12/05/2017, 16.00
JAPON
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Padre Pedro y sus 25 amigos japoneses

La misión cotidiana de un sacerdote del PIME en el norte de Tokio. “Dos fieles” en la misa diaria, centenares de extranjeros en la dominical; dos parejas de “verdaderos amigos”. Japón busca la alegría, pero la nación, la competencia y el éxito lo frenan. También en medio del fracaso se descubre a Jesús y el bautismo. Los ejercicios faciales para sonreir.

Roma (AsiaNews)- Los japoneses que participan en su misa dominical son 25. Los otros fieles presentes son filipinos, vietnamitas, bolivianos, peruanos, una pareja de chinos, algún estudiante africano. Un centenar, no más. Pero en los días de semana “vienen dos” a la iglesia para la celebración. “Es necesario dejar el éxito en manos de Dios, porque si uno dependiese de sus propios resultados huiría inmediatamente de Japón”. Quien propone este pensamiento, basado en su experiencia es el Pbro. Pedro Tomaselli, de 42 años, de Santa Caterina, en el sur de Brasil. Hoy como sacerdote del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) vive en Japón, donde reside desde el año 2008 y es párroco en dos comunidades que están a unos cuarenta minutos la una de la otra, Ashikaga y Sarro, en la provincia de Tochigi, en el Norte de Tokio.

¿Usted tuvo el desero de ir a Japón o lo han llevado allí las circunstancias de la vida?

Lo deseé sin pensarlo demasiado. Desde cuando era seminarista, siempre me impactó escuchar en los encuentros a los misioneros que hablaban de su experiencia en Japón. De allí nació mi deseo. Luego tuve la oportunidad de estudiar filosofía en Filipinas durante cuatro años, pero el pensamiento de Japón nunca me abandonó. Cuando el padre Marc Tardiff (en aquel entonces consejero general del PIME, ahora misionero en Japón- ndr) llegó al seminario y se reunió personalmente con nosotros, nos pidió que señalásemos tres países como eventual futuro destino nuestro, yo le dije: Tailandia, Japón y México. Al final terminé en Brasil ,como animador misionero, por tres años. Hasta que un día, desde Roma, me llamó por teléfono el padre Francisco Da Silva: a mis 33 años partiría rumbo a Japón.

 ¿Ya conocía el idioma japonés?

No, empecé de cero. Estuve dos años en Tokio en la casa regional del PIME. Otro año con los franciscanos del lugar. Después, otros 12 meses con un cura japonés en dos parroquias, en la provincia de Gunma. Pero después de 9 años admito que  todavía tengo dificultades para comunicarme.

¿Cómo es su misión en lo cotidiano?

Llegué a Ashikaga, en el Norte de Tokio, donde me ocupo de una parroquia de carácter internacional. Me ocupo también de otra parroquia,  que se encuentra no muy lejos. Vivo solo, en la casa parroquial. Los japoneses que participan en la misa dominical son 25, si bien en la lista parroquial tengo 187 inscriptos. También hay filipinos, vietnamitas, bolivianos, peruanos, una pareja de chinos y algunos estudiantes africanos. Una de las Lecturas siempre se lee en japonés. La otra, tal vez en vietnamita, en filipino o en inglés. Los cantos son en español. A la misa diaria, en cambio, sólo vienen 2 personas.

¿Hay problemas de integración?

Los extranjeros son una ayuda y una riqueza para la Iglesia japonesa. Sin ellos la mayor parte de las comunidades no sobreviviría. Son fundamentales para la evangelización.

¿Quiénes son sus amigos?

En particular dos familias que me han abierto sus corazones, y también yo a ellos. Un hecho bastante raro. De hecho, los japoneses entienden la amistad como un intercambio de favores. Yo te doy una cosa o hago algo por ti y tú me das una cosa a mí o haces algo por mí, entonces somos amigos. No es que esté mal, pero es diverso del amor gratuito que nos enseñó Jesús. También hay que decir que no se acostumbra abrir la casa propia a los demás. Una vez me alegré porque finalmente había recibido una invitación, pensaba que iríamos a su casa, pero no,  ellos vinieron a buscarme para ir a un restaurante.

¿Cómo es,  en cambio, en los dos casos que me citó?

Sucedió que los ladrones entraron tres veces en la iglesia y en la casa parroquial. Me explicaron que en Japón, si una persona es capaz de violar la propiedad privada es capaz de cualquier tipo de violencia. Estaba tan asustado que no lograba dormir. Y un poco egoísta rezaba: “Señor, no quiero morir de un modo tan mezquino”. Fue entonces que mi amigo se presentó una noche en la casa parroquial y me dijo: “Me quedo aquí a dormir contigo, estás cansado y debes descansar”. No, no”, le dije haciéndome un poco el ceremonioso,  al modo japonés, “tienes tu familia, debes volver a casa con ellos”. Pero él insistió y por algunas noches vino a acompañarme. Tiene 70 años, se convirtió al cristianismo hace unos 20 años, tiene cuatro hijos, uno de ellos es sacerdote.

¿Cómo se hizo amigo de la otra familia?

Ellos son de Nagasaki. Él ya era católico, ella no era cristiana. O, mejor, decía que era un poco sintoísta y un poco budista. Que amaba sentirse libre. “Vamos” le decía, “pero entonces tienes un corazón cristiano”. Ella sonreía. Puesto que ella tiene una particular sensibilidad hacia los pobres expresaba una cierta admiración por la Madre Teresa de Calcuta, pero nada la tocaba. Después de tres años (hace un año) vino y me dijo: “Empecemos a estudiar”. Después pidió el bautismo.

¿Por qué es tan difícil que entre el mensaje cristiano en Japón?

Porque ser japonés es ya de por sí casi una religión. Le pregunté a un joven. “¡Cuál es tu religión?” Y él me respondió. “Mis abuelos eran un poco sintoístas y un poco budistas, mis padres un poco budistas y un poco indiferentes, yo soy japonés”. Y sobre la ola del sincretismo, sin embargo me confió que a él le gustaba el matrimonio católico.

La Iglesia gastó muchas energías en Japón, incluso más que en Corea. Sin embargo allí hay una mayor difusión de catolicismo. ¿Por qué?

Jamás un obispo o cura en Japón diría que debemos imitar a Corea. Lo impide el orgullo. Lo impiden cuestiones históricas irresueltas que salieron a flote en estas semanas. Pero es innegable que la situación es distinta. Si pienso en Brasil, con sus apenas 500 años de historia, en su crisol de razas, ciertamente veo una mayor apertura frente a la novedad. Sin embargo no podemos decir que la cultura milenaria de Japón sea de por sí un obstáculo a la novedad del Evangelio. El punto es siempre llegar a tocar el corazón de las personas. La mentalidad japonesa apunta a a la competencia, a la victoria, pero frente al inevitable fracaso en la vida es el fin. Los fracasos no son una ocasión para crecer, sino un drama que a veces termina en tragedia. Basta pensar en los innumerables casos de depresión y de suicidios. Muchas personas que se acercan a la Iglesia viven estos problemas. Para ellos tenemos un anuncio de esperanza.

Pero el anuncio debe valer para todos, también para quien está absorbido por el frenesí de todos los días

La idolatría del dinero y del trabajo está muy difundida. A menudo no es la familia lo que más cuenta, sino la empresa en la cual se trabaja. Incluso hay una tendencia a hacer notar que se está más ocupado de lo que realmente se está. Es todavía muy fuerte la concepción por la cual el japonés no es capaz de concebirse como individuo, sino en grupo. Si le preguntas. “¿Quién eres?” Te responde: “Pregúntaselo a mi vecino”. Nada sería más equivocado que hacerle notar estos defectos. Antes hay mucho que aprender y compartir. Me viene a la mente su gentileza, la honestidad, la limpieza, el orden…Se necesita escucharlos.

¿De qué modo se puede llegar al corazón de sus vidas?

Pienso en el padre Marco Villa del PIME, que en la estación de trenes de Koshygaya abrió un centro de escucha. En Japón es cada vez más difícil encontrar a alguien que te escuche. En particular los familiares, siempre están tan ocupados y aburridos, no soportan las quejas de quien no quiere estar inmerso en el ritmo general. Hace cinco años el padre Marco dejó un poco de lado la predicación y comenzó a escuchar. A partir de esa decisión ya nacieron muchas amistades y se realizaron los primeros bautismos.

La impresión es que, en Japón, lo que realmente está ausente es la alegría…

Piense que en la estación de trenes de Shinjuk, los empleados, antes de empezar a relacionarse con el público son llamados a hacer ejercicios físicos con los músculos faciales para aprender a hacer una hermosa sonrisa. Y si bien es tan sincero, dicen que esto hace mucho bien. Ciertamente, con la alegría profunda del Evangelio, no tendríamos necesidad de ello.

 

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