03/09/2016, 14.26
VATICANO
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Papa: Dar vuelta la cara frente a quien sufre es el pecado moderno, no podemos permitirlo

Francisco se reúne con decenas de miles de “artesanos de la misericordia”: “Vosotros tocáis la  carne de Cristo con vuestras manos, no olvidéis esto”. Una invitación “hablad al Señor de esto: preguntad el por qué de las cosas, y pedidle también seguir siendo humildes y fuertes en vuestro servicio”. Un gran aplauso para la Madre Teresa, que mañana será proclamada santa. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Hacer como el sacerdote y el levita del Evangelio, que frente al sufriente, apartan la mirada, “es un pecado grave, es el pecado moderno, es el pecado de hoy. Nosotros, los cristianos, no podemos permitirnos esto”. Fue lo que dijo esta mañana el Papa Francisco a cerca de 50.000 voluntarios,  “artesanos de la misericordia”, que festejan su Jubileo. A la espera de mañana, cuando se celebrará la misa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta.

El amor del que habla San Pablo, explica Francisco luego de reflexionar sobre la Carta a los Corintios, “no es algo abstracto y vago; al contrario, es un amor que se ve, se toca, y se experimenta en primera persona. La forma más grande y expresiva de este amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que una manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8). Esto es amor. No son palabras. ¡Es amor!”

Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios alcanza su culmen, “brota el manantial de amor que cancela todo pecado y que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Esta es la grandeza de la certeza: Cristo me ha amado, y se ha entregado a sí mismo por mí, por ti, por todos, ¡por cada uno de nosotros! Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,35-39). Por tanto, el amor es la expresión más alta de toda la vida y nos permite existir”.

Ante este contenido tan esencial de la fe, subraya el Papa, “la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino (cf. Lc 10,25-36). No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver muchas formas de pobreza que piden misericordia. Y esto de girarse hacia el otro lado para no ver: el hambre, las enfermedades, las personas explotadas… ¡Esto es un pecado grave! También, es un pecado moderno, ¡es un pecado de hoy! Nosotros los cristianos no podemos permitirnos esto”.

No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano, “«pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado ¡o porque hemos ido a Misa el domingo! No.  El Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como un hermoso cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del que brota el amor de Dios hacia la miseria humana, nos sigue hablando hoy, animándonos a ofrecer nuevos signos de misericordia. No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta”.

Hermanos y hermanas, retoma Francisco,  “vosotros representáis el gran y variado mundo del voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros que, cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais forma y visibilidad a la misericordia (…) La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sin techo, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales... En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos el peso de los otros”.

Queridos hermanos y hermanas, agrega improvisando, “vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos: no olvidéis esto. Vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría, y convincentes en el consuelo. El mundo tiene necesidad de signos concretos, de signos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere de personas capaces de contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no dejéis que nunca sea motivo de presunción, que lleva a sentirse mejores que los demás.”.

Para no caer en esta trampa, el Papa sugiere: “hablad al Señor de esto. Llamadle. Haced como ha hecho Hermana Preymar, como nos ha contado la Hermana: ha llamado a la puerta del tabernáculo. Así con coraje, ¿eh? El Señor nos escucha: ¡llamadle! Señor, ¡mira esto! Mira cuánta pobreza, tanta indiferencia, tanto mirar hacia otro lado: “Esto a mí no me toca, a mí no me importa”. Habladlo con el Señor: “Señor, ¿por qué? Señor, ¿por qué? ¿Por qué soy tan débil y tú me has llamado para hacer este servicio? Ayúdame, y dame fuerza. Y dame humildad”. El centro de la misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús”.

Mañana, concluye, “tendremos la alegría de ver a Madre Teresa proclamada santa. … [Aplausos de la multitud, ndr] ¡Y se lo merece! Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios, para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección”.

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