28/06/2017, 12.08
VATICANO
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Papa: “La persecución no es una contradicción en el Evangelio, sino que forma parte de él”.

El cristiano es “mártir”, es decir, “testigo” del bien, acepta morir “por fidelidad al Evangelio”, y le “disgusta la idea de que los terroristas suicidas puedan ser llamados ‘mártires’: no hay nada en el fin que éstos persiguen que pueda aproximarse a la actitud de hijos de Dios”. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “La persecución no es una contradicción en el Evangelio, sino que forma parte de él” y para el cristiano, la verdadera derrota “es caer en la tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal”. El cristiano, de hecho, es “mártir”, o sea, “testigo” del bien, acepta morir “por fidelidad al Evangelio” y le “disgusta la idea de que los terroristas suicidas puedan ser llamados ‘mártires’: no hay nada en el fin que persiguen que pueda aproximarse a la actitud de hijos de Dios”.

“La esperanza, fuerza de los mártires” es el tema sobre el cual habló el Papa ante las 30.000 personas presentes en Plaza San Pedro para la audiencia general. “Cuando en el Evangelio –dijo- Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras de fácil suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios implica siempre una oposición. Y usa incluso una expresión extrema: «Serán odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre» (Mt 10,22). Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un clima de hostilidad.  Los cristianos son pues hombres y mujeres “contracorriente”. Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús”.

“La primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, parece que pone más atención en “despojarlos” que en “vestirlos”. De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús. El cristiano recorre su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal. Jesús nos dice: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Por lo tanto, sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano  deberá ante todo ser prudente, y a veces incluso  astuto: éstas son virtudes aceptadas por la lógica evangélica. Pero la violencia, jamás. Para derrotar al mal, no pueden compartirse los métodos del mal”.

“La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de dificultad, se debe creer que Jesús está delante de nosotros, y que no cesa de acompañar a sus discípulos. La persecución no es una contradicción en el Evangelio, sino que forma parte de este: si han perseguido a nuestro Maestro, ¿Cómo podemos esperar que se nos exima de la lucha? Pero, en el ojo de la tormenta, el cristiano no ha de perder la esperanza, pensando que ha sido abandonado. Jesús consuela a los suyos diciendo: «Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados» (Mt 10,30). Para decir que ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más pequeño y escondido, es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y brindará su rescate. De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que las tramas oscuras, que quien lucra a costa de los desesperados, que quien aplasta a los demás con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre de Abel que grita desde la tierra. Entonces, los cristianos siempre deben ser encontrados estando “en la otra ladera” del mundo, en aquella elegida por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino humildes; no vendedores de humo, sino sometidos a la verdad; no impostores, sino honestos”.

“Esta fidelidad al estilo de Jesús –estilo de esperanza – hasta la muerte, será llamada por los primeros cristianos con un nombre bellísimo: ‘martirio’, que significa ‘testimonio’. Había muchas otras posibilidades que ofrecía el vocabulario: se lo podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los cristianos de los primeros tiempos lo han llamado con un nombre que perfuma de discipulado. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, y aceptan tener que morir sólo por fidelidad al Evangelio. El martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque por encima de ello está la caridad, es decir, el amor a Dios y al prójimo. Lo dice muy bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad: «Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me serviría» (1Cor 13,3). A los cristianos les disgusta la idea de que los terroristas suicidas puedan ser llamados “mártires”: no hay nada en el fin que persiguen que pueda aproximarse a la actitud de hijos de Dios”.

“A veces, al leer las historias de tantos mártires de ayer y hoy, quedamos sorprendidos por la fortaleza con la cual afrontaron la prueba. Esta fortaleza es signo de la gran esperanza que los animaba: la esperanza cierta de que nada, ni nadie podía separarlos del amor de Dios, entregado a nosotros en Jesucristo (Cfr. Rom 8,38-39). Que Dios –concluyó Francisco- nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día”.

 

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