Papa: en un mundo marcado por el mal el creyente reza para que venga el Reino

Las palabras del Padre Nuestro que se apresure la venida del Reino “no son de hecho una amenaza, al contrario, son un feliz anuncio, un mensaje de alegría. Jesús no quiere alentar a la gente a convertirse sembrando el miedo del juicio correspondiente a Dios o el sentido de culpa por el mal cometido. Jesús no hace proselitismo, anuncia simplemente. Al contrario, la que Él trae es la Buena Noticia de la salvación”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- En un mundo “todavía marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas de explotación”, el “que venga tu Reino” del padre Nuestro es como decir “ven Señor Jesús”, trae la salvación. Continuando el ciclo de catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, el Papa habló hoy sobre “Venga tu reino”.

A las 10 mil personas presentes en la plaza de S. Pedro para la audiencia general, Francisco dijo que las palabras del creyente que se apresure la venida del Reino “no son de hecho una amenaza, por el contrario, son un feliz anuncio, un mensaje de alegría. Jesús no quiere empujar a la gente a convertirse sembrando el miedo del juicio que le corresponde a Dios o el sentido de culpa por el mal cometido. Jesús no hace proselitismo, simplemente anuncia. Al contrario, aquella que Él lleva es la Buena Noticia de la salvación y a partir de esta llama a convertirse. Cada uno está invitado a creer en el ‘Evangelio’: la señoría de Dios se hizo cercana a sus hijos. Jesús anuncia: Dios está cerca y nos ama”.

“Los signos de la venida de este Reino son múltiples y todos positivos. Jesús inicia su ministerio ocupándose de los enfermos, ya sel cuerpo como del espíritu, de aquellos que vivían una exclusión social- como los leprosos-, de los pecadores mirados con desprecio por todos”.

“‘¡Venga tu Reino!’, repite con insistencia el cristiano. Jesús vino; pero el mundo está aún marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y tantas formas de explotación. Pensemos en la trata de niños. Todos estos hechos son la prueba que la victoria de Cristo no se realizó todavía completamente: tanto hombres y mujeres viven aún con el corazón cerrado. Y sobre todo en estas situaciones que en los labios del cristiano florece aún la segunda invocación del ‘Padre Nuestro’: ‘¡Venga tu reino!’ Que sería como decir: ‘Te necesitamos, Jesús; necesitamos que Tú, en todos lados y por siempre seas el señor en medio de nosotros!’”.

“El reino de Dios-agregó- es ciertamente una gran fuerza, la más grande que haya, pero no según los criterios del mundo del mundo; por esto parece no tener la mayoría absoluta. Es como una levadura que se mezcla en la harina: aparentemente desaparece, sin embargo es propiamente ella que hace fermentar la masa (cfr. Mt 13-33)”. “En este ‘destino’ del Reino de Dios se puede intuir la trama de la vida de Jesús: también Él fue para sus contemporáneos un signo delgado, un evento más o menos desconocido a los históricos del tiempo. Un “grano de trigo” se definió Él mismo, que muere en la tierra pero sólo así puede dar “mucho fruto (cfr. Jn 12,24)”.

‘¡Venga tu Reino!’. Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y fracasos. Regalémosla a la personas derrotadas y aplastadas por la vida, a quien saboreó más odio que amor, a quien ha vivido días inútiles sin entender el por qué. Donémosla a aquellos que han luchado por la justicia, a todos los mártires de la historia, a quien concluyó de haber combatido para nada y que este mundo domina el mal. Sentiremos entonces la oración del ‘Padre Nuestro’ responder. Repetirá por la enésima vez aquellas palabras de esperanza, las mismas que el espíritu puso como sigilo de todas las Sagradas Escrituras: “‘Sí, ¡ya llego!’. Amén. Ven. Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús esté con todos” (Ap 22,30)”.

En los saludos en las varias lenguas, Francisco recordó que hoy inicia la Cuaresma, Él mismo, durante la tarde, celebrará la ceremonia de las cenizas, como es costumbre, en la basílica romana de S. Sabina.