05/02/2018, 11.18
RUSIA
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El Patriarca Kirill y el Vicario Tíjon, dos modelos para la Iglesia Rusa

de Vladimir Rozanskij

Ambos son protagonistas del “renacimiento religioso” ruso luego del fin del comunismo. Kirill propone la “Doctrina social de la Iglesia ortodoxa rusa”, que es el manifiesto político de Putin; TÍjon propone la fe como “guardiana de los valores morales”. Él es el “padre espiritual” de Putin. Una “nueva sinfonía” entre Estado e Iglesia. Los riesgos de un nuevo cesaropapismo, una relectura de la historia que valoriza a Stalin y el “sacrificio necesario” de la Iglesia en las manos del Estado.

Moscú (AsiaNews) – En medio de las polémicas por las películas históricas sobre el zar y sobre Stalin, y las discusiones conmemorativas de la Revolución y del Concilio de 1917, hay dos figuras que, emergen, cada vez más, como puntos de referencia para la vida y el futuro de la Ortodoxia Rusia. Se trata del Patriarca Kirill (Gundjaev), que encabeza la Iglesia moscovita desde el año 2009, y su obispo auxiliar Tíjon (Shevkunov), que se desempeña hace tres años como titular de la sede de Egorevsk, y se volvió conocido a partir de 1998 por ser “padre espiritual” del presidente Putin.

Ambos son protagonistas activos del “renacimiento religioso” ruso que se produjo tras el fin del comunismo, hace ya casi 30 años. Obispo y luego metropolita desde los años soviéticos, Kirill se vuelve popular como predicador con un afortunado programa, “La voz del Pastor”. Tíjon, que en los años ’80 se convirtió en monje en Pskov, en el único monasterio masculino permitido por el régimen, describe el pasaje del ateísmo al redescubrimiento de la fe en un libro sobre la vida de  su monasterio, “Santos no santos”, que tuvo una enorme difusión. El primero, que ya era el gran director de la decisiones patriarcales mucho antes de ascender a la sede más prestigiosa, se convierte en el principal inspirador de los cambios sociales y políticos a fines del período “occidental” yelsiniano, cuando, en el año 2000, logró que el Sínodo jubilar de obispos aprobara el documento sobre la “Doctrina Social de la Iglesia Ortodoxa Rusa”, que, de hecho, es el programa ideológico del nuevo presidente Putin.  En esos mismos años, Tíjon acompañaba el nuevo líder -en aquél entonces poco conocido- en los viajes por el país e incluso al exterior, inspirando leyes “moralizadoras” en contra de la venta de bebidas alcohólicas, en contra del humo y a favor de la defensa de la familia cristiana tradicional. Desde entonces, los dos se dividieron la escena de la gran restauración del Estado ortodoxo al lado del presidente Putin, asumiendo roles diversos, a veces complementarios, pero a menudo también, y sobre todo, alternativos.  También se dice que el nombramiento de Tíjon como obispo auxiliar fue impulsado, de alguna manera, por el Kremlin, y su sede efectiva es el monasterio, por él restaurado y que ocupa una parte del territorio de la plaza Lubjanka, la infame sede central de la KGB, al punto de ser conocido como “el obispo de Lubjanka”.

 

El Patriarcado colaboracionista

En las últimas semanas, además de las numerosas consideraciones sobre el centenario de la revolución y del martirio del zar Nicolás II, hubo algunas declaraciones de dos prelados que se concentaron justamente en el rol del Patriarcado en la vida de la Iglesia, recordando también su restauración en los dramáticos días de la revolución de 1917. Al referirse al Patriarca entonces electo, cuyo nombre también era Tíjon (Bellavin), el debate estuvo dedicado a las famosas declaraciones de sumisión al poder soviético -suscriptas por el patriarca mismo en 1922 y por su teniente Sergij (Stragorodskij) en 1927- que pusieron a la Iglesia al servicio del régimen ateísta. El mismo Sergij luego se convierte, en 1943, en sucesor de Tíjon y “patriarca de Stalin”, ligando la Iglesia a la figura del dictador georgiano, cuya popularidad está volviendo a tener cada vez mayor auge en la Rusia de Putin.

De esta manera, la posición de Sergij marcó a fondo la vida de la Iglesia rusa en los años soviéticos, al punto de imponer la denominación de sergianstvo para referirse a la medida de colaborar con el Estado, una acusación que los rusos en el exterior echaban en cara a los jerarcas rusos. Al final del comunismo, la cuestión es afrontada oficialmente tan sólo una vez, en el sínodo de 1992, presidido por el Patriarca  Alejo II, pidiendo perdón por la colaboración con los perseguidores, pero también justificándola en función de la salvación de la Iglesia misma, En las últimas semanas, tanto Kirill como Tíjon han retomado varias veces estos argumentos. Al bendecir un monumento dedicado a los 150 años del nacimiento del patriarca Sergij, Kirill declaró que “él tuvo que olvidarse de sí mismo, para que la Iglesia pudiera proseguir su existencia histórica, para no ser expulsada de la vida del pueblo”. En una entrevista a  Radio Svoboda, Tíjon, por su parte, hizo una descripción del patriarca colaboracionista: “El metropolita Sergij justificó su política eclesiástica con la convicción de que, en caso de que la Iglesia saliera de la clandestinidad, los bolcheviques inmediatamente habrían implantado en el país la propia iglesia no canónica de los innovadores”.

 

El “sacrificio necesario”

Por lo tanto, ambos sostienen la tesis del “sacrificio necesario” como motivo del compromiso, pero la imagen de  la Iglesia parece ser levemente distinta. El actual patriarca Kirill a menudo resalta la necesidad de colaborar, pero con una dignidad par en lo que respecta a las autoridades civiles, que no deben entrometerse en las cuestiones eclesiásticas. Según el obispo Tíjon, la Iglesia “comunista” de los innovadores u obnovlentsy en realidad habría intentado realizar la verdadera vocación de la Iglesia ortodoxa rusa, en vista de la cual la misma no puede existir sin el Estado; en lugar de hacerlo entonces, sometiéndose al ateísmo del Estado, habría llegado el momento de realizar ahora aquél modelo, la “nueva sinfonía” en la cual el jefe del Estado es también la guía temporal de la Iglesia, el verdadero autócrata ortodoxo que interpreta el alma del pueblo.  

Los dos modelos, el de la “dignidad par” de Kirill, y el de la “Iglesia neo-imperial” de Tíjon, se vienen confrontando de manera particularmente aguda desde hace cuatro años, luego de que la anexión de Crimea proclamara, simbólicamente, el retorno del imperialismo étnico-religioso como proyecto principal de la política rusa. No es casual que, justamente en estos años, los sondeos muestren una creciente popularidad de la memoria de Stalin en la población, que, junto a Iván el Terrible y al zar-mártir Nicolás II, representa un ideal cada vez más imponente de “padre del pueblo”, que Putin trata de relanzar en la actual campaña electoral.  

El patriarca Kirill suele repetir que “la Iglesia rusa nunca fue tan libre como hoy”, y, de todas las maneras posibles, trata de impulsar a los fieles a tener una participación activa en la vida de la sociedad, a través de la catequesis y la evangelización, incluso antes que a través de la política.  Tíjon subraya mucho más el rol de “guardiana de los valores morales”, un rol que es interpretado, sobre todo, por los políticos de fe ortodoxa, por encima de los jerarcas mismos de la Iglesia. Ambos sostienen un sistema de gestión de la vida eclesial bastante clerical, por temor a un exceso de protagonismo laical de las “fraternidades ortodoxas” más fundamentalistas. Por muchos motivos, el 2018 será un año decisivo para las perspectivas de la “nueva sinfonía” ortodoxa rusa.   

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