22/03/2018, 13.29
SIRIA
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Caritas Siria: En el abismo del conflicto, historias de esperanza y solidaridad

A ocho años del inicio de la guerra, hay cuando menos 12 millones de personas viviendo en condiciones de necesidad extrema. Las víctimas no son números, sino rostros. Un joven que perdió sus piernas en la explosión de un misil, vuelve a caminar, gracias a las prótesis. Una mamá puede conseguir leche en polvo para sus gemelos malnutridos. Una casa digna, y medicinas para una pareja de ancianos.   

Damasco (AsiaNews) – Habiendo ingresado a su octavo año hace días, el conflicto sirio continúa segando víctimas inocentes entre la población civil, e incluso niños. Según los últimos datos, hay cuando menos 12 millones de personas viviendo en condiciones de urgente y extrema necesidad. Una crisis humanitaria sin precedentes desde la Segunda Guerra mundial, que los responsables de Caritas en el lugar tratan de afrontar, llevando ayuda y consuelo a la mayor cantidad posible de personas.  Las emergencias médicas y de vivienda son las más relevantes: cerca de seis millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus casas y a buscar alojamiento o un refugio en uno de los tantos centros de acogida diseminados por el país. La mitad de estos se encuentran en zonas de difícil acceso. Entre los mismos operadores del ente caritativo católico, también hay varios evacuados que han tenido que desplazarse.  

Con la ayuda de expertos y voluntarios de Caritas que se desempeñan en el territorio, AsiaNews presenta algunas historias de personas que son víctimas del conflicto, pero que en el momento más oscuro de su vida, han redescubierto la luz de la solidaridad y de contar con el apoyo recíproco.  

Rabee Zarife tiene 15 años y, junto a su familia, se mudó al centro de Damasco cuando estalló la violencia en su pueblo, situado en los suburbios de la capital. El padre murió al caer un misil sobre el negocio de su propiedad; el joven logró salvarse, pero perdió las dos extremidades inferiores en el ataque. “Estaba en el suelo, sentía un dolor fuertísimo –cuenta- y ni siquiera lograba entender qué me había sucedido”. Su corazón dejó de latir, y por un momento, las personas a su lado lo creyeron muerto. “Una enfermera me cubrió el rostro –recuerda- pero notó un leve movimiento de mi mano. Me practicaron masaje cardíaco con un desfibrilador y volví a la vida. Le obedecí a mi padre, que me decía que tenía que seguir con vida”.  

Un grupo de activistas de Caritas conoció a Rabee cuando él estaba internado en un hospital en Damasco, poco tiempo después del incidente, y emprendió un programa de ayuda orientado a él y a su familia: comida, ropa, atención médica y apoyo psicológico. A esto se sumaron otros apoyos –silla de ruedas, muñones, prótesis- que han permitido al joven volver a moverse –aunque de una manera distinta- y caminar.

Un año atrás, cuenta su madre, él era como un niño, que “gateaba y me seguía” por el apartamento. “Se me partía el corazón cuando lo veía sin piernas –agrega-. No puedo expresar la alegría que sentí cuando volví a verlo de pie, gracias a las prótesis, en busca de una forma nueva de independencia”.

A lo largo de todos estos años de conflicto, se ha incrementado la tasa de pobreza; hoy en día, seis de cada 10 sirios viven en condiciones de necesidad extrema y ni siquiera cuentan con el dinero para poder comprar comida y los artículos de primera necesidad. Es el caso de Nessrine, que vive en Hassakeh, en el nordeste del país. La mujer ni siquiera podía comprar la leche en polvo para saciar el hambre de sus dos gemelos, y entonces utilizaba leche de vaca. La salud de los pequeños fue empeorando y la madre empezó a desesperar.

“Su llanto de hambre se sentía en todo el vecindario” -recuerda ella-. “La leche de vaca no era suficiente, los hacía sentir débiles y por sus gemidos, era evidente que se sentían mal. La organización cristiana local comenzó a entregar a la mujer la leche de fórmula que sus niños necesitaban para crecer, brindándole todos los meses la provisión necesaria. Recientemente, un equipo de médicos examinó a los niños en una consulta, y los halló en buenas condiciones de salud. “Sin esta ayuda, los habría perdido –subraya Nessrine- o hubiera contraído deudas para poder alimentarlos”.

Khaled tiene 45 años y proviene de Alepo, pero huyó durante el período más oscuro de la metrópoli del norte, que durante largo tiempo fue el epicentro del conflicto, refugiándose con su familia en un barrio pobre de Latakia, una pequeña ciudad costera bajo el control del gobierno. “Tuvimos que huir de Alepo porque la situación era difícil –explica-. En Latakia llegamos en unas condiciones psicofísicas tremendas, con problemas de salud y de finanzas [...] y  no teníamos más alojamiento que una habitación pequeña, en el sótano de un edificio. Lamentablemente ésta ni siquiera tenía un ventanita con la cual darnos un poco de aire o de luz durante el día”.

Caritas quiso ayudar a esta familia colaborando con el pago del alquiler de un apartamento más amplio y digno, ubicado en un área más segura, y en la cual pudieran gozar de la luz del día. Son la luz –concluye Khaled- que “ha entrado en nuestras vidas”

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 57% de los hospitales públicos de Siria ha sufrido graves daños, y el 37% no está funcionando. Datos que fueron confirmados anteriormente por el nuncio apostólico, el Card. Mario Zenari, cuando, en diálogo con AsiaNews, se había referido a la situación en Siria como “colapsada”. Abu Malek, de 75 años, vive en una tienda junto a su esposa, y luchan para recibir la atención médica que necesitan. “Somos ancianos, y necesitamos tomar medicamentos todos los meses” –explican- “pero esto es una cuestión ardua, porque de por sí ya nos cuesta mucho conseguir la comida diaria, para poder sobrevivir”. Los activistas católicos los incorporaron a un programa de apoyo para tratamientos médicos, proveyéndoles las necesidades primarias. “Realmente no sé cómo agradecerles –subraya- ahora ya no tenemos que preocuparnos por nada”. El número de víctimas de este devastador conflicto continúa creciendo con el correr del tiempo, pero las víctimas –concluyen los responsables de Caritas- no son números, sino que tienen rostros, son personas como Rabee, que puede volver a caminar, o como Abu Malek, que puede tomar sus medicamentos. (DS)

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