26/09/2018, 14.32
JAPÓN
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Fray Narciso Cavazzola, 53 años de misión en Hokkaido

Es director de un asilo, responsable de dos parroquias, y ha fundado un centro para rehabilitación de personas alcohólicas y para sostener a los jóvenes que sufren de depresión. Llegó a Japón cuando tenía 25 años, y se vio obligado a “renacer a un nuevo mundo”. Bautizó a muchos japoneses, y tres de ellos entraron al seminario. “No es la genialidad del misionero lo que atrae: es su fe, la fe que se ve, aún cuando no se oiga hablar de ella con palabras”. Si se trata de resumir en una sola palabra sus 53 años en Japón, dice: “Gracias. Encomiendo el futuro a Dios”.  

Sunagawa (AsiaNews) – Director de asilo, responsable de dos parroquias de Sunagawa, sostén para los jóvenes en dificultades y puerta abierta para las personas que sufren de alcoholismo. Son algunas de las numerosas experiencias vividas por Fray Narciso Cavazzola, un franciscano que se encuentra en Japón desde hace 53 años.  

En julio de 1965, el joven Fray Cavazzola tenía 25 años. “Cuando llegué a Japón tenía 25 años y una mentalidad occidental. Los japoneses entienden con el sentimiento, con el corazón, Tuve que olvidar todo lo que había aprendido hasta los 25 años de edad y ‘renacer’ a un nuevo mundo”. Sin olvidar el problema del idioma japonés. “Durante mucho tiempo me pregunté si realmente alguna vez llegaría a aprender a hablar con esta gente”  

El misionero desarrolla sus actividades fundamentalmente en la isla septentrional de Hokkaido, en el noreste. Allí enseña italiano, inglés y piano –y es un apasionado de la danza japonesa. Bautiza a muchas personas, tres de ellas han elegido el camino del seminario. “Cada uno de ellos está en mis oraciones”.

“Como director del asilo –afirma el franciscano- he tenido ocasión de conocer a muchas familias. Muchas experiencias, sobre las cuales he escrito, en cinco libros. Una que me conmovió mucho fue la que viví con Alcohólicos Anónimos. Nosotros les brindamos las instalaciones, ellos se reúnen dos veces por semana, de siete a ocho y media de la noche. Hace algún tiempo, había un Ainu [se trata de una minoría étnica japonesa que fue perseguida en el pasado, ndr]. El alcohol le hacía ver cosas que no existen, cosas espantosas. Veía a Rommel, el nazi, imaginaba destellos de luz que lo seguían. Con esta agonía, él fue al hospital, donde le aconsejaron venir a las reuniones en la Iglesia”. Gracias al apoyo del grupo de alcohólicos anónimos logró liberarse de la dependencia, que le deja un vacío y una pregunta acerca del sentido de la vida. Un reclamo al que halla respuesta en la Biblia, que le fue regalada por el misionero.

“Los niños miran directo a los ojos –continúa el misionero-. Una vez, un niño me preguntó: ‘¿Le gusta a usted su cara?’ ¡Me tomó por sorpresa! Y entonces, con un poco de astucia, le dije: ‘Y a ti ¿te gusta tu cara?’. Él, todo sonriente, responde: ‘Sí, esta cara [me agrada], porque me la hizo mi mamá y el Buen Dios’. De los niños se pueden aprender muchas cosas”.

En 53 años de servicio, Fray Cavazzola se puso en contacto con jóvenes en dificultades, entre ellos, con tres jovencitas que sufren de agorafobia. “Una de ellas había intentado suicidarse 16 veces. Yo la seguía, me mantenía comunicado con su médico, que me pedía que le diese aliento. Después de tres años, ella pudo regresar a la escuela. Las tres se casaron y tienen hijos”. Si bien no están bautizadas, tienen un respeto por la Iglesia, por la gratuidad del sostén recibido de parte del misionero.

“Lo que atrae no es la genialidad del misionero: es su fe, la fe que se ve, aún cuando no se oiga hablar de ella con palabras”. Fray Cavazzola recuerda a un misionero anciano que no sabía hablar japonés. Cada semana, él daba clases de catecismo a un japonés, que quería bautizarse. “En la fiesta de su bautismo, el hombre le dijo: ‘Padre, le agradezco por el año que ha pasado conmigo, pero debo confiarle: usted hablaba como podía, pero yo jamás entendí nada de lo que usted decía. Quédese tranquilo,  yo veía que usted hablaba con tanta seguridad, que lo que decía tenía que ser verdad”. Quizás yo hable japonés mejor que aquél sacerdote, pero al fin y al cabo es lo mismo: la fe se transmite, si se ve. Mi pasaje preferido del Evangelio es ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’, porque no pretenden hacer con sus propias fuerzas, sino que piden a Dios que se valga de ellos. La fuerza de propagar la fe no está en mí,  es Dios que trabaja a través de mí”.

“Mi venida a Japón –concluye el franciscano- fue una llamada del Señor. De estos 50 años,  quisiera decir sólo una palabra: gracias. Gracias por todo, por el pasado, por las experiencias, por los sufrimientos, por todas las personas que me han querido y por aquellas que me han hecho padecer. En lo que respecta al presente, trato de hacer lo mejor que puedo. El futuro está en manos de Dios, y se lo dejamos a Él”. 

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