24/03/2017, 20.02
VATICANO - UE
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Papa: Europa no ha de ser mera economía, sino un modo de concebir al hombre con la capacidad de esperar

A los 27 Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, recibidos en ocasión del 60mo aniversario de la firma de los Tratados de Roma, Francisco habló del Viejo Continente, refiriéndose al mismo como una realidad basada en la centralidad del hombre, la solidaridad activa, la apertura al mundo, la prosecución de la paz y del desarrollo, y la apertura al futuro. La “grave crisis migratoria” y los populismos que “florecen a partir del egoísmo”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Europa “no es un conjunto de reglas a ser observadas”, “un conjunto de derechos que defender o de pretensiones a reivindicar”, sino un modo de concebir al hombre “a partir de su dignidad trascendente e inalienable”, una realidad basada en la centralidad del hombre, la solidaridad activa, la apertura al mundo, la prosecución de la paz y del desarrollo. Una Europa que “encuentra de nuevo esperanza” es el objetivo que el Papa Francisco ha propuesto esta tarde a los 27 Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, recibidos en el Vaticano en ocasión del 60mo aniversario de la firma de los Tratados de Roma. Con ellos, también estuvieron los presidentes del Parlamento Europeo Antonio Tajani, del Consejo Europeo, Donald Tusk y de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker.

En el clima solemne de la Sala Regia del Palacio Apostólico, Francisco, respondiendo a los saludos del premier italiano, Paolo Gentiloni, y del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, habló del 25 de marzo de 1957, refiriéndose a aquella jornada como “única en la historia” por su envergadura y por las consecuencias históricas que devinieron.

En su discurso, el Papa resaltó algunos temas por los que tiene particular estima, partiendo de la solidaridad hacia quien se ve obligado a emigrar a causa de guerras y de la pobreza, rumbo a la Unión Europea, “como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias”, que acepta el pluralismo y rechaza los populismos y nacionalismos, porque “si uno sufre, todos sufren. Así, también nosotros lloramos con el Reino Unido por las víctimas del atentado que golpeó a Londres hace dos días”.  

 “Los Padres fundadores –dijo Francisco - nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar. El origen de la idea de Europa es «la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, [...] con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria». Roma, con su vocación de universalidad, es el símbolo de esa experiencia y por eso fue elegida como el lugar de la firma de los Tratados, porque aquí –recordó el Ministro holandés de Asuntos Exteriores Luns– «se sentaron las bases políticas, jurídicas y sociales de nuestra civilización»”.

Ya desde el principio, continuó diciendo, estuvo claro que “el corazón palpitante del proyecto político europeo no podía sino ser el hombre” y que “el primer elemento de la vitalidad europea es la solidaridad. “En un mundo que conocía bien el drama de los muros y de las divisiones, se tenía muy clara la importancia de trabajar por una Europa unida y abierta, y de esforzarse todos juntos por eliminar esa barrera artificial que, desde el Mar Báltico hasta el Adriático, dividía el Continente. ¡Cuánto se ha luchado para derribar ese muro! Sin embargo, hoy se ha perdido la memoria de ese esfuerzo. Se ha perdido, también, la conciencia del drama de las familias separadas, de la pobreza y de la miseria que provocó aquella división. Allí donde desde generaciones se aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se discute sobre cómo dejar fuera los ‘peligros’ de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos”.

“En el vacío de memoria que caracteriza a nuestros días, a menudo se olvida también otra gran conquista fruto de la solidaridad sancionada el 25 de marzo de 1957: el tiempo de paz más largo de los últimos siglos”.

El denominador común de los Padres fundadores, prosiguió el Papa, “era el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y a la conciencia de que «en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo», sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles. «Y todavía en nuestros días ―afirmaba san Juan Pablo II― el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan». En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró. En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente”.

Sesenta años después, en un mundo que presencia las crisis económicas y de la familia, así como de los modelos sociales consolidados, “está la difundida ‘crisis de las instituciones’ y la crisis de los emigrantes: tantas crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro”. El nuestro “es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades”.

Las respuestas sobre el futuro “la encontramos precisamente en los pilares sobre los que ellos han querido edificar la Comunidad económica europea y que ya he mencionado: la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al futuro. A quien gobierna le corresponde discernir los caminos de la esperanza, identificar los procesos concretos para hacer que los pasos realizados hasta ahora no se dispersen, sino que aseguren un camino largo y fecundo”.

“Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones. Considero que esto implica la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos que componen la Unión. Desgraciadamente, a menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una «separación afectiva» entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión. Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar el espíritu de familia, con el que cada uno contribuye libremente, según las propias capacidades y dones, a la casa común. Es oportuno tener presente que Europa es una familia de pueblos y, como en toda buena familia, existen susceptibilidades diferentes, pero todos podrán crecer en la medida en que estén unidos. La Unión Europea nace como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias. Por eso las peculiaridades no deben asustar, ni se puede pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más bien la armonía de una comunidad. Los padres fundadores escogieron precisamente este término como punto central de las entidades que nacían de los Tratados, acentuando el hecho de que se ponían en común los recursos y los talentos de cada uno. Hoy la Unión Europea tiene necesidad de redescubrir el sentido de ser, ante todo, «comunidad» de personas y de pueblos”.

“Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos. La solidaridad comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para «simpatizar» con el otro y con el todo.”. “La solidaridad no es sólo un buen propósito: está compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea cual sea la condición en la que se encuentre. Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni «mirar más allá». Es necesario volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde esa leadership ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso, para elaborar en cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiariedad, políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de modo que el que corre más de prisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce para alcanzar al que está a la cabeza”.

“Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario, su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad «es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural»”. Y hoy en día, “La apertura al mundo implica la capacidad de «diálogo como forma de encuentro»[18] a todos los niveles, comenzando por el que existe entre los Estados miembros y entre las Instituciones y los ciudadanos, hasta el que se tiene con los muchos inmigrantes que llegan a las costas de la Unión. No se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad. La cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida que, demasiado a menudo, está sólo basado en un bienestar material.  Por el contrario, la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia. La apertura hacia el sentido de lo eterno va unida también a una apertura positiva, aunque no exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo. En cambio, parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada. Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra el vacío de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo. Estos son los ideales que han hecho a Europa, la «península de Asia» que desde los Urales se extiende hasta el Atlántico.”.

“Europa vuelve a encontrar esperanza cuando invierte en el desarrollo y en la paz. El desarrollo no es el resultado de un conjunto de técnicas productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la enseñanza y a los cuidados médicos necesarios. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abundan la droga y la violencia.”.

“Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad”.

A la Unión hoy le compete hallar la voluntad de trabajar una vez más juntos, y de tener ganas de apostar por el futuro. “A vosotros, como líderes –concluyó-, os corresponde discernir el camino para un «nuevo humanismo europeo», hecho a base de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo de tomar decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las personas y para resistir al paso del tiempo”.

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