14/02/2018, 19.02
VATICANO
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Papa: Cuaresma, tiempo para ‘vencer los demonios de la desconfianza, de la apatía y de la resignación’

En la Celebración del Miércoles de Cenizas, Francisco invitó a detenerse “un poco” para mirar y contemplar “el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión”, para volver “a casa de tu Padre”.

Roma (AsiaNews) – La Cuaresma es unl tiempo “oportuno” para “vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación”, para volver “sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia, que te espera”. Es un tiempo para detenerse “un poco”, para mirar y contemplar “el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión”, para regresar “a la casa de tu Padre”. Hay una advertencia y una exhortación en el pensamiento del Papa Francisco para este Miércoles de Ceniza, día que marca el inicio de la Cuaresma.

Este año, Francisco también lo ha celebrado en forma de “Estaciones romanas”: un momento de oración en la Iglesia de San Anselmo, en Aventino, seguido de una procesión penitencial hasta la basílica de Santa Sabina, donde fue celebrada la misa con el rito de bendición e imposición de las cenizas.

“El tiempo de Cuaresma -dijo Francisco- es un tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor”. Un tiempo para afrontar “las tentaciones a las que somos expuestos”. “Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza. Y si el fruto de la fe es la caridad —como le gustaba repetir a la Madre Teresa de Calcuta—, el fruto de la desconfianza es la apatía y la resignación. Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente. La Cuaresma es un tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir según el latido del Corazón de Jesús. Toda esta liturgia está impregnada de este sentimiento y podríamos decir que se refleja en tres palabras que se nos ofrecen para volver a «dar calor al corazón creyente»: Detente, mira y vuelve”.

Detente un poco de esa agitación, y de ese correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad… el tiempo de Dios. Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento. Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despectivo que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, están heridos e incluso inmersos en el pecado y el error. Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido. Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar el poder fecundo y creador del silencio. Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los demás, para compartir las cargas y sufrimientos. Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz, que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino. ¡Detente para mirar y contemplar!”

Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para salir adelante en la vida y, entre tantas premuras y penurias, no dejan de hacer todos los intentos para hacer de sus hogares una escuela de amor. Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados del mañana y de posibilidades, que exigen dedicación y protección. Retoños vivientes del amor y de la vida, que siempre se abren paso, en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas. Mira el rostro de nuestros ancianos, surcado por el paso del tiempo; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Rostros de la sabiduría operante de Dios. Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio, nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad. Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante”.

Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy, desde la cruz, sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión. Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión. ¿A todos? Sí, a todos. Mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!”

Detente, mira y vuelve. Vuelve a la casa de tu Padre. ¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera. ¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro (cf. Jn 20,17). Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón… Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo muy distinto, y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19). ¡Vuelve!, sin miedo, a participar de la fiesta de los perdonados. ¡Vuelve!, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26). ¡Detente, mira y vuelve!”

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