08/07/2021, 15.06
BANGLADÉS
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Khulna, el Covid-19 visto desde el hospital de leprosos

de S. Roberta Pignone

El testimonio de la hermana Roberta Pignone, misionera de la Inmaculada Concepción y médica del Damien Hospital: "Se subestima el número de contagios, las zonas más afectadas en este momento son las que están lejos de las grandes ciudades, donde no llega la vacuna. Pero aquí la vida sigue adelante con los mismos dolores y dificultades de siempre".

El Covid-19 sigue golpeando con fuerza en Bangladés. La hermana Roberta Pignone, religiosa italiana de las Misioneras de la Inmaculada Concepción y médica, vive en Khulna, en el sur del país. Desde 2012 y es la directora del Hospital Damien, un centro donde se tratan principalmente pacientes con lepra y tuberculosis. Envió este testimonio sobre la situación sanitaria en el país y sobre la vida cotidiana de una misionera en tiempos de pandemia.

Desde el 1 de julio se impuso en Bangladesh un nuevo y muy estricto confinamiento: no se puede salir de casa por ningún motivo y no hay medios para desplazarse, salvo los rickshaws, cuyo precio se ha duplicado. El gobierno está tratando de controlar una pandemia que todavía no ha llegado a su punto crítico. Creo que el número de contagios está subestimado. Las cifras oficiales hablan de 955.000 casos en todo Bangladés y 15.000 muertes. Si antes las afectadas eran sobre todo las grandes ciudades, con la llegada de las vacunas la situación se está invirtiendo: la zona más “caliente" es la frontera con la India mientras los casos han disminuido en los centros urbanos.

La gente sólo ha comprendido relativamente la gravedad de la situación. Muchas personas circulan sin mascarilla y aquí no se puede hablar de distanciamiento y desinfección. Las personas que se han contagiado a menudo no revelan la positividad a sus contactos, algunas deciden aislarse, otras continúan llevando una vida normal. En consecuencia, seguramente hay un elevado número de contagios no detectados. El estigma social es fuerte pero el problema de la pobreza es aún mayor. Es difícil hacerle comprender el peso de la situación a los que trabajan por un jornal y corren el riesgo de morir de hambre si están recluidos por el confinamiento. Si los pobres se quedan en casa y no trabajan ¿cómo compran comida?

Siempre tengo en cuenta esta pregunta cuando tomo decisiones con respecto al hospital. Tan pronto como regresé de Italia me aseguré de que los muchachos que trabajaban conmigo y sus familiares estuvieran vacunados. Poco después de que recibieron la segunda dosis se terminaron la vacunas en el país. Todo esto me dice una vez más que tenemos una protección especial y no creo que sea accidental, porque así estamos en condiciones de continuar nuestro trabajo con los enfermos de tuberculosis y lepra. Protegidos por la vacuna podemos hacer y dar un poco más.

No sé qué puede pasar  en el país, podría terminar como la India. El oxígeno comienza a faltar. La población ha pedido la renuncia del ministro de Salud.

Pero aquí la vida continúa. Ayer estuve hablando con una paciente que viene a tratar una tuberculosis que se contagió en el quirófano durante una operación. Es una mujer joven, muy inteligente, vivaz, que trabajaba en una oficina. Con el Covid, ella y su marido perdieron sus trabajos y ahora solo pueden comer gracias a la generosidad de su hermana. Como nos vemos muy seguido, ella empezó a confiarme sus problemas. Ayer me dijo que pensaba que estaba embarazada pero gracias a Dios fue solo un retraso. Le dije que tuviera cuidado y que tratara de evitar quedar embarazada en este momento, pero mientras le explicaba los períodos que debía tener en cuenta, ella me respondió: "¿Crees que mi marido me escucha?" Le pregunté cómo era su marido: él le pega y en casa solo se hace lo que él dice. Después me dijo: "Has hecho bien en no casarte, casarse significa arruinarte la vida". Traté de explicarle que yo también - de otra manera - estoy casada. Ella es musulmana, pero me dijo que lo entendía y que sin duda el mío es el mejor marido que se puede encontrar. En su opinión, yo he tenido suerte y ella no.

Así son nuestros días, nuestros pacientes siguen viniendo con sus enfermedades, sus dolores y sus penas, y de alguna manera nos ayudan a mantener los pies en la tierra. Le pido al Señor que me siga dando la fuerza y ​​la capacidad para estar cerca de mi gente sin cansarme nunca, sin pretender nunca anteponer mis intereses. La fuerza me viene del Señor, que nunca ha dejado de hacerme sentir sus mimos, sus cuidados y su consuelo, para que yo pueda seguir haciendo lo mismo por estas personas.

 

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