13/12/2017, 14.36
HONG KONG
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Navidad, carta desde Hong Kong

de Mario Marazzi

“La alegría de Navidad, la alegría de la vida, no viene de las cosas materiales, sino de la simplicidad y del don de nosotros mismos a los otros”. Los pensamientos y los recuerdos de un sacerdote del PIME, que vivió la misión entre Italia, Hong Kong y China. La realidad de los laicos que consagran su vida a la evangelización siguiendo el ejemplo de Felice Tantardini.

Hong Kong (AsiaNews)- Misionero del Pontificio Instituto Misiones Extranjeras (Pime), el p. Mario Marazzi nació en Rávena (Lc) en 1928. Fue ordenado sacerdote en 1960, él ha vivido los primeros años de su misión en Hong Kong. Estuvo en Italia entre 1980 y el año 2000, dirigiendo el Museo Pueblos y Culturas, trabajando en el Centro misionero del Pime en Milán y para la redacción de AsiaNews. Volvió a Hong Kong en el año 2000, para servir en la parroquia S. Francisco en Man On Shan, 3 años después se transfiere a China. En Guangzhou en la provincia de Guangdong, transcurre algunos años en una casa de familia para personas con discapacidades mentales, dirigida por la organización no gubernamental china Huiling. A continuación presentamos el texto de su carta.

 Hace muchos años atrás participé en Hong Kong en un encuentro de actualización para curas. El relator era el p. Bernard Häring, un teólogo alemán al cual en particular se le debe su contribución sobre la moral católica con un rostro humano y alegre: de una moral de la ley, a la moral del amor; del “¡Tú debes!” al “¡Tú puedes!”, del miedo del pecado y del infierno, a la alegría de la libertad de los hijos de Dios, llamados a realizarse en el amor.

Después de haber escrito y realizado conferencias en todo el mundo, en los últimos años de su vida el p. Häring se retiró en la quietud de un monasterio en Bavaria. Pasaba el tiempo entre oración, estudio y meditación. A un amigo que lo fue a visitar le dijo estas palabras: “Rezo porque vivo, vivo porque rezo. O sea la oración es respuesta al Padre que me ha donado la vida y también me da la fuerza para aceptar los sufrimientos que no me faltan”.

Cada tanto pienso en estas palabras: “Rezo porque vivo, vivo porque rezo”. Continúo viviendo en la casa del PIME en Hong Kong, pero sin particulares tareas de trabajo. Tengo más tiempo para leer, reflexionar y rezar. Ruego, para agradecer a Dios por los dones recibidos. Rezo para recomendar a Él las personas que amo. Rezo por China, todavía en medio de los sufrimientos. Además la oración me ayuda a encontrar serenidad no obstante los achaques de la edad, entiendo que todo es gracia, que “todo transcurre al bien de quien ama a Dios” (Pablo a los cristianos de Roma, 8,28).

Hace algunas semanas hemos tenido en casa algunos huéspedes especiales llegados de Italia: Eduardo y Silvia, una pareja de jóvenes esposos que con su pequeño Jonás se preparaban para ir a China como voluntarios al servicio de las personas discapacitadas asistidos por Huiling.

Mirando a esta pareja que se ofrece al servicio de la misión y a los jóvenes co-hermanos que de tanto en tanto nos visitan, agradezco al Señor por estas nuevas fuerzas que substituyen a nosotros misioneros ancianos, para los cuales nos ha llegado el tiempo de ponernos a un costado y pasar a los otros el testimonio.

Nosotros en el PIME, estamos viviendo el año de los misioneros laicos, que concluirá en setiembre de 2018. La presencia del PIME de laicos que consagran toda su vida a la misión evangelizadora es una espléndida realidad que tiene sus orígenes ya en los inicios del Instituto, a mitad de 1800. Entre las figuras más significativas de estos laicos tenemos a Felice Tantardini. Originario de Introbio en el valle Valsassina, él estuvo por casi 70 años en Birmania (ahora se llama Myanmar), donde murió en 1991. Para obedecer a su obispo, Mons. Alfredo Lanfranconi de Mandello, Felice escribió sus memorias sobre su aventurera vida y es conocido y venerado como el “herrero de Dios” [1]. ¡Un espléndido ejemplo!

La Navidad está cerca y me recuerda el “pesebre mecánico” que cada año se preparaba en un local cerca de la iglesia de san Lorenzo en Mandello. Las estatuitas se movían. Quien lavaba la ropa, quien cocinaba las castañas, etc. Y muchos pasaban en fila india delante de la cabaña para homenajear al Niño Jesús. Este recuerdo de mi infancia me recordaba también un cuento de Navidad (2), donde también aquí las figuritas del pesebre están en movimiento…

“Queridísimos angelitos-dice el Niño Dios-, sin ofenderlos vayan a cantar un poco más allá. “¡Que nadie sepa lo que está sucediendo aquí!”. Obedientes como siempre, los angelitos, si bien no entendían este pedido, volaron más allá. Luego el niño llamó por teléfono a los Reyes Magos y que no se apresuraran tanto, que no se molestaran, que el desierto es peligroso, que terroristas, etc. En cuanto a los pastores y a las ovejas, fue más fácil. “¡Escapen que llega el lobo!”. ¡Naturalmente los pastores se escaparon enseguida y las ovejas…detrás de ellos!

A este punto los alrededores de la cueva quedaron desiertos y tranquilos. Y fue justamente una noche santa y silenciosa, como dice la conocida canción. Desaparecida la fiesta, se fueron todos y se quedó solamente el hombrecito de la polenta. ¡Pobrecito! Había esperado hasta el último momento esperando hacer buenos negocios. ¡Con toda esa gente que se había enterado y había concurrido! Desilusionado y un poco maravillado se acercó al Niñito y le preguntó. “Pero, ¿qué te pasó por la cabeza? ¿Por qué los haz echado a todos?”.

“Mira, amigo-respondió el Niño Dios-, no quería que todos en navidad se pusieran en el caótico y demencial tráfico pre-natalicio, envenenando aún más el aire de la ciudad. Y que se dejaran envolver en la angustiosa aventura de las compras, que se conviertan en agitados y malos… No quería que aquel viejo vestido de rojo me robase la fiesta de mi cumpleaños…”.

“Justo, dijo el hombrecito de la polenta y cortó unas fetas. Le dio una al Niño, otra a María y a José, otra al asno y al buey. Cortó una para sí y junto hicieron una simple y bella cenita. Así lo podríamos hacer nosotros en Navidad en cambio de llenarnos de cochinillos. ¡Nadie nos lo prohíbe!

Este cuento natalicio nos recuerda que la alegría de la Navidad, la alegría de la vida, no viene de las cosas materiales, sino de la simplicidad y del don de nosotros mismos a los otros. Os auguro una Navidad vivida en este espíritu…

 

 

[1] Felice Tantardini, El herrero de Dios – Con rosario y martillo misionero en Birmania. Autobiografía, cartas y testimonios, Emi editor, 2016.

 

[2] El cuento de navidad fue tomada de la revista “Città Nuova”, diciembre de 2016.

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