26/01/2016, 12.48
VATICANO
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Papa: Cuaresma, un tiempo para salir del "soberbio delirio de omnipotencia" que el mal suscita en las personas y la sociedad

Se titula «“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 19, 13): Las obras de misericordia en el camino jubilar» el mensaje para la Cuaresma de este Año Santo. "Las estructuras de pecado vinculados a un modelo de desarrollo basado en la falsa idolatría del dinero". " el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, en el pobre que llama a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de la soledad que es el infierno".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - La Cuaresma es un tiempo propicio para la conversión, "para finalmente salir de la propia alienación existencial" del "soberbio delirio de omnipotencia", causada por el diablo, que "también puede asumir formas sociales y políticas , como lo demuestran los totalitarismos del siglo XX, y muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la ciencia y la tecnología".

Vivir la Cuaresma de este año jubilar "como un poderoso momento para celebrar y experimentar la misericordia de Dios" es la exhortación en el centro del mensaje de Francisco titulado «”Misericordia quiero y no sacrificio" (Mt 09:13). Las obras de misericordia en el camino jubilar", publicado hoy. En ella, el Papa habla del "milagro" de la misericordia capaz de transformar cada persona y escribe que "nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo".

El documento se abre recordando que "En la bula de convocatoria del Jubileo, invite a que “la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa “24 horas para el Señor”, quise hacer especial hincapié en la primicia de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo, pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona este anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios".

" El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos ante un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña un papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/a y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares –como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)- las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo. Este drama de amor encuentra su culmen en el Hijo hecho hombre. En él, Dios derrama su ilimitada misericordia hasta el punto que hace de él, la “misericordia encarnada” (Misericordiae vultus, 8)”.

"Es este el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio, que “siempre hay que volver de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma u otra a lo largo de la catequesis” (Ibíd. 164). La Misericordia “entonces expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de este modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa”.

"La misericordia de Dios transforma el corazón humano"

"La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre, haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo”.

“Por eso, expresé mi deseo de que “el pueblo cristiano reflexione en el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Ibíd. 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo “se hace de nuevo visible en el cuerpo martirizado, llagada, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, los notemos y lo asistamos con cuidado” (Ibíd. )”.

“Misterio inaudito y escandaloso es la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, solo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex, 3,5), más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufre a causa de su fe".

"Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino para sofocar dentro de sí la íntima convicción de que no es un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc, 16, 20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizás no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoniaco “seréis como Dios” (Gn 3,5), que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras del pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos".

"La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir, por fin, de nuestra alienación espiritual, gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales, tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar”.

“Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado, el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino, también los “soberbios”, los “poderosos” y los “ricos”, de los que habla el Magníficat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Solo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre –engañándose- cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, en el pobre que llama a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de la soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan, de nuevo, para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen” (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida”.

“No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1, 48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1, 38)".

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