13/05/2019, 16.12
LÍBANO - VATICANO
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El Líbano llora la desaparición del patriarca Sfeir, custodio de la unidad nacional

de Fady Noun

Nacido en el año de la proclamación del Gran Líbano, él fue testigo de los principales acontecimientos que han caracterizado la historia reciente. Patriarca Rai: El país pierde un “ícono”. Una de sus mayores preocupaciones fue la unidad y la independencia de la nación. Supo desafiar el muro de “intimidación y terror” levantado por los sirios.     

Beirut (AsiaNews) - El patriarca Nasrallah Boutros Sfeir, 76º sucesor de San Marón, el fundador de la Iglesia maronita, apagó su vida el 12 de mayo, víctima de una infección pulmonar, a pocos días de festejar su cumpleaños número 99. El purpurado había nacido el 15 de mayo de 1920. Será sepultado el jueves 16 de mayo en Bkerké, sede del patriarcado. El país observará un luto de alcance nacional y los empleados públicos no trabajarán ese día.

Nacido en el mismo año de la proclamación del Gran Líbano, apenas se concluyó la Primera Guerra Mundial, el patriarca fue testigo de todos los grandes virajes que han caracterizado la vida del Líbano desde su nacimiento “internacional” en 1920. La proclamación de su independencia (1942), la creación del Estado de Israel (1948) y la llegada de la primera ola de refugiados palestinos, la salida de las tropas sirias (2005) luego del retiro del ejército israelí en el año 2000, que había ingresado por primera vez en el territorio del Líbano en 1978. Y aún más, los 15 años de guerra civil que conmocionaron al país (1975-1990), sin olvidar la invasión pacífica, pero cuyas consecuencias fueron gravísimas, de la marea de refugiados sirios que huyeron de su patria tras estallar la guerra en Siria (2011).

Sfeir se desempeñó en el cargo de patriarca desde 1986 hasta el 2011, año en que, fue apremiantemente impulsado por el Vaticano (y por la edad) a ceder el lugar a uno más joven, el patriarca Béchara Boutros Raï. Y fue justamente este último quien, al anunciar su fallecimiento durante la homilía dominical, resaltó que, con su partida, el Líbano pierde “un ícono”. Un ícono de piedad, idoneidad y fuerza, frente a las adversidades y a todo aquello que pudiera desvirtuar la convivencia islámico-cristiana en el Líbano.  

Prácticamente toda la carrera eclesiástica del patriarca Sfeir transcurrió en la sede patriarcal de Bkerké. Nacido en Reyfoun, único varón de seis hijos, Nasrallah Sfeir ingresó al seminario contra la voluntad de sus padres. Fue ordenado sacerdote en 1950. Conocido por su inteligencia, tanto o más que por su discreción, hizo su entrada a la secretaría de la sede patriarcal de Bkerké en 1956. En 1962 fue consagrado obispo y permaneció al servicio de los patriarcas Boulos (Paul) Méouchy y Antonios Khoreiche. Fue así que pudo observar de cerca cómo se gestaban los peligros que luego iban a culminar en la guerra civil libanesa y  los fallidos intentos del cardenal Achille Silvestrini -durante el pontificado de Juan Pablo II- de poner fin a la espiral de violencia en el Líbano.

Más allá de todos los homenajes sinceros y afectuosos que le han rendido las figuras públicas libanesas, el patriarca Sfeir seguirá siendo el hombre de los dos grandes momentos de la vida nacional: el de la visita de Juan Pablo II al Líbano (1997) y el de la salida de las tropas sirias del territorio en el 2005, como resultante de una formidable revuelta pacífica ocurrida el 14 de marzo de 2005, a un mes del asesinato del Primer Ministro Rafic Hariri (14 de febrero de 2005). Dos grandes momentos que se destacaban por figurar entre las mayores preocupaciones de este hombre de Iglesia, que jamás aspiró a ocupar un rol político: la preocupación por la unidad del pueblo libanés y por su independencia, su libertad.

Y fue precisamente el objetivo primordial de la unidad del pueblo libanés lo que llevó al jefe de la Iglesia maronita a acoger favorablemente la decisión del Papa Juan Pablo II de dedicar al Líbano una Asamblea especial del Sínodo de Obispos en 1995.

En una carta dirigida a todos los obispos de la Iglesia Católica en 1989, Juan Pablo II retomó una fórmula que habría de cosechar triunfos en la vocación histórica de un Líbano, que “más que una nación [...] , es un mensaje de libertad y un ejemplo de pluralismo para Oriente y Occidente”.

Este mensaje, basado en la capacidad de convivir que respira el país, será como una brújula para el patriarca Sfeir en los grandes momentos de la vida nacional, en particular en el acuerdo de Taëf (1989), que pone punto final a la guerra civil. Un acuerdo cuyos detalles fueron ultimados por él junto al presidente de la Cámara, Hussein Husseini, “hasta la última coma”, ateniéndose a cuanto refiere el actual patriarca, Béchara Boutros Raï. la aprobación de este acuerdo le valió al patriarca una de las más grandes humillaciones de su vida, cuando los partisanos del general Michel Aoun, hostiles al acuerdo, invadieron el patriarcado maronita y usaron la violencia física contra el mismísimo patriarca.

La preocupación por la unidad de los libaneses -que no quiere decir uniformidad o desaparición de las particularidades comunitarias- solo puede compararse con la que tenía por su independencia. En realidad, el patriarca Sfeir no era ningún iluso en lo que respecta al rol manipulador y perverso que Siria venía jugando en el Líbano, y en cuanto a su responsabilidad apuntando a una desestabilización.

En marzo de 1986, un mes antes de la elección del patriarca Sfeir, la Santa Sede había promovido un plan de salida de la guerra que al cardenal Achille Silvestrini, principal artífice de la diplomacia vaticana bajo el pontificado de Juan Pablo II, le fue encomendado poner en acto. A su llegada al Líbano, él se abocó fundamentalmente a dar vida a un encuentro nacional islámico-cristiano. Sin embargo, él no lograría perforar el muro de intimidaciones y terror que Siria había sido capaz de levantar entre los libaneses.  

En aquella época, para poder hablar con una personalidad cristiana, una figura política musulmana debía obtener previa autorización de los servicios secretos sirios y, de tener un visto bueno, rendir cuentas, tras el encuentro, de todo aquellos que se había discutido. Y es precisamente este “muro de intimidación y terror” lo que el patriarca y el Sínodo de obispos maronitas se atrevieron a desafiar al exigir, en el año 2000, la retirada de las tropas sirias del territorio del Líbano, en conformidad con el acuerdo de Taëf.

Sería demasiado extenso querer evocar toda la historia de la guerra en este breve artículo. Sin embargo, bastará con decir que si el patriarca “quebrantó el tabú” sirio, es como consecuencia de los ataques infligidos por Hezbollah, frente a los cuales los israelíes, que también estuvieron implicados en el conflicto libanés, decidieron retirar sus tropas del Líbano (24 de mayo del 2000). Una ocupación que a Siria le sirvió como pretexto para perpetrar la toma del país.

Los sirios abandonaron el Líbano recién en el 2005, luego del asesinato del Primer Ministro  Rafic Hariri y tras la revuelta del 14 de marzo, que fue rebautizada como la “Revolución de los cedros”.

A pesar del dolor y del derramamiento de sangre, el asesinato de Rafic Hariri conducirá a la unión de los libaneses -con la sola excepción de los Hezbollah- en su búsqueda de independencia. Por tanto, el 14 de marzo seguirá siendo una hora de gloria para los libaneses, al igual que para el patriarca Sfeir. Y no será la única. En 1997, con la visita de Juan Pablo II al Líbano, que viajó para entregar a los libaneses la exhortación post-sinodal, el patriarca tuvo otro momento de gloria y consuelo. Y de unidad. La visita histórica de un patriarca al palacio de Moukhtara y su recibimiento en la montaña drusa por parte de  Walid Joumblatt, constituyen otro momento significativo. Todos los momentos más gloriosos representaron al mismo tiempo una ocasión de unidad nacional.

Las personas allegadas a él cuentan que el patriarca Sfeir -a quien comparan con una efigie, si bien con palabras simples, que alguien podría malinterpretar-  cruzó serenamente el umbral entre los dos mundos. A la mañana siguiente de aquél 14 de marzo y de la partida de las fuerzas sirias que ocupaban el Líbano, él declaró que había tenido la prueba de que existe una Providencia para la nación, tal como la hay para las personas. En su círculo íntimo, el patriarca emérito amaba repetir este lema atribuido al Papa Juan XXIII que, en medio de las tensiones vividas durante el Vaticano II, no conciliaba el sueño. “Duerme Ángel, duerme, que existe una Providencia”, y eso mismo amaba repetir, para recuperar el sueño.

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