06/09/2018, 14.33
VATICANO
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Papa: el primer paso de la conversión es acusarse a sí mismos, no a los demás

Todos “sabemos que somos pecadores”. Sin embargo, “no es fácil” acusarse a sí mismos de ser concretamente pecadores. “Hay gente que vive murmurando sobre los demás, acusando a los demás, y jamás piensa en sí mismo. Y cuando voy a confesarme, ¿cómo me confieso? ¿cómo los papagallos? ‘Bla, bla bla... He hecho esto, aquello...’. ‘Pero, ¿te afecta el corazón lo que has hecho? Muchas veces, no”.  

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – El primer paso para la conversión es acusarse a sí mismos, y “un cristiano no sabe acusarse a sí mismo cuando está acostumbrado a acusar a los demás, a hablar mal de los demás, a husmear en la vida ajena. Y esa es una fea señal”. Fue lo que dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró esta mañana en la Casa Santa Marta, tomando como punto de partida el pasaje del Evangelio de Lucas (Lc 5, 1-11) en el cual Jesús le pide a Pedro que suba a la barca y, tras haber predicado, lo invita a echar las redes y entonces se produce una pesca milagrosa.

El episodio evoca en la mente otra pesca milagrosa, la que se da después de la Resurrección, y en ambos casos, tal como resaltó el Papa, “hay una unción de Pedro: primero, como pescador de hombres, y luego como pastor. Después, Jesús le cambia el nombre a Simón, y pasa a llamarlo Pedro, y, como buen israelita que era, Pedro sabía que un cambio de nombre significa un cambio de misión. Pedro ‘se sentía orgulloso, porque amaba de verdad a Jesús’ y esta pesca milagrosa representa un paso adelante en su vida”.

Tras ver que las redes casi se rompían por la enorme cantidad de peces atrapados, Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciéndole: “Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador”. “Éste –subrayó Francisco- es el primero y decisivo paso de Pedro en el camino del discipulado, como discípulo de Jesús, acusarse a sí mismo: ¡Soy un pecador’. El primer paso de Pedro es éste y éste es también el primer paso de cada uno de nosotros, si quiere marchar en la vida espiritual, en la vida de Jesús, servir a Jesús, seguir a Jesús, debe hacer esto, acusarse a sí mismo: sin acusarse a sí mismo, no se puede caminar en la vida cristiana”.

Sin embargo, hay un riesgo. Todos “sabemos que somos pecadores”, pero “no es fácil” acusarse a sí mismos de ser, concretamente, pecadores. “Estamos tan acostumbrados a decir: ¡’Soy un pecador’ -señaló el Papa-, lo decimos casi de la misma manera que cuando decimos: ‘Soy humano’ o ‘soy un ciudadano italiano’. En cambio, acusarse a sí mismo es sentir la propia miseria: ‘sentirse miserables’, míseros, delante del Señor. Se trata de sentir vergüenza. Y es algo que no se hace con palabras, sino con el corazón, es decir, es una experiencia concreta, como cuando Pedro dice a Jesús que se aleje de él, porque él es un pecador: ‘se sentía un pecador de verdad’, y luego se sintió salvado. La salvación que ‘nos trae Jesús’ necesita de esta confesión sincera, porque ‘no es una cosa cosmética’, que te cambia un poco la cara con ‘dos pinceladas’: transforma pero, para que entre, hay que hacerle lugar con la confesión sincera de los propios pecados, de esta manera se tiene la misma experiencia de asombro que Pedro.

Por lo tanto, el primer paso de la conversión es acusarse a sí mismos con vergüenza y vivir el asombro de sentirse salvados. “Debemos convertirnos”, “debemos hacer penitencia”, exhortó el Papa, invitando a reflexionar sobre la tentación de acusar a los demás. “Hay gente que vive hablando mal de los demás, acusando a los demás, y que jamás piensa en sí mismo. Y cuando voy a confesarme, ¿cómo me confieso? ¿cómo los papagallos? ‘Bla , bla, bla... He hecho esto, aquello’. ¿Pero te afecta el corazón lo que has hecho? Muchas veces, no. Tú va allí a hacer cosmética, a maquillarte un poco para salir de allí bello. Pero no ha entrado a tu corazón de manera completa, porque tú no le has hecho lugar, porque no has sido capaz de acusarte a ti mismo”.

El primer paso, por ende, es una gracia: la de que cada uno aprenda a acusarse a sí mismo, y no a los demás. “Una señal de que una persona no sabe, de que un cristiano no sabe acusarse a sí mismo, se da cuando está acostumbrado a acusar a los demás, a hablar mal de los demás, a husmear en la vida ajena. Y esa es una fea señal. ¿Yo hago esto? Es una bella pregunta para llegar al corazón. Pidamos al Señor, hoy, la gracia, la gracia de encontrarnos delante de Él con este asombro que otorga su presencia, y la gracia de sentirse pecadores, pero en lo concreto, y de decir, como Pedro: “Aléjate de mí, porque soy un pecador”. 

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