11/01/2017, 13.26
VATICANO
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Papa: esperar en Dios, que no defrauda jamás, y no en los ídolos como el poder y la riqueza

Es importante que la esperanza "sea la respuesta a aquello que verdaderamente puede ayudar a vivir y dar sentido a nuestra existencia". "Si se coloca la esperanza en los ídolos, uno se vuelve como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar", y "nosotros los hombres de Iglesia también corremos este riesgo cuando nos 'mundanizamos'. Es necesario permanecer en el mundo, pero defenderse de las ilusiones del mundo". 

 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La esperanza es  “una necesidad primaria del hombre”, pero ésta ha de ser puesta en Dios y no en los "'ídolos"mundanos, como la riqueza o el poder, y tampoco en un "dios"que el hombre, ïmagen de Dios, se fabrica a su propia imagen", y es incluso una imagen mal lograda: no siente, no obra, y sobre todo, no puede hablar". 

Esperar en Dios, "que no es un ídolo, jamás defrauda"y es el tema sobre el cual el  Papa habló a las siete mil personas presentes en el Vaticano para la audiencia general. Una esperanza que el tiempo litúrgico de Adviento, y luego el de Navidad, despiertan en el pueblo de Dios. 

“Pero es importante -agregó- que tal esperanza sea colocada en lo que verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia. Es por esto que la Sagrada Escritura nos pone en guardia contra las falsas esperanzas: estas falsas esperanzas que el mundo nos presenta, encubriendo su inutilidad y mostrando su insensatez. Y lo hace de varios modos, pero sobre todo denunciando la falsedad de los ídolos en el cual el hombre está tentado de poner su confianza, haciéndolo el objeto de su esperanza. 

“En particular, los profetas y sabios insisten sobre esto, tocando un punto neurálgico del camino de fe del creyente. Porque fe es confiar en Dios -quien tiene fe, confía en Dios- pero viene el momento en el cual, enfrentándose a las dificultades de la vida, el hombre experimenta la fragilidad de esa confianza y siente la necesidad de certezas distintas, de seguridades tangibles, concretas. Yo confío en Dios, peor la situación es un poco fea y yo necesito una certeza un poco más concreta. 

¡Y el peligro está ahí! Y entonces estamos tentados de buscar consuelos que también son efímeros, que parecen llenar el vacío de la soledad y aliviar la fatiga del creyente. Y pensamos poder encontrarlos en la seguridad que pueden dar  -por ejemplo- el dinero, o en las alianzas con los poderosos, o seguridades en la mundanidad, o en las falsas ideologías. A veces los buscamos en un dios que pueda doblegarse a nuestras exigencias y que pueda intervenir mágicamente para cambiar la realidad y volverla como nosotros queremos; un ídolo, que, precisamente siento tal no puede hacer nada, importente y mentiroso. 

¡Pero a nosotros nos gustan los ídolos, nos gustan mucho! Una vez, en Buenos Aires, debía ir de una iglesia a otra, a mil metros, más o menos. Y lo hice, caminando. Y había un parque por ahí, y en el parque habían pequeñas mesas, muchas, donde estaban sentados los videntes. Y estaba lleno de gente, incluso hacían colas, había mucha gente; y tú le dabas la mano y él comenzaba… Pero, el discurso era siempre el mismo: hay una mujer en tu vida, hay una sombra que viene, pero todo saldrá bien… y luego, pagabas. Y ¿esto te da seguridad? Es la seguridad de una – permítanme la palabra – de una estupidez. Y este es un ídolo: he ido al vidente, a la vidente y me han leído las cartas – yo sé que ninguno de ustedes hace esto – y he salido mejor. Me recuerda a esa película, “Milagro en Milán”, “que cara, que nariz… 100 liras”. Te hacen pagar para que te alaben y ten una falsa esperanza. Este es un ídolo, y nosotros estamos tan atentos: compramos falsas esperanzas. Y aquello que es la esperanza de la gratuidad, aquella que nos ha traído Jesucristo, gratuitamente, ha dado su vida por nosotros, en aquella no confiamos tanto…

Un Salmo lleno de sabiduría nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de estos ídolos que el mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son tentados a encomendarse. Es el Salmo 115, que recita así: «Los ídolos, en cambio, son plata y oro, obra de las manos de los hombres. Tienen boca, pero no hablan, tienen ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, tienen nariz, pero no huelen. Tienen manos, pero no palpan, tienen pies, pero no caminan; ni un solo sonido sale de su garganta. Como ellos serán los que los fabrican, los que ponen en ellos su confianza» (vv. 4-8).

El salmista nos presenta, incluso de modo un poco irónico, la realidad absolutamente efímera de estos ídolos. Y debemos entender que no se trata solo de representaciones hechas de metal o de otro material, sino también de aquellas construidas con nuestra mente, cuando confiamos en realidades limitadas que transformamos en absolutas, o cuando reducimos a Dios a nuestros esquemas y a nuestras ideas de divinidad; un dios que se nos asemeja, comprensible, predecible, justamente como los ídolos de los que habla el Salmo. El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su propia imagen, y es incluso una imagen mal acabada: no escucha, no actúa, y sobre todo no puede hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir a los ídolos que de ir al Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras esperanzas que te da esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza segura que nos da el Señor...

A la esperanza en un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el mundo y conduce nuestras existencias, se contrapone la confianza en imágenes mudas. Las ideologías con sus pretensiones de absoluto, las riquezas – y este es un gran ídolo –, el poder y el suceso, la vanidad, con sus ilusiones de eternidad y de omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida la conducen a la muerte. Y es feo escuchar, y hace tanto mal al alma, aquello que una vez, hace años, he escuchado, en otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella, era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera natural: “He debido abortar porque  mi figura es muy importante”. Estos son los ídolos, y te llevan por el camino equivocado y no te dan la felicidad.

El mensaje del Salmo es muy claro: si se pone la esperanza en los ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar. No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar. Y también nosotros, hombres de Iglesia, corremos este riesgo cuando nos “mundanizamos”. Es necesario permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del mundo, que son estos ídolos que yo he mencionado.  Como prosigue el Salmo, se necesita confiar y esperar en Dios, y Dios donará bendición: «Pueblo de Israel, confía en el Señor […] Familia de Aarón, confía en el Señor […] Confíen en el Señor todos los que le temen […] Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga» (vv. 9.10.11.12). El Señor siempre se acuerda, incluso en los momentos difíciles; pero Él se acuerda de nosotros. Y esta es nuestra esperanza. Y la esperanza no defrauda. Jamás. Jamás. Los ídolos defraudan siempre: son fantasías, no son realidades.

Esta es la estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos hacemos como Él, su bendición nos transforma, nos transforma en sus hijos, que comparten su vida. La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el rayo de acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la gloria. Y en este Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios – que no es un ídolo – no defrauda jamás”.

Al término de la audiencia, el Papa Francisco también denunció a los "listos"que hacen pagar los boletos para poder participar de las audiencias, las cuales son siempre gratuitas. "Para entrar a la Audiencia -dijo- hay boletos. En estos boletos está escrito, en seis idiomas: el boleto es gratuito... no se debe pagar... Pero he sabido que hay listos que hacen que la gente pague los boletos. Hacer esto es una estafa. Aquí se viene sin pagar, puesto que esta es la casa de todos". 

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