaciones políticas internacionales, al inicio de este milenio, con la fragmentación del sistema normativo de derecho internacional, de clara impronta occidental con el cual la ONU, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial aspiraba a garantizar la paz y la seguridad internacional, tal como recita el artículo primero de su estatuto.

La globalización ha permitido que regiones enteras de Asia, que sufrían un atraso económico,  pudiesen recuperar el tiempo perdido, y estos países emergentes ya no están dispuestos a seguir el modelo occidental de la democracia liberal y del libre mercado. En el Oriente Medio, las monarquías, los emiratos y las repúblicas de inspiración fundamentalista, están sacando grandes ventajas del fracaso de las primaveras árabes, imponiendo al mundo entero modelos que están muy lejos de la democracia, en virtud de la enorme riqueza financiera acumulada; en China, tenemos un régimen autocrático marxista ya veterano, con una economía de mercado que ignora las libertades civiles del ciudadano, como recuerda Lai Pan Chiu justamente en las páginas de AsiaNews; en la India, el populismo nacionalista hindú pone a dura prueba el modelo pluralista religioso y democrático en el cual creía el Mahatma Gandhi.

La ilusión peligrosa en la cual se debate Europa es continuar creyendo que los países asiáticos se alinearán pasivamente a la idea occidental de un orden internacional, basado en la democracia y el estado de derecho; en realidad, bien sabemos que a menudo estos nobilísimos principios han sido usados de manera instrumental, y que incluso han sido pisoteados por Occidente mismo por razones de interés político, mientras que la UE debiera haber asumido en los hechos el liderazgo de potencia civil para la promoción y puesta en común de dichos principios a nivel internacional, en un respeto de las diferentes identidades históricas.

 

El riesgo concreto que temen los estudioso en la materia, es que el planeta ya no se reconozca más dentro de un sistema político internacional basado en la cooperación y concertación de todos los países a través de la ONU, un sistema que ciertamente renguea, pero que ha permitido impedir, en tantas ocasiones, que el enfrentamiento político degenerase en uno de tipo bélico.

La consecuencia podría ser, como afirma el célebre politólogo Charles Kupchan, otrora consejero del Presidente de los EEUU Bill Clinton, que el futuro geopolítico de Asia y de Occidente se constituya en “fortalezas” a modo de autarquías, tanto ideológica como políticamente, que no comparten una plataforma de valores comunes de libertad, derechos humanos y democracia, sino que compiten o más bien entren en conflicto entre ellas.

Si Europa tiene intenciones de proponerse ante Asia como interlocutor autorizado para un crecimiento pacífico y compartido, debe necesariamente reconstruir su propia unidad política, implementando políticas de crecimiento democrático que coloquen en el centro la atención a un sector cada vez más amplio de la clase media, en lugar de permitir que primen los intereses de pequeños grupos oligárquicos de poder, que están dispuestos a tratar con las satrapías orientales. Los acuerdos contractuales colosales para el aprovisionamiento militar, firmados entre el presidente Donald Trump y el rey Salman de Arabia Saudita (foto 3) conforman un elocuente ejemplo de cuan peligrosas pueden ser semejantes decisiones.

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