12/02/2017, 13.49
VATICANO
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Papa: insultar y ofender la dignidad de la persona están “en la misma línea” que el homicidio

Son comportamientos que revelan “la misma malevolencia” del asesinato. “El adulterio, como el hurto, la corrupción y todos los demás pecados, primero son concebidos en nuestro seno íntimo, y una vez efectuada en el corazón la elección equivocada, se ponen en acto en el comportamiento concreto”.  

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Si bien no tienen la misma gravedad que matar, “esos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, incluidas las palabras injuriosas”, “se colocan en la misma línea, porque son las premisas de ello y revelan su misma malevolencia”. En un aspecto del Sermón de la Montaña que el Papa Francisco resaltó hoy en la reflexión que precedió al rezo del Angelus.

A las 20.000 personas presentes en la plaza San Pedro para el rezo de la oración mariana, el Papa evidenció que en el Sermón, Jesús apunta a “realizar la sustancia de los mandamientos, evitando el riesgo del formalismo”. En suma, ser “cristianos, no ‘de fachada’, sino de sustancia”. Lo cual también es demostrado por los otros dos aspectos, de los cuales habla Jesús: el adulterio y el juramento.

“Jesús quiere ayudar a quienes lo escuchan a llevar a cabo una relectura de la ley de Moisés. Lo que fue dicho en la Antigua Alianza no era todo: Jesús ha venido para dar cumplimiento,  para promulgar de modo definitivo la ley de Dios, hasta la última jota. Él manifiesta las finalidades originarias de ésta y cumple sus aspectos auténticos, y todo esto lo hace mediante su predicación y más aún, ofreciéndose a sí mismo en la cruz. Así, Jesús enseña cómo hacer plenamente la voluntad de Dios,   con una ‘justicia superior’ que la ley de los escribas y de los fariseos (cfr v. 20). Una justicia animada por el amor, por la caridad, por la misericordia, y por lo tanto, capaz de realizar la sustancia de los mandamientos, evitando el riesgo del formalismo. Formalismo, este puedo-no puedo; hasta aquí puedo, hasta aquí no puedo…. No: más, más, más que eso”.

“En particular, en el Evangelio de hoy, Jesús examina tres aspectos: el homicidio, el adulterio y el juramento. Con respecto al mandamiento ‘no matar’, Él afirma que éste es violado no sólo por el homicidio efectivo, sino también por aquellos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, incluidas las palabras injuriosas (cfr v. 22). Ciertamente que estas palabras injuriosas no tienen la misma gravedad y culpabilidad del homicidio, pero se colocan sobre la misma línea, porque son las premisas que revelan la misma malevolencia. Jesús nos invita a no establecer una gradualidad de las ofensas, sino a considerarlas dañinas a todas ellas, en tanto las mueve el intento de hacer mal al prójimo. Y Jesús da el ejemplo. Nosotros estamos habituados a insultar tanto como decimos buenos días. Y eso está en la misma línea que el homicidio. Quien insulta al hermano, mata a su hermano en su corazón. Por favor ¡no insultar! ¡No ganamos nada!”

 

“Otro cumplimiento es aportado en la ley matrimonial. El adulterio era considerado una violación del derecho de propiedad del hombre sobre la mujer. Jesús, en cambio, va a la raíz del mal. Así como se llega al homicidio a través de las injurias y las ofensas, de la misma manera se llega al adulterio a través de las intenciones de posesión en relación a una mujer distinta a la propia. El adulterio, como el hurto, la corrupción y todos los demás pecados, primero son concebidos en nuestro seno íntimo y, una vez efectuada la elección equivocada en el corazón, comienza el camino del adulterio. Pensemos un poco en esto: en los pensamientos malos que marchan sobre esta línea”.  

Por último, el juramento. “Jesús, luego, dice a sus discípulos que no juren, puesto que el juramento es signo de la inseguridad y de la doble faz con la cual se desarrollan las relaciones humanas. Se instrumentaliza la autoridad de Dios para dar garantías de nuestras cuestiones humanas. Cuando más bien estamos llamados a instaurar entre nosotros, en nuestras familias y en nuestras comunidades, un clima de limpidez y de confianza recíproca, de manera que podamos ser considerados sinceros sin recurrir a intervenciones superiores para que nos crean. ¡La desconfianza y la sospecha recíproca siempre amenazan la serenidad!”

“Que la Virgen María, mujer de la escucha dócil y de la obediencia alegre, nos ayude a acercarnos cada vez más al Evangelio, ¡para ser cristianos, no  ‘de fachada’, sino de sustancia!  Y esto es posible con la gracias del Espíritu Santo, que nos permite hacer todo con amor, y así cumplir plenamente la voluntad de Dios”.

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