05/09/2014, 00.00
RUSIA UCRANIA
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La guerra semi-fría del Califato de Putin

de Vladimir Rozanskij
El vértice Otan, prepara un desplazamiento de armas y militares en la frontera del este europeo; Rusia se aisla siempre más y se alía con Asia y no con Occidente. Termina la era de la globalización y se vuelve a las divisiones militares, económicas y políticas, que conviene a todos. En los sucesos de Ucrania se lee el destino del mundo.

Moscú (AsiaNews)- La coincidencia entre el vértice de la Otan en Galles y las tratativas de paz en Bielorrusia, entre separatistas y gobierno ucraniano, indica en modo plástico la nueva imagen de Europa (y del mundo) que se va formando en estos años de finalización de la globalización, e inicio de una nueva división de bloques contrapuestos. Por un lado los países democráticos, "hermanos" del Occidente, en teoría dispuestos para apoyarse y protegerse el uno al otro frente a las amenazas totalitarias (esta, en sustancia, es la ideología de la Alianza Atlántica), por el otro lado los países autoritarios "primos" de Oriente, en teoría independientes uno de otros, pero en realidad dispuestos a unirse justamente en función anti-occidental.

En este "retorno al futuro" se siente soplar el viento frío de las guerras del novecientos y de las viejas cortinas de hierro (o de alambres de púas, como la frágil barrera que el gobierno ucraniano trata de colocar entre el Dneper y el Don). Las últimas semanas de conflicto han alcanzado el "punto de no retorno": entre Rusia y Ucrania existe ahora una abismo insuperable, y esto significa, según las palabras de ambos contrincantes, una "nueva estrategia", la de la enemistad y del conflicto permanente. Putin ganó su guerra sin ni siquiera combatirla formalmente. Aisló a Rusia de toda influencia externa, salvando su tierra de la vergüenza de la esclavitud extranjera.

En realidad, las dimensiones del conflicto son múltiples, y explican el alternarse de frases frías y calientes, según los diversos planos en los cuales se desarrolla. El nivel más expuesto y grávido de amenazas es ciertamente el militar, que ve de hecho, enfrentarse la nueva-vieja Otan con la vieja-nueva Unión Soviética putiniana. De allí se partió al finalizar la guerra fría, con los tratados de desarme nuclear de los años 80, que jamás en realidad se concluyeron: las superpotencias del siglo pasado conservan aún el duopolio de la fuerza estratégica y nuclear, en grado de pulverizar al mundo entero. Todas las guerras en curso, y sobre todo las del mundo árabe, están condicionadas por quien controla el poder de las armas, la principal voz de los balances de la economía mundial. Las pruebas de fuerza de Ucrania oriental, indican que se llegó a la necesidad de redefinir los términos de este mercado primario.: las armas no pueden quedar sin dueño, lo hizo saber Putin a todo el mundo, y el Nobel de la paz americano no puede substraerse a su respectivo deber de señor y patrón de la gran riqueza de muerte, que ha tenido hasta hoy los EEUU en los vértices de la escena mundial. Mejor dividirse la torta, restableciendo el porcentaje, antes que explote todo: no es casualidad que el primer ministro polaco Tusk, neo-líder de la Comisión europea, recuerda en cada ocasión los eventos de 1939, cuando Polonia se encontró en medio de la mira de dos dictadores, Hitler y Stalin, terminando por ser devorada por ambos. Ucrania está ahí al lado.

El segundo nivel del conflicto ucraniano-ruso, estrechamente ligado al primero, es el económico. Las entregas energéticas, los intercambios comerciales, la producción industrial y agrícola dependen fuertemente de las estrategias militares, como nos enseña todo lo que sucedió después de la guerra del Novecientos. Putin evitó la fuga de capitales y la venta a bajo precio de las materias primas de Rusia a los oligarcas, la del matrimonio entre Eltsin y el Occidente, y ahora le espera una fase decisiva, la de la consolidación de su economía, que no puede basarse sólo en el monopolio y el asistencialismo estatal. Rusia perdió el tren chino e hindú de la invasión tecnológica y financiera de los mercados occidentales, descarnados hasta el hueso, casi arriesgando el colapso, y Europa debe absolutamente reencontrar su capacidad de maniobra en los mecanismos económicos, estrecha entre el proteccionismo alemán y el cinismo americano. El ballet de las sanciones, hasta ahora simbólicas que realmente incisivas, quiere indicar la nueva orientación de los mercados, que no serán más globales, sino más rígidamente subdivididos; el pánico de los supermercados rusos, donde se desencadenó la búsqueda del Camembert y de las trufas (¡géneros de sobrevivencia!) son el signo de un mundo desconocido que está naciendo, al menos cuánto lo fue la apertura del primer Mc Donald´s en la plaza Pushkin en 1991, y ahora tristemente cerrado.

El plano sucesivo de la guerra semi-fría es el de la política: terminó el mito de la democracia occidental, victoriosa hace 20 años sobre el totalitarismo soviético. El ridículo Parlamento ucraniano de Poroshenko y Yatsenjuk, frente a la granítica Duma putiniana, muestra que la vía del consentimiento hoy, no pasa por las grandes proporciones de voto contados, sino por la capacidad de los líderes que sepan representar las instancias del pueblo, de modo que se pueda organizar el consentimiento mismo en dimensiones más estables y seguras. Por el resto, el populismo ha gradualmente substituido a los partidos ideológicos del S. XX u poco por todos lados, y Putin  en este campo está ciertamente en la vanguardia. La derrota de la democracia americana "exportada" a Medio oriente es la mayor demostración de la necesidad de pasar de la república al Califato, al poder cívico del pueblo. Al-Baghdadi organiza torneos de tiro a las cuerdas entre los súbditos del Isis, mientras terroriza a la débil opinión pública occidental; Putin desencadena su fuerza en las Olimpíadas de Sochi y los Mundiales de fútbol en Moscú.  

En realidad, la verdadera fuerza del Califato, antes que militar, económica o política, es su complejo de superioridad moral y religiosa. En esto el Islam radical coincide con la Ortodoxia apocalíptica, el alma originaria de Rusia. El mundo está al borde del abismo (y nosotros le damos un empujón), así quedará sólo un ancla de salvación, un nuevo Arca de Noé. Al final quedará sólo uno: o el Califato conquistará el Vaticano (y está sobre el buen camino), o el Zar cristiano instaurará el papado de Moscú, la tercera Roma.

 

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