18/06/2017, 22.39
VATICANO
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Papa: La Eucaristía es el sacramento que cura nuestra memoria, enferma de frenesí

El Para Francisco celebra la misa del “Corpus Domini” en este domingo, segundo del calendario litúrgico italiano y no del vaticano. Hoy la memoria: “está debilitada…quemando los recuerdos y viviendo al instante, se arriesga de quedarse en la superficie. La Eucaristía es memoria viviente y consolador del amor de Dios”. “La eucaristía no es un sacramento ‘para mí’, es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo”. La procesión desde la basílica de S. juan hasta S. María la Mayor. El baldaquín con el ostensorio seguido por el “santo pueblo de Dios”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- La Eucaristía “es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros…En el Pan de vida el Señor viene a visitarnos haciéndose comida humilde que con amor cura nuestra memoria, enferma de frenesí”. Así el Papa Francisco en la homilía pronunciada durante la misa por él presidida en el atrio de la basílica de S. Juan de Letrán la solemnidad del “Corpus Domini” (del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo). Por tradición, en el vaticano y en muchas iglesias en el mundo se celebra esta fiesta en el segundo domingo después de Pentecostés. Pero en Italia- y en muchos otros países donde aquel jueves no es fiesta- ésta se celebra el domingo sucesivo. En la misa participan centenares de niños y niñas que han recibido este año la Primera Comunión.

El tema del recuerdo fue citado varias veces en la homilía: “El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros”.

“La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo-continuó el Papa- esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos. Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte”.

 “En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Es por esto que nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o hipotética, sino la memoria viviente y consoladora de su amor: Memoria anamnética y mimética. En la Eucaristía está todo el gusto de las palabras y de los gestos de Jesús, el sabor de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por Él. Y mientras digo esto pienso, cuando en particular a vosotros, niños y niñas que desde hace poco habéis recibido la Primera Comunión y sois aquí numerosos”. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios. En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número”.

Así la Eucaristía-agregó- forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros.

“La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo. Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad. Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad.

Después de la oración final de la misa, se formó una larga procesión hacia S. maría la mayor. A la cabeza han caminado los representantes de las Confraternidades romanas con sus estandartes coloridos, luego los miembros del clero y los seminaristas, canónicos y cardenales; continuaba el baldaquín con el ostensorio puesto en un adorno dorado rodeado de flores, llevado a mano por ocho gentiles hombres. Detrás iban todos los fieles, aquellos que un pasaje de la homilía el Papa definió como “es santo pueblo fiel de Dios”. A lo largo del recorrido la gente entonaba cantos tradicionales y algunas voces que guiaban han leído algunos pasajes del Evangelio y de santos devotos de la Eucaristía.

Cuando la procesión con el baldaquín llegó al atrio de S. maría la mayor, el Papa Francisco-que no siguió la procesión, sino que llegó a la basílica en coche por problemas de deambulación- bendijo con el ostensorio a todos los presentes, hacia tres direcciones en el espacio.

Al final, delante del ícono de María “Salus Populi Romani”, todos entonaron el Salve Regina.

 

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