06/06/2018, 11.34
VATICANO
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Papa: el Espíritu es un don para compartir, ‘el alma no es una tienda’

Nueva advertencia del Papa Francisco contra las habladurías que “son la guerra”. “El parloteo destruye lo que Dios otorga. Por favor, dejémonos de parlotear”. “Hay quien piensa que en la Iglesia hay patrones: los obispos, el Papa, y que después están los operarios”. “Y no, la Iglesia somos nosotros”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La confirmación une más estrechamente al confirmado con la Iglesia y su misión de dar testimonio de Cristo. El don del Espíritu Santo que él recibe debe ser compartido con los demás. “En efecto, debemos pensar en la Iglesia como en un organismo vivo, compuesto por personas que conocemos y con quienes caminamos, y no como una realidad abstracta y lejana”. “la Iglesia somos nosotros”.

Prosiguiendo con el ciclo de catequesis sobre el sacramento de la Confirmación, el Papa Francisco se centró en la reflexión sobre el don del Espíritu Santo, que “Nadie recibe por sí mismo”. “Siempre, recibir para dar. El alma no es una tienda, un negocio”.

Ante las 20.000 personas presentes en plaza San Pedro, Francisco luego recalcó el valor de la “paz”: “en efecto, el Obispo dice a cada confirmado: «La paz esté contigo»”. “Recibir la paz implica un compromiso a trabajar para mejorar la concordia en la parroquia”. Pero luego, “salimos y empezamos con la habladurías y las habladurías son la guerra”.

El Espíritu Santo “es un don que entra en nosotros y fructifica para que nosotros podamos darlo a los demás”. “Siempre es un recibir para dar. El alma no es una tienda. Recibir, para dar”. “Completando en los bautizados la semejanza a Cristo, la Confirmación los une más fuertemente como miembros vivos en el cuerpo místico de la Iglesia (cfr. Rito de la Confirmación, nro. 25). La misión de la Iglesia en el mundo procede a través de todos aquellos que son parte de ella”. “Hay quien piensa que en la Iglesia hay patrones: los obispos, el Papa, y que luego están los operarios”. “Pues no, la Iglesia somos nosotros”. “De hecho, debemos pensar en la Iglesia como en un organismo vivo, compuesto por personas que conocemos y con las cuales caminamos, y no como en una realidad abstracta y lejana. La Confirmación vincula a la Iglesia universal, esparcida por toda la tierra, involucrando activamente a los confirmados en la vida de la Iglesia particular a la cual ellos pertenecen, con el Obispo responsable, que es el sucesor de los Apóstoles. Es por esto que el Obispo es el ministro originario de la Confirmación (cfr. Lumen gentium, 26). Porque él une al confirmado a la Iglesia”.

“Esta incorporación eclesial está muy bien explicitada en su significado por el signo de la paz, que concluye el rito de la Confirmación. El Obispo dice, de hecho, a cada confirmado: «La paz esté contigo». Recordando el saludo de Cristo a los discípulos en la noche de Pascua, colma de Espíritu Santo (cfr. Juan 20,19-23), estas palabras iluminan un gesto que «expresa la comunión eclesial con el Obispo y con todos los fieles» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1301). En la confirmación, recibimos el Espíritu Santo y la paz, que debemos dar a los demás”. “Esto significa paz”. “Pero luego, ¿qué sucede? Salimos y comenzamos a parlotear, y las habladurías son guerra”. “El parloteo destruye lo que Dios otorga. Por favor, dejémonos de parlotear”.

“Recibir la paz del Obispo aboca a los cristianos a trabajar para tejer la comunión dentro y fuera de la Iglesia, con entusiasmo y sin dejarse paralizar por resistencias. Recibir la paz promueve a trabajar para mejorar la concordia en la parroquia, favoreciendo el entendimiento con los demás, incluyendo y no descartando o marginando. Recibir la paz también es un compromiso a cooperar con quien es distinto a nosotros, conscientes de que la comunidad cristiana se construye mediante riquezas diferentes y complementarias.  El Espíritu es creativo y no repetitivo. ¡Sus dones hacen brotar la sinfonía, y no la monotonía! En su obra participan todos los que llevan su sello sobre sí”.  

“Nadie debe recibir la Confirmación sólo para sí mismo, sino para cooperar en el crecimiento espiritual de los demás. Sólo así, abriéndonos y saliendo de nosotros mismos para encontrar a los hermanos, podemos realmente crecer, en lugar de quedarnos en la ilusión de hacerlo. En efecto, todo lo que recibamos como don de Dios, debe ser donado a los demás, para que sea fecundo, en lugar de sepultarlo en función de motivos egoístas, como enseña la parábola de los talentos (cfr.  Mateo 25,14-30)”.

“Exhorto a los confirmados –concluyó Francisco- a no ‘enjaular’ el Espíritu Santo, a no oponer resistencia al Viento que sopla para empujarlos a caminar en libertad, a no ahogar el fuego ardiente de la caridad, que lleva a consumir la vida por Dios y por los hermanos. Que el Espíritu nos conceda, a todos nosotros, el coraje apostólico de comunicar el Evangelio, con obras y palabras, a cuantos encontramos en nuestro camino. Pero con las buenas palabras, y no con habladurías”.

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