01/02/2017, 11.51
VATICANO
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Papa: la esperanza cristiana “no es algo que podrá ocurrir o no, sino una realidad cierta”

“Cada vez que nos encontramos frente a nuestra muerte o a la de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a prueba. Salen a flote todas nuestra dudas”. “Nuestra resurrección y la de nuestros seres queridos difuntos, por ende, no es algo que podrá ocurrir o no, sino una realidad cierta, puesto que está arraigada en el hecho de la resurrección de Cristo. Esperar, por ende, significa aprender a vivir aguardando”. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La esperanza cristiana “no es algo que podrá ocurrir o no, sino que es una realidad cierta, en tanto está arraigada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar, por ende, significa aprender a vivir aguardando”. Continuando con la catequesis dedicada a la esperanza, el Papa Francisco en las semanas previas había hablado de la esperanza en el Antiguo Testamento. Hoy la ha descripto a la luz del Nuevo Testamento, centrando la meditación en el tema: El Yelmo de la esperanza (1Ts 5,4-11).

A las siete mil personas presentes en el aula Pablo VI, en el Vaticano, Francisco quiso esclarecer “la dimensión extraordinaria que esta virtud llega a asumir en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesucristo y por el evento pascual, la esperanza cristiana. Nosotros los cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza”.

Así era la comunidad de Tesalónica, a la cual escribe San Pablo. “Cuando Pablo le escribe, la Comunidad de Tesalónica acababa de ser fundada, y unos pocos años la separan de la Pascua de Cristo; ¡pocos años después, eh! Por eso, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo, que es la resurrección del Señor, conlleva para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos creían en ella, sino creer en la resurrección de los muertos. En este sentido, toda la carta se revela más actual que nunca. Toda vez que nos encontramos frente a nuestra muerte, o a la de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a prueba. Salen a flote todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: «¿Pero de verdad habrá una vida después de la muerte…? ¿Podré una vez más ver y volver a  abrazar a las personas que he amado…?». Una señora me hizo esta pregunta hace algunos días, en una audiencia: ‘¿Me encontraré con los míos?’. Una duda… También nosotros, en el contexto actual, necesitamos volver a la raíz y a los fundamentos de nuestra fe, de modo de tomar conciencia de cuanto ha obrado Dios para nosotros en Cristo Jesús, y qué significa nuestra muerte. Todos le tenemos un poco de miedo a la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de San Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, muy bueno, que decía: ‘Yo no le tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo de verla venir’. Tenía miedo de esto”.

 

“Pablo, frente a los temores y a la perplejidad de la comunidad, invita a mantener firme, como un yelmo en la cabeza, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida,  «la esperanza de la salvación». Es un yelmo. Esto es la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a entenderla según la acepción común del término, es decir, refiriéndose a algo bello que deseamos, pero que bien puede realizarse o no. Esperamos que suceda, pero… esperamos, como un deseo, ¿no? Se dice, por ejemplo: «¡Espero que mañana haga buen tiempo!»; pero sabemos que al día siguientes el tiempo puede estar feo… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido cumplido”. “La puerta está allí, ¡y yo espero llegar a la puerta! ¿Qué debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido cumplido, y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. Incluso la resurrección nuestra y la de nuestros seres queridos difuntos, por lo tanto, no es algo que podrá darse o no, sino que es una realidad cierta, en tanto está arraigada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar, por lo tanto, significa aprender a vivir aguardando. Aprender a vivir en la espera y hallar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de que está encinta, cada día aprende a vivir en la espera de ver aquella mirada del niño que vendrá… Nosotros también debemos vivir y aprender de estas esperas humanas, y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: vivir en la espera. Esperar implica un corazón humilde, un corazón pobre. Sólo un pobre sabe esperar. Quien ya está lleno de sí y de sus posesiones, no sabe poner su confianza en nadie que no sea sí mismo”.

“Sigue escribiendo San Pablo: «Él [Jesús] murió por nosotros, para que, sea que velemos o durmamos, vivamos junto a Él» (1 Ts 5,10). Estas palabras siempre son motivo de gran consuelo y paz. Incluso para las personas amadas que nos han dejado, somos llamados a rezar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que me conmueve el corazón es una expresión de San Pablo, que también va dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así estaremos por siempre con el Señor» (1 Ts 4,17). Algo hermoso… Todo pasa. Pero, después de la muerte, estaremos con el Señor para siempre. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacía exclamar a Job: «Yo sé que mi redentor está vivo […]. Yo lo veré, yo mismo, mis ojos lo contemplarán » (Jb 19,25.27)”. Y así, estaremos para siempre con el Señor. ¿Ustedes creen esto? (“Si”). ¡Más o menos, eh! Pero para tener un poco de fuerza, los invito a decirlo conmigo, tres veces ‘Y así, estaremos para siempre con el Señor’. Todos juntos: ‘Y así, estaremos para siempre con el Señor’, ‘Y así, estaremos para siempre con el Señor’, ‘Y así, estaremos para siempre con el Señor’. Y allá, con el Señor, nos encontraremos”.

En el momento de los saludos, el Papa dirigió, entre otros, “una cordial bienvenida a la delegación del Movimiento Católico Mundial por el clima, y les agradezco por el compromiso de cuidar de nuestra casa común en estos tiempos de grave crisis socio-ambiental. Aliento a seguir tejiendo redes, a fin de que las iglesias locales respondan con determinación al clamor de la tierra y al grito de los pobres”. 

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