08/09/2017, 11.12
VATICANO-COLOMBIA
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Papa en el CELAM: La esperanza en el rostro de jóvenes, mujeres, laicos

En el encuentro con obispos del todo el continente latinoamericano, el Papa Francisco invita a no vivir de los recuerdos de un gran pasado, sino a “concretizar” las esperanza que viene de la fe. Cristo “vivo”, “salir”, valorizar la “religiosidad del pueblo”, “pasión por la evangelización”. Acompañar a los jóvenes; valorizar a las mujeres; impulsar a los laicos al compromiso social. 

Bogotá (AsiaNews) – América Latina, el “continente de la esperanza” necesita de obispos que ayuden a una “concretización de esta esperanza”, valorizando los signos de la misma en el rostro de los jóvenes, de las mujeres, de los laicos de este continente “mestizo: no únicamente indígena, ni hispánico, ni lusitano, ni afroamericano, sino mestizo, ¡latinoamericano!”. El Papa Francisco se dirigió de esta manera, en la tarde de ayer, a los obispos del CELAM (Consejo Episcopal latinoamericano), que reúne a pastores de América Latina y del Caribe.

Desde fines de los años ’60 hasta fines del siglo XX, las reflexiones del CELAM –en los diversos encuentros de Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida – casi que han representado palabras clave para toda la Iglesia; liberación, comunidad de base, opción por los pobres, indígenas…

Al encontrarse con los obispos en la Nunciatura de Bogotá, Francisco los ha puesto en guardia sobre una celebración del pasado que resulta estéril: “Las realidades indispensables de la vida humana y de la Iglesia no son nunca un monumento, sino un patrimonio vivo. Resulta mucho más cómodo transformarlas en recuerdos de los cuales se celebran los aniversarios: ¡50 años de Medellín, 20 de Ecclesia in America, 10 de Aparecida! En cambio, es otra cosa: custodiar y hacer fluir la riqueza de tal patrimonio (pater - munus) constituyen el munus de nuestra paternidad episcopal hacia la Iglesia de nuestro continente”.

Él ha enumerado las “tentaciones” de reducir el Evangelio “a un programa al servicio de un gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la Iglesia como una burocracia que se auto-beneficia, como tampoco ésta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical.”. En el mundo contemporáneo es tanto más fácil “la dispersión”, la “fragmentación”.

El antídoto para todo esto es “el encuentro con Cristo vivo”, que funda asimismo la unidad de la vida: “¿Dónde está la unidad? Siempre en Jesús. Lo que hace permanente la misión no es el entusiasmo que inflama el corazón generoso del misionero, aunque siempre es necesario; más bien es la compañía de Jesús mediante su Espíritu. Si no salimos con Él en la misión, pronto perderíamos el camino, arriesgándonos a confundir nuestras necesidades vacuas con su causa. Si la razón de nuestro salir no es Él, será fácil desanimarse en medio de la fatiga del camino, o frente a la resistencia de los destinatarios de la misión, o ante los cambiantes escenarios de las circunstancias que marcan la historia, o por el cansancio de los pies debido al insidioso desgaste causado por el enemigo”.

Contra las “estériles especulaciones” y los “bizantinismos de los doctores de la ley”, Francisco propone “salir, partir con Jesús”.

“El Evangelio habla de Jesús que, habiendo salido del Padre, recorre con los suyos los campos y los poblados de Galilea. No se trata de un recorrido inútil del Señor. Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca, habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva. Llevar al Padre a cuantos encuentra es la meta de su permanente salir, sobre el cual debemos reflexionar continuamente. La Iglesia debe re-apropiarse de los verbos que el Verbo de Dios conjuga en su divina misión. Salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que les ha sido confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza en un cuerpo a cuerpo”.

Contra la “utopías fuertes” que “han prometido soluciones mágicas, respuestas instantáneas, efectos inmediatos”, y contra una visión de la vida que sirve para “colonizar el alma latinoamericana” el pontífice vuelve a valorizar la religiosidad popular, el alma espiritual de los pueblos del continente: “es parte de su singularidad antropológica; es un don con el que Dios se ha querido dar a conocer a nuestra gente. Las páginas más luminosas de la historia de nuestra Iglesia han sido escritas precisamente cuando se ha sabido nutrir de esta riqueza, hablar a este corazón recóndito que palpita custodiando, como una pequeña luz encendida bajo las aparentes cenizas, el sentido de Dios y de su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de solidaridad, la alegría de vivir, la capacidad de ser feliz sin condiciones”.

Invitando a erradicar una cierta “quejumbrosidad”, debida al “déficit de esperanza en la América Latina de hoy”, propone algunas pistas para la “concretización de la esperanza” en el continente. Tales pistas son ya signos de novedad y asimismo desafíos a perseguir.

Ante todo, el mundo de los jóvenes: “Se habla con frecuencia de los jóvenes —se declaman estadísticas sobre el continente del futuro—, algunos ofrecen noticias sobre su presunta decadencia y sobre cuánto estén adormilados, otros aprovechan de su potencial para consumir, no pocos les proponen el rol de peones del tráfico y de la violencia. No se dejen capturar por tales caricaturas sobre sus jóvenes. Mírenlos a los ojos y busquen en ellos el coraje de la esperanza... No se conformen con retóricas u opciones escritas en los planes pastorales jamás puestos en práctica.” El Papa explica que fue justamente siguiendo esta pista, que ha decidido que la Jornada mundial de la Juventud del 2019 sea celebrada en Panamá.

 

Otra pista es la del mundo femenino, frenado en la Iglesia por un “recalcitrante clericalismo”. “Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente. Son las mujeres que, con meticulosa paciencia, encienden y re-encienden la llama de la fe. Es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con su presencia resucitada”.

La tercera pista aconsejada es la de la valorización de los laicos, cuya misión se expresa no en modos clericales, sino en un compromiso social: “en los procesos de un auténtico desarrollo humano, en la consolidación de la democracia política y social, en la superación estructural de la pobreza endémica, en la construcción de una prosperidad inclusiva fundada en reformas duraderas y capaces de preservar el bien social, en la superación de la desigualdad y la custodia de la estabilidad, en la delineación de modelos de desarrollo económico sostenibles que respeten la naturaleza y el verdadero futuro del hombre, que no se resuelve con el consumismo desmesurado, así como también en el rechazo de la violencia y la defensa de la paz”.

Ligada al mundo de los laicos, está la atención prestada a los pobres. Es necesario, dice el Papa, “ver el mundo con los ojos de los pobres” para hallar soluciones a la vida social: “La riqueza autosuficiente con frecuencia priva a la mente humana de la capacidad de ver”… “las soluciones para los problemas complejos que nos desafían nacen de la sencillez cristiana que se esconde a los poderosos y se muestra a los humildes”.

Por último, Francisco ha invitado a todos los obispos a vivir el propio servicio pastoral “con pasión”: “Hoy hace falta pasión. Poner el corazón en todo lo que hagamos… Hermanos, por favor, les pido pasión, pasión evangelizadora.”. Y propuso como modelo a San Toribio de Mogrovejo (1538-1606), que en 24 años de episcopado en Lima (Perú), “18 los pasó entre los pueblos de su diócesis”. 

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