24/03/2017, 13.29
RUSIA
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Optimistas, pesimistas, apocalípticos: Rusia mira los 100 años transcurridos desde la Revolución

de Vladimir Rozanskij

Comenzaron las celebraciones por el centenario de la Revolución Rusa de 1917. Es importante hacer una revisión histórica: aquellos tiempos resultan muy similares a nuestra era de la post-globalización. El silencio del Patriarcado de Moscú y el silencio de Vladimir Putin.

Moscú (AsiaNews) - El centenario de la Revolución Rusa promete ser un itinerario largo y accidentado, tal como lo es el evento mismo que se conmemora. De hecho y como es bien sabido, se trata de una doble revolución: la de “Febrero”, una revuelta espontánea que condujo a la abdicación del zar Nicolás y a la instauración de un Gobierno Provisorio, y la de “Octubre”, el golpe de Estado que llevó al poder a los bolcheviques de Lenin. En el medio, en realidad, sucedieron varias cosas: Lenin recién llegó al poder en el mes de abril; el tambaleante gobierno provisorio fue puesto en pie en mayo; los Soviet se organizaron en junio con su primer congreso; en julio, hubo otra sublevación espontánea en Petrogrado. En agosto, la Iglesia ortodoxa se reunió en un Concilio; en septiembre hubo un intento extremo del general Kornilov para evitar la catástrofe, y finalmente en octubre los bolcheviques tomaron el poder por la fuerza -un poder que ya no estaba en manos de nadie-, asaltando el Palacio de Invierno.  

Cada una de estas fases, con los distintos eventos que en ellas se desplegaron, amerita que se lleven a cabo relecturas y comparaciones en profundidad, incluso porque la imposibilidad que Rusia tuvo de resolver la crisis de 1917 se asemeja mucho a situaciones de disgregación e ingobernabilidad que hoy son cada vez más frecuentes, tanto en Europa como en el mundo.  Si se las aproxima a situaciones análogas atravesadas por Alemania, Italia o España en el primer período de la posguerra, estas circunstancias arrojan una luz inquietante sobre los tiempos que estamos viviendo en la post-globalización de los últimos años.

En Rusia, las primeras reflexiones al respecto se dieron en este mes de marzo, en las cuales se hace referencia a las primeras sublevaciones “de febrero” (teniendo en cuenta la diferencia entre los dos calendarios, la revolución de octubre en realidad fue en noviembre). La revuelta del 23 de febrero en realidad ocurre el 8 de marzo, y es éste el motivo de la celebración mundial del “Día de la mujer” en dicha fecha, aunque esto sea rara vez recordado. Las mujeres de Petrogrado (que es como se llamaba entonces la capital) salieron a las calles para reclamar el pan: Rusia había quedado arruinada con la guerra, y las pocas guardias que quedaban en el territorio (todo el ejército estaba en el frente de batalla) no supieron contener el ímpetu popular. El zar Nicolás II, presa de la depresión y el alcoholismo, abdicó a favor de su hermano, Miguel, que, a su vez, renunció al poder, precipitando a Rusia en el caos.  

 

En el río de tinta y palabras que se está volcando a todos los medios de información rusos y en todo el mundo, pueden distinguirse cundo menos tres corrientes. Por una parte, los optimistas, que consideran que la revolución se podría haber evitado; por otra, los pesimistas, que sostienen que la misma habría tenido lugar igualmente, aunque los hechos se hubieran dado de una manera distinta; y hay un tercer grupo, que podríamos llamar los apocalípticos, que ven en lo ocurrido en 1917 una profecía para el futuro de Rusia y del mundo entero.

Según los optimistas, bastaba que el zar evitase la guerra (o la ganara) y que no se dejase tomar por el pánico renunciando al trono, y todo hubiera marchado bien. En el fondo, la Rusia de los primeros años del siglo se había lanzado a una serie de reformas políticas, económicas y sociales, que, de haber sido llevadas  a término, hubieran garantizado un futuro radiante. De alguna manera, esta opinión refuerza las esperanzas de los actuales reformistas acerca del futuro de Rusia misma (muchos esperan que Putin tome un giro reformista), de Europa y de la economía global, que se encuentra atravesando una crisis desde hace diez años.

Los pesimistas también se basan en los ejemplos de los demás países: en Alemania, Italia y España, no hubo ninguna revolución, pero la dictadura llegó igualmente, y el mundo se precipitó en la catástrofe de la guerra mundial. Llevada a los tiempos actuales, esta lección nos enseña que no puede frenarse la rabia de los excluidos, de las clases sociales que sufren, de las masas atormentadas por la explotación de los poderosos. Y por ende, nos esperamos tiempos muy oscuros.  

La visión apocalíptica pertenece principalmente a los movimientos religiosos y a las ideologías que tienen un sello de identidad más extremo, y que ven en la revolución una “prueba” y una “purificación” necesaria para volver a hallar el recto camino. Se atribuye la guía de esta “palingénesis” a la Iglesia, al “pueblo fiel” contra los males del mundo, y preferentemente, a la aparición mesiánica de un “hombre fuerte”, capaz de unir a todos los hombres de buena voluntad.

Frecuentemente estas distintas visiones atraviesan la opinión pública de varios países, e incluso penetran los cuerpos sociales mismos o las comunidades religiosas.  El Patriarcado de Moscú, por ejemplo, hasta ahora ha evitado tomar una posición al respecto de manera oficial, limitándose a una conferencia científica desarrollada el 18 de febrero pasado en la Catedral del Salvador, en la cual participaron diversas personalidades de la cultura, de la sociedad y de la misma Iglesia.  En dicha conferencia, el metropolita Hilario se limitó a abordar de manera fatalista la revolución y otros hechos trágicos de la historia rusa (el yugo tártaro, el clima turbio del Seiscientos, la guerra contra Napoleón), recordando que la Iglesia ha sobrevivido a todo esto, permaneciendo siempre cerca de su pueblo. Mucho más explícita fue la declaración del 10 de marzo planteada por otra parte de la Iglesia Ortodoxa Rusa, la extranjera “zarista” que tuvo origen luego de la revolución y que ve la necesidad de restaurar el poder “querido por Dios”, incluso en la Rusia de hoy, para la salvación del mundo.  

El presidente Putin, hasta ahora, no ha querido pronunciarse al respecto en ninguna circunstancia, dejando a los demás la tarea de señalar en su figura la única vía de salvación de Rusia, y quizás del mundo entero, frente a la repetición de tan trágicos eventos. Veremos de ahora en más quién habrá de pronunciarse para comentar las famosas “Tesis de abril” de Lenin, en la cual se teorizaba acerca de la conducción soviética del pueblo,  la “minoría iluminada” que se atribuía el rol de ser la conciencia de las masas inconscientes. Es la esencia del leninismo (y del antiguo gnosticismo cristiano): cuando todo marcha mal, es necesario encomendarse a los pocos “hombres puros” que quedan.

El Patriarca de Moscú, Kirill, también se ha mantenido callado hasta ahora, pero le tocará recordar los 100 años de restauración de su mismo rol patriarcal, e interrogarse, tanto él como los cristianos del mundo, cuál será el rol de la Iglesia en los tiempos que nos esperan.

 

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