28/02/2018, 15.56
VATICANO
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Card. Parolin: cuando la medicina no pueda curar, no renuncien a “cuidar”

La Carta del Secretario de Estado vaticano a un congreso sobre cuidados paliativos. “El límite exige no sólo que éste sea combatido y sorteado, sino también que éste sea reconocido y aceptado. Y esto significa no abandonar a las personas enfermas, sino, por el contrario, estarles cerca y acompañarlas en la difícil prueba que se presenta ante el final de la vida”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La medicina no es solamente derrotar las enfermedades, sino también ocuparse del enfermo cuando es imposible la curación. En esta tarea asumen una importancia particular los cuidados paliativos, es decir, aquellos que sirven para combatir los dolores de la enfermedad, pero –y aún cuando para la Iglesia también sea aceptable la posibilidad de acceder, cuando se acerca el momento de la muerte- la sedación, sobre todo cuando ésta es prolongada y profunda, “resulta, siempre al menos en parte, insatisfactoria” en tanto “queda anulada aquella dimensión relacional y comunicativa” que es “crucial en el acompañamiento de los cuidados paliativos”.  

La sedación profunda, utilizada para aliviar los dolores del enfermo terminal “ha de ser considerada un remedio extremo, tras haber examinado y aclarado con atención las indicaciones”. Es lo que escribe el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, en una carta dirigida a Mons. Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia academia para la vida, en ocasión de la inauguración del Congreso Internacional sobre  “Palliative Care: everywhere & by Everyone. Palliative care in every region. Palliative care in every religion or belief”, organizado por la misma Pontificia academia. Durante el evento se hará la presentación oficial del proyecto PAL-Life, ideado y realizado por la Pontificia Academia para la vida, para la difusión global de los cuidados paliativos.

En su carta, el Card. Parolin destaca que “se trata de temas referidos a los momentos finales de nuestra vida terrena, y que ponen al ser humano frente a un límite que aparece como insuperable para la libertad, que a veces genera rebelión y angustia. Por ese motivo, en la sociedad de hoy en día se busca, de muchas maneras, evitarlo y removerlo, pasando por alto la inspirada indicación del Salmo: «Enséñanos a contar nuestros días, para que obtengamos un corazón sabio» (89,12). Así, nos privamos de la riqueza oculta, precisamente, en la finitud, y de una ocasión de madurar en pos de un modo de vivir más sensato, tanto en el plano personal como social.

Los cuidados paliativos, en cambio, no secundan esta renuncia a la sabiduría de la finitud, y encontramos aquí un ulterior motivo de la importancia de estas temáticas. Éstos indican el redescubrimiento de la vocación más profunda de la medicina, que consiste ante todo en cuidar; su tarea es cuidar siempre, aún cuando no siempre sea posible curar.  Por cierto, la tarea médica se basa en el compromiso incansable de adquirir nuevos conocimientos y derrotar un número de enfermedades cada vez mayor. Pero los cuidados paliativos atestiguan dentro de la práctica clínica, la conciencia de que el límite exige no sólo que este sea combatido y sorteado, sino también reconocido y aceptado. Y esto significa no abandonar a las personas enfermas, sino por el contrario, estarles cerca y acompañarlas en la difícil prueba que se presenta cuando se llega al final de vida”.

Acompañar a las personas en la etapa final de la vida, recuerda el cardenal, si se apunta a combatir el dolor, es algo muy distinto a la eutanasia. “El Papa Pío XII ya había legitimado con claridad, distinguiéndola de la eutanasia, el suministro de analgésicos para aliviar los dolores insoportables que no puedan ser tratados de otra manera, incluso cuando, en la fase de muerte inminente, éstos fueran causa de un acortamiento de la vida (cfr.  Acta Apostolicae Sedis XLIX [1957], 129-147). Hoy, tras muchos años de investigación, el acortamiento de la vida ya ha dejado de ser un efecto colateral frecuente, pero el interrogante vuelve a plantearse con fármacos nuevos, que actúan sobre el estado de conciencia y tornan posibles diversas formas de sedación. El criterio ético no cambia, pero el empleo de estos procedimientos siempre requiere un atento discernimiento y mucha prudencia. Éstos son muy penosos, tanto para los enfermos, como para los familiares y para quienes se dedican a los cuidados: con la sedación, sobre todo cuando ésta es prolongada y profunda, se anula esa dimensión relacional y comunicativa que hemos verificado ser crucial en el acompañamiento de los cuidados paliativos. Ésta resulta, por tanto, siempre, al menos en parte, insatisfactoria, por lo cual debe ser considerada como remedio extremo, tras haber examinado y aclarado con atención las indicaciones”.

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