20/04/2016, 12.22
VATICANO
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Papa: distinguir entre el pecado, para rechazarlo, y el pecador, para acogerlo

Durante la audiencia general Francisco expresó cercanía y oración para "nuestros hermanos en Ecuador" afectadas por el terremoto y recordó a la población de Ucrania que "está sufriendo por las consecuencias de un conflicto armado, olvidado por muchos".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "Distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no es necesario hacer compromisos, mientras los pecadores – es decir, ¡todos nosotros! – somos como enfermos, que necesitan ser curados, y para curarse es necesario que el médico los vea, los visite, los toque”. Es la enseñanza que el Papa Francisco ha propuesto hoy, comentando el episodio evangélico de la mujer pecadora que con sus lágrimas ha mojado los pies de Jesús y secado con su pelo.

El hecho, dijo el Papa dijo a las 40 mil personas presentes en la plaza de San Pedro para la audiencia general, que pone de relieve cómo la Misericordia Divina es capaz de capaz de transformar el corazón, mientras la pecadora "nos enseña la relación entre fe, amor y reconocimiento. Le han sido perdonados “muchos pecados” y por esto ama mucho; «Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor»".

Durante el encuentro, Francisco expresó cercanía y oración por "nuestros hermanos en Ecuador" afectadas por el terremoto y recordó a la población de Ucrania que "sufre las consecuencias de un conflicto armado, olvidado por muchos. Cómo saben - dijo -. invité a la Iglesia en Europa para apoyar la iniciativa de mí llamado para cumplir con esta emergencia humanitaria. Doy las gracias de antemano por quienes contribuyan generosamente a esta iniciativa, que tendrá lugar el próximo domingo, 24 de abril". Y saludo a los peregrinos que han venido de Ucrania y Bielorrusia, con ocasión de la conferencia internacional en el 30 aniversario de la tragedia de Chernobyl, dijo: "Mientras renovamos nuestra oración por las víctimas de este desastre, expresamos nuestro agradecimiento a los equipos de rescate y para todos iniciativas con las que se ha tratado de aliviar el sufrimiento y el daño".

En el discurso precedente, el Papa destacó "la confrontación entre las dos figuras: aquella de Simón, el celoso servidor de la ley, y aquella de la anónima mujer pecadora. Mientras el primero juzga a los demás por las apariencias, la segunda con sus gestos expresa con sinceridad su corazón. Simón, no obstante, habiendo invitado a Jesús, no quiere comprometerse ni involucrar su vida con el Maestro; la mujer, al contrario, se abandona plenamente a Él con amor y con veneración. El fariseo no concibe que Jesús se deja “contaminar” – entre comillas ¡Eh! – por los pecadores. Así pensaban ellos, ¡eh! Él piensa que si fuera realmente un profeta debería reconocerlos y tenerlos lejos para no ser contaminado, como si fueran leprosos. Esta actitud es típica de un cierto modo de entender la religión, y está motivada por el hecho que Dios y el pecado se oponen radicalmente. Pero la Palabra de Dios enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no es necesario hacer compromisos, mientras los pecadores – es decir, ¡todos nosotros! – somos como enfermos, que necesitan ser curados, y para curarse es necesario que el médico los vea, los visite, los toque. ¡Y naturalmente el enfermo, para ser sanado, debe reconocer tener necesidad del médico!".

"Entre el fariseo y la mujer pecadora, Jesús se pone de parte de ésta última. Libre de prejuicios que impiden a la misericordia expresarse, el Maestro la deja hacer. Él, el Santo de Dios, se deja tocar por ella sin temer ser contaminado. Jesús es libre, libre porque es cercano a Dios que es Padre misericordioso. Y esta cercanía a Dios, Padre misericordioso, da a Jesús la libertad. Al contrario, entrando en relación con la pecadora, Jesús pone fin a aquella condición de aislamiento al cual el juicio despiadado del fariseo y de sus conciudadanos – los cuales la explotaban, ¡eh! – la condenaban: «Tus pecados te son perdonados» (v. 48). La mujer ahora puede “ir en paz”. El Señor ha visto la sinceridad de su fe y de su conversión; por eso delante de todos proclama: «Tu fe te ha salvado, vete en paz» (v. 50). De una parte, aquella hipocresía del doctor de la ley, de otra parte la sinceridad, la humildad y la fe de la mujer. Todos nosotros somos pecadores, pero tantas veces caemos en la tentación de la hipocresía, de creernos mejores de los demás. “Pero mira tú pecado…”. Todos nosotros miramos nuestro pecado, nuestras caídas, nuestras equivocaciones y miramos al Señor. Esta es la línea de la salvación: la relación entre “yo” pecador y el Señor. Si yo me considero justo, esta relación de salvación no se da. A este punto, una sorpresa aún más grande invade a todos los comensales: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» (v. 49). Jesús no da una respuesta explicita, sino la conversión de la pecadora está ante los ojos de todos y demuestra que en Él resplandece la potencia de la misericordia de Dios, capaz de transformar los corazones”.

“La mujer pecadora nos enseña la relación entre fe, amor y reconocimiento. Le han sido perdonados “muchos pecados” y por esto ama mucho; «Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor» (v. 47). Incluso el mismo Simón debe admitir que ama más aquel a quien se le perdona más. Dios ha puesto a todos en el mismo misterio de misericordia; y de este amor, que siempre nos precede, todos nosotros aprendemos a amar. Como recuerda San Pablo: «En Cristo, hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento» (Ef 1,7-8). En este texto, el término “gracia” es prácticamente sinónimo de misericordia, y es llamado “abundante”, es decir, más allá de nuestra expectativa, porque actúa el proyecto salvífico de Dios para cada uno de nosotros. Queridos hermanos, ¡seamos gratificados por el don de la fe, agradezcamos al Señor por su amor tan grande y no merecido! Dejemos que el amor de Cristo se derrame en nosotros: de este amor el discípulo se nutre y en él se funda; de este amor cada uno de nosotros puede nutrirse y alimentarse. Así, en el amor agradecido que derramamos sobre nuestros hermanos, en nuestras casas, en la familia, en la sociedad se comunica a todos la misericordia del Señor".

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