07/05/2020, 17.21
FILIPINAS
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Padre Stefano Mosca: Sin la Eucaristía, apenas sobrevivimos (II)

de Stefano Mosca

Es razonable interrumpir la eucaristía a causa del coronavirus. Pero es importante no considerar esto como algo normal, como si se pudiese prescindir del sacramento. El olvido de la eucaristía conduce a la corrupción y a la violencia. Lo contrario, permite la reconstrucción de la vida personal y social. El ejemplo de dos aldeas. Segunda parte del testimonio de un misionero en las Filipinas.     

Lakewood (AsiaNews) – Para frenar la propagación del coronavirus, en muchos países – que van desde las Filipinas hasta Italia – los gobiernos han decretado la prohibición de celebrar misas con público. El Pbro. Stefano Mosca, un misionero del PIME que vive en las Filipinas desde hace 17 años, comprende las razones de esta decisión, pero afirma que sin la eucaristía dominical, la vida cristiana en la sociedad podría disgregarse. “Sin la Eucaristía – dice - los fieles han entrado en el modo ‘supervivencia’, que no puede ser normalizado, en absoluto”. El sacerdote, párroco en Lakewood (Zamboanga del Sur, en Mindanao), narra la experiencia de dos aldeas, cuya vida pudo renovarse gracias a la participación en la eucaristía. Esta es la segunda parte de su testimonio. Para acceder a la primera parte, ir aquí.

 

Si bien estoy preocupado por mi gente, no he hecho como mi co-hermano, el párroco de Kumalarang, que ha distribuido la Eucaristía por las calles, sino que he procurado un diálogo con el alcalde y con la policía local, para poder celebrar tres misas cada domingo, en la iglesia parroquial de Lakewood, para todos los cristianos del centro y de las aldeas. La Iglesia parroquial es enorme y está bien ventilada: al no tener muros, sino rejas de hierro, si se respeta la distancia de dos metros y la obligación de llevar mascarilla, se pueden acomodar 120 personas por misa. Una vez obtenidos los permisos por escrito, hemos celebrado las tres primeras misas el domingo, pasado, 3 de mayo. Pero la verdad es que muy pocos participaron. Ni siquiera vino la gente que vive en el centro, pese a que se encuentra muy cerca de la iglesia. Esto me hizo entender algo: yo me dediqué a dialogar y a mendigar permisos a los cuatro vientos, pero mi gente, que hace dos meses que no recibe la Eucaristía, no ha entendido que no es lo mismo una vida cristiana sin alimento que una vida cristiana bien alimentada. Para muchos cristianos, el coronavirus se ha convertido en una buena excusa para perderse la misa y la comunión frecuentes.  A decir verdad, muchos tampoco solían participar antes, pero ahora han hallado la excusa perfecta. Y estos son los cristianos católicos que luego llevan una vida cristiana discutible: muchos se dejan corromper fácilmente por los políticos, para obtener privilegios y favores; se vuelven despiadados en los negocios, usureros, racistas con los tribales; son comerciantes estafadores, que en este período de crisis venden todo al doble, reduciendo al hambre a muchas personas pobres que no pueden comprar sus productos a precios exorbitantes. No hay Eucaristía, y estos son los frutos de su vida cristiana. “La Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica. 

Aún así, muchos de mis cristianos son testigos de acontecimientos de cambio, de renovación, que se han producido en sus aldeas gracias a la Eucaristía, pero que fácilmente se olvidan. En dos pueblos, Pinoles y Baking, la gente no venía a la iglesia; en Pinoles, hacía tres años que la capilla estaba cerrada. En la iglesia de Baking se veía tan solo a alguna que otra ancianita, pero jamás un hombre ni una familia completa, a veces, pero no siempre, venían solo los hijos adolescentes. En cierto momento, los dos pueblos eligen como capitán a un líder político de la aldea, que revela ser un criminal: mata sin piedad e impunemente a sus adversarios políticos; no habla con la gente, sino que manda y se hace respetar recurriendo al fusil. En el pueblo, todos viven ebrios; muchas veces hay riñas a cuchillo, que dos por tres terminan con un muerto. La gente vive aterrorizada y tiene miedo de salir de su casa. En la calle hay robos, los ladrones tienen a las familias como rehenes hasta que ésta entregue todo el botín; la policía mira toda la escena y se cuida de no intervenir. 

Algunos cristianos vienen a ver al cura para lamentarse, y yo les respondo: “¡Todo esto es normal en un pueblo donde la gente cristiana lleva años sin comer la Eucaristía, porque la capilla está cerrada; y porque ahora, el trabajo en el campo y los negocios, son su dios. Vuelvan a la iglesia con sus maridos, aliméntense regularmente con la Eucaristía y este infierno acabará pronto”. Entonces multipliqué las misas en las capillas; una vez a la semana, quien quiere puede participar en la misa vespertina en su capilla además de la misa dominical mensual. Muchas personas, muchos hombres inclusive, volvieron a recibir la Eucaristía de forma regular. Los capitanes delincuentes cayeron en desgracia, los nuevos políticos son todos católicos, gente de Iglesia, que siempre está en la misa del domingo, atentos a las necesidades de la gente, y muchas veces me contactan para analizar juntos las decisiones a tomar para el pueblo. Han desaparecido las matanzas provocadas por estado de ebriedad, y también los hurtos; las dos aldeas ahora viven en paz y se respira un bello clima de fraternidad con los tribales y con las sectas. ¡Qué milagro hace la Eucaristía en el corazón del hombre y en la sociedad! 

Es por eso que reafirmo que si bien es razonable interrumpir la comunión de los fieles en este largo período de cuarentena, también afirmo enérgicamente que de todos modos, no es lo mismo comer la Eucaristía cada domingo que no comerla. Los fieles sin Eucaristía han entrado en un modo “supervivencia”, que no puede en absoluto convertirse en normalidad. Lo normal debe ser recibir la Eucaristía para ser fuertes en la vida de la fe, en la caridad y en la esperanza, que de otros modo se debilitarían por los golpes del diablo. Para mí, esta es la verdadera crisis de hoy: un vida cristiana que por varias circunstancias ha entrado en un estado de reserva, esperando que no se apague del todo. 

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