26/04/2017, 16.16
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Francisco en Egipto, para reforzar la “sana laicidad” de Benedicto XVI contra el extremismo

de Fady Noun

La conferencia de al-Azhar ha renovado en el islam los fundamentos de las relaciones tradicionales entre mundo material y mundo espiritual. Líder musulmán: Hay bases más claras en el diálogo con los cristianos.  La enseñanza del Papa emérito en cuanto a la relación entre religión y política, y la diferenciación entre cristianismo y Occidente. 

Beirut (AsiaNews) - La declaración final que surgió de la conferencia desarrollada entre el 28 de febrero y el 1ero de marzo en al-Azhar es importante, en tanto la misma “renueva” los fundamentos de las “relaciones tradicionales entre el mundo material y el espiritual” en el islam. Esto es lo que ha afirmado el emir  Harès Chéhab en su intervención en la conferencia, que durante dos días reunió a varios cientos de expertos, religiosos y laicos, cristianos y musulmanes, de todo el mundo.

La conferencia vedó de manera definitiva el uso de la palabra “minoría” en el vocabulario del islam político, así como el ejercicio de una discriminación violenta en relación a los no creyentes en nombre del islam. Además, estableció la igualdad de todos, sean musulmanes o no musulmanes, ante la ley del “Estado nacional constitucional”.  

“Entre los elementos fundamentales –afirma el secretario del Comité nacional para el diálogo islámico-cristiano, cercano al patriarcado maronita – hay un hecho cierto. Y es que hay un antes y un después del congreso de  al-Azhar sobre la  ‘Libertad y ciudadanía, diferencias e integración’ que fue celebrado en El Cairo. Este congreso ha dispuesto las bases para una renovación en el diálogo entre el islam y el cristianismo, que se ha asentado sobre bases más reales y claras, y en el cual son garantizadas las instancias religiosas”. “Anteriormente –precisa- estas relaciones estaban edificadas sobre elementos de convergencia entre las dos religiones, dejando a un lado las divisiones, para mantener un clima positivo que debía caracterizar el diálogo. De este modo, se ha incrementado la brecha entre las palabras y la vivencia de estas relaciones, y a menudo se ha estado demasiado confiados en declaraciones de tipo táctico, más que en centrarse en un diálogo estratégico a largo plazo”.   

“Luego de al-Azhar, bajo el efecto conjunto de los diálogos que se fueron entablando en el pasado, y movidos por una actualidad escandalosa que mina la imagen misma del islam y el concepto de Estado que se ha ido creando en el mundo árabe, el diálogo ha asumido una cualidad fundacional, de la cual se carecía en el pasado” subraya Chéhab. El vínculo entre lo spiritual y lo material se revela como un auténtico y verdadero desafío civilizador. Bajo esta línea, la tomas de posición de al-Azhar recuerdan las ideas clave desarrolladas por el Papa Benedicto XVI en su exhortación apostólica: “Iglesia en Oriente Medio, comunión y testimonio” (2011), escrita siguiendo la estela trazada por el Sínodo dedicado al Oriente Medio.

Benedicto XVI se esfuerza por establecer, entre lo temporal y lo espiritual, una relación de “unidad en la distinción” que el cristianismo establece en un plano general entre fe y razón. En su exhortación, él defiende la idea de una “sana laicidad” (hacia la cual tiene el islam, pero que aún hoy vacila a la hora de llamarla de modo textual), que opone a una laicidad distinta que “devino secularismo”, “en su forma extrema, ideológica”. Y es por esto que él afirma: “La sana laicidad […] significa liberar la religión del peso de la política y enriquecer la política con las aportaciones de la religión, manteniendo la distancia necesaria, la clara distinción y la colaboración indispensable entre las dos. Ninguna sociedad puede desarrollarse sanamente sin afirmar el respeto recíproco entre la política y la religión, evitando la tentación constante de mezclarlas u oponerlas. La relación apropiada se basa, ante todo, en la naturaleza del hombre, por tanto en una sana antropología, y en el respeto absoluto de sus derechos inalienables. La toma de conciencia de esta relación apropiada permite comprender que hay una especie de unidad-distinción que debe caracterizar la relación entre lo espiritual (religioso) y lo temporal (político), pues ambas dimensiones están llamadas, incluso con la necesaria distinción, a cooperar armónicamente en la búsqueda del bien común. Dicha sana laicidad garantiza que la política actúe sin instrumentalizar a la religión, y que se pueda vivir libremente la religión sin el peso de políticas dictadas por intereses, a veces poco conformes, y con frecuencia hasta contrarios a las creencias religiosas. Por consiguiente, la sana laicidad (unidad-distinción) es necesaria, más aún indispensable para las dos. El desafío que entraña la relación entre lo político y lo religioso puede afrontarse con paciencia y decisión mediante una adecuada formación humana y religiosa. Es preciso recordar continuamente el lugar de Dios en la vida personal, familiar y civil, y el justo lugar del hombre en el designio de Dios. Y, a este respecto, es preciso sobre todo rezar más” (29).

El Papa Francisco podría aprovechar su visita a El Cairo para subrayar nuevamente estas convergencias entre el cristianismo y el islam, confortando a la vez que vigorizando la idea según la cual Occidente no debe ser identificado con el cristianismo. Y que establecer una relación sana entre lo temporal y lo espiritual es algo de lo cual todos obtendremos ventajas.

A este respecto, podríamos citar un vez más la Exhortación de Benedicto XVI cuando afirma: “El mundo entero fija su atención en Oriente Medio, que busca su camino. Que esta región muestre cómo el vivir juntos no es una utopía, y que la desconfianza y el prejuicio no son algo ineluctable. Las religiones pueden unir sus esfuerzos para servir al bien común y contribuir al desarrollo de cada persona y a la construcción de la sociedad. […] Al igual que en el resto del mundo, en Oriente Medio se perciben dos realidades opuestas: la laicidad, con sus formas a veces extremas, y el fundamentalismo violento, que pretende tener un origen religioso. Con gran suspicacia, algunos responsables políticos y religiosos de Oriente Medio, de todas las comunidades, consideran la laicidad como atea o inmoral. Es verdad que la laicidad puede afirmar a veces de modo reductivo que la religión concierne exclusivamente a la esfera privada, como si no fuera más que un culto individual y doméstico, ajeno a la vida, a la ética, a la relación con el otro. En su versión extrema e ideológica, la laicidad, convertida en laicismo, niega al ciudadano la expresión pública de su religión y pretende que únicamente el Estado legisle sobre su forma pública. Estas teorías son antiguas. No son solamente occidentales y no se pueden confundir con el cristianismo” (28-29).

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