18/10/2017, 14.54
VATICANO
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Papa: la muerte “para quien cree es una puerta que se abre”; "para quien duda es una espiral de luz”

La esperanza cristiana y la realidad de la muerte fue el tema de la catequesis para la audiencia general. “Yo los invito, ahora, quizás cerrando los ojos y pensando en aquel momento: de nuestra muerte. Cada uno de nosotros piense en su propia muerte y se imaginen aquel momento que sucederá, cuando Jesús nos tomará por la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate’ Allí terminará la esperanza y estará la realidad, la realidad de la vida”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- La muerte “para quien cree es una puerta que se abre” completamente; para quien duda es un espiral de luz”. La realidad de la muerte a la luz de la esperanza cristiana, el momento en el cual nos tomará por la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate” fue el argumento del cual el Papa Francisco habló en la audiencia general de hoy, al final de la cual también invitó a rezar por las víctimas en Somalia.

A las 30 mil personas presentes en la plaza de san Pedro, Francisco dijo querer “poner en confrontación la esperanza cristiana con la realidad de la muerte, una realidad que nuestra civilización moderna trata siempre cancelar. Así, cuando la muerte llega, para quien nos está cerca o para nosotros mismos, nos encuentra no preparados, ‘privados hasta de un alfabeto’ adapto para sacar palabra con algún sentido respecto a su misterio, que igualmente permanece. Sin embargo, los primeros signos de civilización humana pasaron justamente a través de este enigma. Podremos decir que el hombre nació con el culto de los muertos”.

“Otras civilizaciones, antes de la nuestra, han tenido la valentía de mirarla en la cara. Era un acontecimiento narrado por los viejos a las nuevas generaciones, como una realidad ineludible que obligaba al hombre a vivir para algo de absoluto. Recita el salmo 90: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (v. 12). Contar los propios días como el corazón se hace sabio. Palabras que nos conducen a un sano realismo, expulsando el delirio de omnipotencia. ¿Qué cosa somos nosotros? Somos «casi nada», dice otro salmo (Cfr. 88,48); nuestros días transcurren velozmente: si viviéramos incluso cien años, al final nos parecerá que todo haya sido un soplo. Tantas veces yo he escuchado a los ancianos decir: “La vida se me ha pasado como un soplo. “Así la muerte pone al desnudo nuestra vida. Nos hace descubrir que nuestros actos de orgullo, de ira y de odio eran vanidad: pura vanidad. Nos damos cuenta con tristeza de no haber amado lo suficiente y de no haber buscado lo que era esencial. Y, por el contrario, vemos lo que verdaderamente bueno hemos sembrado: los afectos por los cuales nos hemos sacrificado, y que ahora nos sujetan la mano”.

“Jesús ha iluminado el misterio de nuestra muerte. Con su comportamiento, nos autoriza a sentirnos dolidos cuando una persona querida se va. Él se conmovió «profundamente» ante la tumba de su amigo Lázaro, y «lloró» (Jn 11,35). En esta actitud, sentimos a Jesús muy cerca, nuestro hermano. Él lloró por su amigo Lázaro. “Y entonces Jesús pide al Padre, fuente de la vida, y ordena a Lázaro salir del sepulcro. Y así sucede. La esperanza cristiana recurre a esta actitud que Jesús asume contra la muerte humana: si ella está presente en la creación, pero ella es un signo que desfigura el diseño de amor de Dios, y el Salvador quiere sanarla”.

“En otro pasaje los evangelios narran de un padre que tenía una hija muy enferma, y se dirige con fe a Jesús para que la salve (Cfr. Mc 5,21-24.35-43). Y no existe una figura más conmovedora de aquella de un padre o de una madre con un hijo enfermo. Y enseguida Jesús se dirige con aquel hombre, que se llamaba Jairo. A cierto momento llega alguien de la casa de Jairo y le dice que la niña está muerta, y no hay más necesidad de molestar al Maestro. Pero Jesús dice a Jairo: «No temas, basta que creas» (Mc 5,36). Jesús sabe que este hombre está tentado de reaccionar con rabia y desesperación, porque ha muerto la niña, y le pide custodiar la pequeña llama que está encendida en su corazón: fe. “¡No temas, sólo ten fe!”. “¡No tengas miedo, continúa solamente teniendo encendida esa llama!”. Y después, llegados a la casa, despierta a la niña de la muerte y la restituirá viva a sus seres queridos”.

“Jesús nos pone sobre esta “cima” de la fe. A Marta que llora por la desaparición del hermano Lázaro presenta la luz de un dogma: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». (Jn 11,25-26). Es lo que Jesús repite a cada uno de nosotros, cada vez que la muerte viene a arrancar el tejido de la vida y de los afectos. Toda nuestra existencia se juega aquí, entre el lado de la fe y el precipicio del miedo. “Yo no soy la muerte, dice Jesús, yo soy la resurrección y la vida, ¿crees tú esto?, ¿crees tú esto?”. Nosotros, que hoy estamos aquí en la Plaza, ¿creemos en esto?”. “Somos todos pequeños e indefensos ante el misterio de la muerte. ¡Pero, que gracia si en ese momento custodiamos en el corazón la llama de la fe! Jesús nos tomará de la mano, como tomó de la mano a la hija de Jairo, y repetirá todavía una vez: “Talitá kum”, “¡Niña, levántate!” (Mc 5,41). Lo dirá a nosotros, a cada uno de nosotros: “¡Levántate, resurge!”.

“Yo los invito, ahora, tal vez a cerrar los ojos y a pensar en aquel momento: de nuestra muerte. Cada uno de nosotros piense a su propia muerte, y se imagine ese momento que llegará, cuando Jesús nos tomará de la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate”. Ahí terminará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida. Piensen bien: Jesús mismo vendrá a cada uno de nosotros y nos tomará de la mano, con su ternura, su humildad, su amor. Y cada uno repita en su corazón la palabra de Jesús: “¡Levántate, ven! Levántate, ven. ¡Levántate, resurge!”. “Esta es nuestra esperanza ante la muerte. Para quién cree, es una puerta que se abre completamente; para quién duda es un resquicio de luz que filtra de una puerta que no se ha cerrado del todo. Pero para todos nosotros será una gracia, cuando esta luz, del encuentro con Jesús, nos iluminará”.

 

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