06/02/2018, 15.01
VATICANO
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Papa: oración, limosna y ayuno, para combatir al diablo que está detrás de los falsos profetas

Se titula “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” el mensaje de Francisco para la Cuaresma. Los falsos profetas son “encantadores de serpientes” que ofrecen placeres momentáneos haciendo creer que eso es felicidad, que convierten en esclavos del dinero, “charlatanes” que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, que van desde la droga, pasando por las relaciones del “usa y tira” y llegando a la “vida completamente virtual” que despoja de sentido las relaciones humanas.  

 Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Oración, limosna y ayuno para “redescubrir” la caridad y escuchar la voz de Dios por encima de los muchos “falsos profetas” de nuestro tiempo, que hacen que “crezca la maldad” y detrás de los cuales está el demonio, que “presenta el mal como bien, y lo falso como verdadero”. Son “encantadores de serpientes” que ofrecen placeres momentáneos haciendo creer que eso es la felicidad, que vuelven esclavos del dinero, “charlatanes” que ofrecen soluciones simples e inmediatas a los sufrimientos, que van desde la droga, pasando por las relaciones del “usa y tira” y llegando a la “vida completamente virtual” que despoja de sentido las relaciones humanas.    

Cuidarse de los falsos profetas y reconocer “qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien” es la advertencia que proviene del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma del 2018, sobre el tema: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt 24,12), publicado hoy.  

El título del documento es una frase de Jesús. Ésta “se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio”.

 

Los falsos profetas

“Ellos son como ‘encantadores de serpientes’, o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. ¡Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad!”

 

“Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien”.

Tomando como punto de partida la imagen dantesca del diablo, cuya morada es “el hielo del amor extinguido”, Francisco nos exhorta a preguntarnos “cómo se enfría en nosotros la caridad”.

 

El dinero apaga la caridad

“Lo que apaga la caridad es, ante todo, la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas”.

La contaminación de la creación también es testigo de este enfriamiento de la caridad.

Y en las comunidades cristianas también hay “signos” de esta falta de amor: “éstos son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero”.

“Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descripto, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida”.

 “El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. ¡Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida!, que “viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás, un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia”.

 “El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”.

“Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica –concluye el Papa- , para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, ¡únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos!”. (FP)

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