18/01/2017, 12.03
VATICANO
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Papa: la Semana de oración por la unidad “nos haga reflexionar sobre el amor de Cristo que impulsa a la reconciliación”

Francisco, al recordar que hoy se inicia la Semana, dice que “Comunión, reconciliación y unidad son posibles. Como cristianos, tenemos la responsabilidad de este mensaje y debemos testimoniarlo con nuestra vida”. “La oración te lleva adelante en la esperanza y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración. Y  así habrá más esperanza”.

 Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Una invitación a rezar “a fin de que todos los cristianos vuelvan a ser una sola familia”  fue la que dirigió hoy el Papa en los saludos -en casi todos los idiomas- a los grupos presentes en la audiencia general. Francisco quiso recordar de esta manera el inicio de la Semana de oración por la unidad de los cristianos que, según dijo a los italianos, “este año nos hace reflexionar sobre el amor de Cristo que impulsa a la reconciliación”.  

El lema de la Semana, dijo a los polacos, “es para nosotros un desafío: El amor de Cristo nos impulsa a la reconciliación. Recemos al Señor –agregó- para que todas las Comunidades cristianas, conociendo mejor su propia historia, teología y derecho, se abran cada vez más a una reconciliación. Que nos invada el Espíritu de benevolencia y comprensión, y al mismo tiempo, las ganas de colaborar”.  

Entre los alemanes estuvo presente una delegación del Itinerario europeo ecuménico. Al saludarlos, Francisco afirmó que “su escala en Roma es un importante signo ecuménico, que expresa la comunión alcanzada entre nosotros a través del camino de diálogo en las décadas pasadas. El Evangelio de Cristo está en el centro de nuestra vida y une a personas que hablan lenguas diversas, viven en países diversos y viven la fe en comunidades diversas. Recuerdo conmovido –prosiguió- la oración ecuménica en Lund, Suecia, el 31 de octubre pasado. En el espíritu de esa conmemoración común de la Reforma, nosotros miramos más lo que nos une que aquello que nos divide, y continuamos el camino, juntos, para profundizar nuestra comunión y darle una forma cada vez más visible. En Europa, esta fe común en Cristo es como un hilo verde de esperanza: pertenecemos unos a otros. Comunión, reconciliación y unidad son posibles. Como cristianos, tenemos la responsabilidad de este mensaje y debemos testimoniarlo con nuestra vida. Dios bendiga esta voluntad de unión y custodie a todas las personas que caminan en la senda de la unidad”.

La invitación a rezar por la unidad fue repetida por el Papa incluso en saludos en otros idiomas. En portugués, en particular, afirmó que “el movimiento ecuménico va fructificando, con la gracia de Dios. El Padre celestial siga derramando sus bendiciones sobre las huellas de todos sus hijos. ¡Queridísimos hermanos y hermanas, sirvan la causa de la unidad y de la paz!”.

Anteriormente, en el discurso dirigido a las siete mil personas presentes en el aula Pablo VI, el Papa Francisco, continuando con la catequesis dedicada a la esperanza, evidenció la relación entre oración y esperanza: “la oración lleva a adelante en la esperanza, y cuando las cosas sean oscuras, más oración, y así habrá todavía más esperanza”.

Para ilustrar dicha relación, Francisco propuso una figura bíblica “un tanto anómala, un profeta que trata de escaparse de la llamada del Señor rechazando ponerse al servicio al plan divino de salvación. Se trata del profeta Jonás, de quien se narra la historia en un pequeño libro de tan sólo cuatro capítulos, una especie de parábola que contiene una gran enseñanza, la de la misericordia de Dios que perdona. Jonás es un profeta “en salida” – pero también un profeta en fuga –, es un profeta en salida que Dios invita a ir “a las periferias”, a Nínive, para convertir a los habitantes de aquella gran ciudad. Pero Nínive, para un israelita como Jonás, representa una realidad peligrosa, el enemigo que ponía en peligro a la misma Jerusalén, y por lo tanto algo a destruir, y no ciertamente a salvar. Por eso, cuando Dios envía a Jonás a predicar en aquella ciudad, el profeta, que conoce la bondad del Señor y su deseo de perdonar, trata de escapar a su misión y huye. Durante su fuga, el profeta entra en contacto con algunos paganos, los marineros del navío en el cual se había embarcado para alejarse de Dios y de su misión. Y huye lejos, porque Nínive estaba en la zona de Irak y él huye a España, huye en serio. Y es justamente el comportamiento de estos hombres, como después será el de los habitantes de Nínive, que nos permite hoy reflexionar un poco sobre la esperanza que, ante el peligro y la muerte, se expresa en oración”.

“De hecho, durante la travesía en el mar, se desata una fuerte tormenta, y Jonás baja a la bodega del barco y se queda dormido. Los marineros en cambio, viéndose perdidos, «invocaron cada uno a su dios», eran paganos (Jon 1,5). El capitán de la nave despertó a Jonás diciéndole: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos» (Jon 1,6). La reacción de estos “paganos” es la justa reacción ante la muerte, ante el peligro; porque es entonces que el hombre tiene la completa experiencia de la propia fragilidad y de la necesidad de salvación. El instintivo horror de morir revela la necesidad de esperar en el Dios de la vida. «Tal vez Dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos»: son las palabras de la esperanza que se convierte en oración, aquella suplica llena de angustia que sale de los labios del hombre ante un inminente peligro de muerte”.

“Con demasiada facilidad despreciamos el dirigirnos a Dios en la necesidad como si fuera solo una oración interesada, y por ello imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos acordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre, Dios responde afectuosamente. Cuando Jonás, reconociendo sus propias responsabilidades, se hace arrojar al mar para salvar a sus compañeros de viaje, la tempestad se calma. La muerte inminente ha llevado a aquellos hombres paganos a la oración, ha hecho también que el profeta, no obstante todo, viviera su propia vocación al servicio de los demás aceptando sacrificarse por ellos, y ahora conduce a los sobrevivientes al reconocimiento del verdadero Señor y a la alabanza. Los marineros, que habían orado por miedo, dirigiéndose a sus dioses, ahora, con sincero temor del Señor, reconocen al verdadero Dios y ofrecen sacrificios y elevan votos. La esperanza, que les había llevado a orar para no morir, se revela aún más potente y obra en una realidad que va más allá de lo que ellos esperaban: no solo no perecen en la tempestad, sino que se abren al reconocimiento del verdadero y único Señor del cielo y de la tierra. Luego de esto, también los habitantes de Nínive, ante la perspectiva de ser destruidos, orarán, impulsados por la esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocarán al Señor y se convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán del barco, da voz a la esperanza diciendo: «Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, […] de manera que no perezcamos» (Jon 3,9). También para ellos, como para la tripulación en la tormenta, haber enfrentado la muerte y haber salido vivos los ha llevado a la verdad. Así, bajo la misericordia divina, y todavía más a la luz del misterio pascual, la muerte puede convertirse, como ha sido para San Francisco de Asís, en “nuestra hermana muerte” y representar, para todo hombre y para cada uno de nosotros, la sorprendente ocasión para conocer la esperanza y encontrar al Señor. Que el Señor nos haga entender esto, la relación entre oración y esperanza. La oración te lleva adelante en la esperanza y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración. Y habrá más esperanza”.

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