26/02/2020, 19.50
VATICANO
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Papa: Cenizas, 'si vivo para las cosas del mundo, reniego de lo que Dios ha hecho en mí’

“Si solo vivo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar un poco de prestigio y hacer carrera, vivo del polvo”. “También en la Iglesia, la casa de Dios, hemos dejado que se deposite mucho polvo, el polvo de la mundanidad. Mirémonos por dentro, de corazón; ¡cuántas veces ahogamos el fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía!”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La Cuaresma “no es el tiempo para volca derramar inútiles moralismos sobre la gente, sino para reconocer que nuestras míseras cenizas son amadas por Dios”, “somos la tierra en la cual Dios ha derramado su cielo”. La Cuaresma, entonces, “es un tiempo de gracia, para acoger la mirada de Dios sobre nosotros y, al ser mirados así, cambiar de vida”: “no podemos vivir para ir detrás del polvo que se desvanece”, el polvo que es el dinero, la carrera, la hipocresía, la mundanidad.

Miércoles de Ceniza. Papa Francisco, como ya es tradición, preside una “asamblea de oración en forma de «Estaciones» romanas” en la antiquísima Basílica de Santa Sabina, sobre el Aventino, precedida por una procesión penitencial, que parte no muy lejos de la iglesia de San Anselmo. Durante las celebraciones, el Card. Jozef Tomko, titular de la basílica, impuso las cenizas al Papa (en la foto). 

“El polvo  sobre la cabeza – dijo Francisco en la homilía - nos recuerda que venimos de la tierra y que a la tierra volveremos. Por tanto, somos débiles, frágiles, mortales. A lo largo de los siglos y milenios estamos de paso; frente a la inmensidad de las galaxias y del espacio, somos minúsculos. Somos polvo en el universo. Pero somos el polvo amado por Dios. El Señor ha amado recoger nuestro polvo entre las manos, y soplar el aliento de la vida sobre nosotros (cfr. Gen 2,7). Así que somos un polvo precioso, destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la cual Dios ha derramado su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria. Las cenizas nos recuerdan, así, el camino de nuestra existencia: del polvo, a la vida”. 

“Estamos en el mundo para caminar desde las cenizas hacia la vida. Entonces, no pulvericemos la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros. No cedamos a la resignación, Y tu dirás: ‘¿Cómo puedo tener confianza? El mundo marcha mal, el miedo se propaga, es tanta la maldad, y la sociedad se está descristianizando, etc., etc….’. ¿Pero acaso no crees que Dios puede transformar nuestro polvo en gloria? Las cenizas que recibimos sobre la cabeza sacuden los pensamientos que llevamos en nuestra mente. Nos recuerdan que nosotros, hijos de Dios, no podemos vivir para perseguir el polvo que se desvanece. Entonces, hay una pregunta que puede bajarnos desde la cabeza, al corazón: ‘Yo, ¿para qué vivo?’ Si solo vivo para las cosas del mundo, que pasan, vuelvo al polvo y reniego de lo que Dios ha hecho en mí. Si solamente vivo para llevar algo de dinero a casa y divertirme, para buscar un poco de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida solo porque no han tenido suficiente consideración para conmigo, y porque no recibo de los demás lo que creo merecer, nuevamente, sigo mirando el polvo”.

“No estamos en el mundo para esto. Valemos mucho más, vivimos para mucho más: para realizar los sueños de Dios, para amar. Las cenizas se posan sobre nuestras cabezas para que en los corazones se encienda el fuego del amor. Porque somos ciudadanos del cielo, y el amor a Dios y al prójimo es el pasaporte al cielo, es nuestro pasaporte. Los bienes terrenales que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos – en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo – nos salvará, permanecerá para siempre”. 

“La ceniza que recibimos nos recuerda un segundo camino, el opuesto, el que va de la vida hacia el polvo. Miramos a nuestro alrededor y vemos polvo de muerte. Vidas reducidas a cenizas. Escombros, destrucción, guerra. Vidas de pequeños inocentes que no son acogidas; las vidas de los pobres, rechazadas; vidas de ancianos, descartadas. Continuamos destruyéndonos, haciendo que nos convirtamos en polvo. ¡Y cuánto polvo hay en nuestras relaciones! Miremos en nuestro hogar, en las familias: ¡cuántas peleas, qué incapacidad de desactivar los conflictos, cómo cuesta pedir disculpas, perdonar, volver a empezar, pero con cuánta facilidad reclamamos nuestros espacios y nuestros derechos!  Hay tanto polvo, que ensucia el amor y embrutece la vida”. 

“También en la Iglesia, en la casa de Dios, hemos dejado que se deposite mucho polvo, el polvo de la mundanidad. Y miremos dentro nuestro, en el corazón: ¡cuántas veces ahogamos el fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía! La hipocresía; es la suciedad que Jesús pide remover hoy, en el Evangelio. En efecto, el Señor no dice que solo se deban hacer obras de caridad, rezar y ayunar, sino que se haga todo esto sin fingir, sin dobleces, sin hipocresía (cfr Mt 6,2.5.16). ¡Cuántas veces, por el contrario, hacemos algo solo para recibir aprobación, para obtener el beneficio de la imagen, para nuestro ego! ¡Cuántas veces nos proclamamos cristianos, y en el corazón cedemos sin problema a las pasiones que nos vuelven esclavos! ¡Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra! ¡Cuántas veces no mostramos buenos por fuera y anidamos rencores por dentro! ¡Cuántos dobleces tenemos en el corazón… Es un polvo que ensucia, cenizas que ahogan el fuego del amor. Necesitamos limpiar el polvo que se deposita en el corazón”. 

“La Cuaresma es tiempo de sanación. ¿Qué hacer, entonces? En el camino hacia la Pacua podemos dar dos pasos: el primero, desde el polvo hacia la vida, desde nuestra humanidad frágil a la humanidad de Jesús, que nos cura. Podemos ponernos delante del Crucificado, estar allí, mirarlo y repetir: ‘Jesús, tú me amas; transfórmame… Jesús, tú me amas, transfórmame…’. Y después de haber recibido su amor, luego de haber llorado delante de este amor, el segundo paso, para no recaer y pasar de la vida al polvo. Ir a recibir el perdón de Dios, en la Confesión, porque allí, el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El abrazo del Padre, en la Confesión, nos renueva por dentro, nos limpia el corazón. Dejémonos reconciliar para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como enfermos que han sido sanados, como viajeros que marchan acompañados. Dejémonos amar, para amar. Dejémonos levantar, para caminar hacia la meta, la Pascua. Tenemos la alegría de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas”. 

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