13/02/2016, 21.53
MEXICO - VATICANO
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Papa en México: que la Iglesia y la sociedad busquen el bien común, y no los privilegios

Encontrándose con las autoridades civiles y los obispos mexicanos, Francisco rindió homenaje a la “Morenita”.  El narcotráfico, un “desafío ético y anti-cívico” para la sociedad mexicana entera, “incluida la Iglesia”. Los pastores han de tener “una mirada de singular delicadeza” hacia “los pueblos indígenas y sus fascinantes  y, no pocas veces, masacradas culturas”. Comunión con los obispos de los Estados Unidos para mantener vivas en los migrantes “las raíces de su fe, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad”.

Ciudad de México (AsiaNews) – Empeñarse en construir el bien común -“este «bien común» que en este siglo veintiuno no goza de buen mercado” -  rehuyendo de la búsqueda de toda forma de “privilegio”. Una búsqueda que conduce a la corrupción, a la violencia y al narcotráfico, que, en México, representa un “desafío ético y anti-cívico” para la sociedad mexicana entera, “incluida la Iglesia”, llamada a testimoniar que “ha visto a Jesucristo”.

Es el primer mensaje que el Papa Francisco dirigió a México, donde arribó poco antes de las 20 (hora local), recibido con gran entusiasmo por una multitud presente a lo largo de todo el camino  a la Nunciatura de la Ciudad de México, donde pasó la noche. Y multitud que colmó el camino  también esta mañana, cuando a las 9.30 se dirigió al Palacio Nacional para la ceremonia de bienvenida, la visita de cortesía al presidente Enrique Peña Nieto, y el encuentro con miembros de las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.

Tanto en la primera cita, dedicada al mundo institucional y laico, como en el siguiente encuentro, con los obispos mexicanos, Francisco desarrolló sus consideraciones a partir de la “Morenita”, como es llamada afectuosamente la Virgen de Guadalupe, patrona del continente latinoamericano entero, porque “sólo mirando a la ‘Morenita’, México tiene una visión completa de sí” .

“Hoy – dijo, de hecho, en su primer discurso - vengo como misionero de misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella. Buscando ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre, quiero, a su vez, rendirle homenaje a este pueblo y a esta tierra tan rica en culturas, historia y diversidad”.

 

 La búsqueda del privilegio, camino rumbo a la corrupción

“México – continuó diciendo - es un gran país. Bendecido con abundantes recursos naturales y una enorme biodiversidad, que se extiende a lo largo de todo su vasto territorio”. Pero, prosiguió, “pienso, y me animo a decir, que la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven; sí, son sus jóvenes. Un poco más de la mitad de la población está en edad juvenil. Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana. Eso da esperanza y proyección. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También,  a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y de mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este «bien común» que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Ante dicha  realidad, el Papa advirtió que “a los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”. “Esto – concluyó - no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales”.

La Virgen de  Guadalupe estuvo también en el centro del largo discurso que Francisco dirigió luego a los obispos de México, con quienes se encontró en la catedral de la Asunción, donde llegó luego de emprender un paseo en el papamóvil entre las casi cien mil personas presentes en la plaza de la Constitución.

“Estoy contento – fueron sus primeras palabras - de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este amado País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también yo he venido a visitar”. “No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?”.  Y dijo, poco después, “les pido me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo de la Guadalupana”.

 “Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia”.

“Reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿no es propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios? Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25)”.

 

Tantos jóvenes “comercializan” la muerte a cambio de dinero

 En el mundo de hoy, dominado “por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido”, “Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente”. “Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada”.

Y al igual que ya hiciera en el discurso pronunciado en el Palacio presidencial, el Papa expresó su preocupación por los jóvenes. “Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anti-cívico que el narcotráfico representa para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”.

El Papa luego tocó otros dos temas particularmente delicados de la vida de este país:  “los pueblos indígenas y sus fascinantes  y, no pocas veces, masacradas culturas” para los cuales pidió  tener “una mirada de singular delicadeza”, y los migrantes. “Permítanme – dijo a propósito de este tema- una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la «luz verde» que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la presunta «tierra prometida» es tan fácil como se piensa. Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad”.

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