21/12/2018, 14.04
VATICANO
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Papa: para la Iglesia, fue un año de alegría y aflicciones, en medio de abusos y nuevos mártires

En el encuentro con la Curia para los saludos de Navidad, Francisco recorrió el año que termina, “en medio de alegrías y aflicciones, en medio de éxitos y dificultades, externas e internas”. Frente a los abusos, “la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes”. La alegría por los nuevos beatos y también por muchos consagrados “que viven su vocación en lo cotidiano, con fidelidad, en silencio, con santidad y abnegación”. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La Iglesia ha tenido un año “de alegrías y aflicciones, de sucesos y dificultades, externas e internas”. “Hay hombres consagrados, que abusan de los débiles, valiéndose de su poder moral y de la persuasión. Cometen abominaciones y siguen ejerciendo su ministerio como si nada hubiera sucedido; no temen a Dios”; hay otros que “siembran cizaña”, migrantes que encuentran la muerte o puertas cerradas, niños que mueren por las guerras y la pobreza, cristianos asesinados por su fidelidad a Jesús. Son las “aflicciones” que la Iglesia halla en su camino, y que hoy fueron mencionadas por Papa Francisco en el largo discurso que pronunció frente a la Curia romana, recibida para la presentación de los saludos de Navidad.  

Pero también son muchas las “alegrías”: los buenos logros obtenidos en el Sínodo dedicado a los jóvenes”, “los pasos llevados cabo hasta ahora para realizar la reforma de la Curia”, “Los nuevos Beatos y Santos que son las ‘piedras preciosas’ que adornan el rostro de la Iglesia e irradian al mundo esperanza, fe y luz” y “también, el gran número de consagrados y consagradas, obispos y sacerdotes, que viven cotidianamente su vocación con fidelidad, en silencio, con santidad y abnegación”.

El encuentro con la Curia para los saludos navideños es, tradicionalmente, la ocasión en la cual el Papa traza un balance del año de la Iglesia a nivel “interno”, mientras que el encuentro con el cuerpo diplomático, a principios del nuevo año, es el momento para proyectar la mirada sobre el mundo.

De esta manera, este año, con la certeza de que “la Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz divina nazca y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita a renovar el compromiso evangélico de anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo”. “Sin embargo, la Navidad nos recuerda cada año que la salvación de Dios, dada gratuitamente a toda la humanidad, a la Iglesia y en particular a nosotros, personas consagradas, no actúa sin nuestra voluntad, sin nuestra cooperación, sin nuestra libertad, sin nuestro esfuerzo diario. La salvación es un don que hay que acoger, custodiar y hacer fructificar (cfr. Mt 25,14-30). Por lo tanto, para el cristiano en general, y en particular para nosotros, el ser ungidos, consagrados por el Señor no significa comportarnos como un grupo de personas privilegiadas que creen que tienen a Dios en el bolsillo, sino como personas que saben que son amadas por el Señor a pesar de ser pecadores e indignos. En efecto, los consagrados no son más que servidores en la viña del Señor que deben dar, a su debido tiempo, la cosecha y lo obtenido al Dueño de la viña (cfr. Mt 20,1-16)”.

Son muchas las aflicciones”. Francisco citó a los inmigrantes que “hallan la muerte, o sobreviven pero se encuentran con las puertas cerradas”. “¡Cuánto miedo y prejuicio!” Y “cuántas personas y cuántos niños mueren cada día por la falta de agua, alimentos y medicinas. Cuánta pobreza y miseria. Cuánta violencia contra los débiles y contra las mujeres. Cuántos escenarios de guerras, declaradas y no declaradas. Cuánta sangre inocente se derrama cada día. Cuánta inhumanidad y brutalidad nos rodean por todas partes. Cuántas personas son sistemáticamente torturadas todavía hoy en las comisarías de policía, en las cárceles y en los campos de refugiados en diferentes lugares del mundo”.

Y siguió diciendo: “Vivimos también, en realidad, una nueva era de mártires”. “Nuevos grupos extremistas se multiplican, tomando como punto de mira a iglesias, lugares de culto, ministros y simples fieles. Viejos y nuevos círculos y conciliábulos viven alimentándose del odio y la hostilidad hacia Cristo, la Iglesia y los creyentes”.

Pero en el discurso de Francisco se aludió sobre todo, al “contra-testimonio y a los escándalos de algunos hijos y ministros de la Iglesia”.

Como el David bíblico, “también hoy, muchos David, sin pestañear, entran en la red de corrupción, traicionan a Dios, sus mandamientos, su propia vocación, la Iglesia, el pueblo de Dios y la confianza de los pequeños y sus familiares. A menudo, detrás de su gran amabilidad, su labor impecable y su rostro angelical, ocultan descaradamente a un lobo atroz listo para devorar a las almas inocentes”.

“Está claro que, ante estas abominaciones, la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso. Es innegable que algunos responsables, en el pasado, por ligereza, por incredulidad, por falta de preparación, por inexperiencia o por superficialidad espiritual y humana han tratado muchos casos sin la debida seriedad y rapidez. Esto nunca debe volver a suceder. Esta es la elección y la decisión de toda la Iglesia”. A tal propósito, Francisco recordó que en febrero habrá un encuentro en el cual “la Iglesia se cuestionará, valiéndose también de expertos, sobre cómo proteger a los niños; cómo evitar tales desventuras, cómo tratar y reintegrar a las víctimas; cómo fortalecer la formación en los seminarios. Se buscará transformar los errores cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad. De hecho, si esta gravísima desgracia ha golpeado algunos ministros consagrados, la pregunta es: ¿Cuánto podría ser profunda en nuestra sociedad y en nuestras familias? Por eso, la Iglesia no se limitará a curarse a sí misma, sino que tratará de afrontar este mal que causa la muerte lenta de tantas personas, a nivel moral, psicológico y humano”.

 

“A los que abusan de los menores querría decirles: convertíos y entregaos a la justicia humana, y preparaos a la justicia divina”.

La última “aflicción” a la que se refirió es “la infidelidad de quienes traicionan su vocación, su juramento, su misión, su consagración a Dios y a la Iglesia; aquellos que se esconden detrás de las buenas intenciones para apuñalar a sus hermanos y sembrar la discordia, la división y el desconcierto; personas que siempre encuentran justificaciones, incluso lógicas y espirituales, para seguir recorriendo sin obstáculos el camino de la perdición”. Es una realidad que ya condenaba San Agustín en su tiempo: “en las cátedras episcopales hay trigo y hay cizaña; y en las comunidades de fieles hay trigo y hay cizaña» (Sermo 73, 4: PL 38, 472). Las palabras de San Agustín nos exhortan a recordar el proverbio: «El camino del infierno está lleno de buenas intenciones»; y nos ayudan a comprender que el Tentador, el Gran Acusador, es el que divide, siembra la discordia, insinúa la enemistad, persuade a los hijos y los lleva a dudar. En realidad, las treinta monedas de plata están casi siempre detrás de estos sembradores de cizaña”.

“Para hacer resplandecer la luz de Cristo, todos tenemos el deber de combatir cualquier corrupción espiritual, que «es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de auto-referencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). Así acabó sus días Salomón, mientras el gran pecador David supo remontar su miseria» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165)”.

Pero en el año que hemos pasado también ha habido “alegrías”. “Este año, han sido numerosas” dijo Francisco, recordando en particular a “los nuevos beatos y santos que son las “piedras preciosas” que adornan el rostro de la Iglesia e irradian esperanza, fe y luz al mundo”. Es necesario mencionar aquí los diecinueve mártires de Argelia: «Diecinueve vidas entregadas por Cristo, por su evangelio y por el pueblo argelino… modelos de santidad común, la santidad de la “puerta de al lado”» (Thomas Georgeon, Nel segno della fraternità: L’Osservatore Romano, 8 diciembre 2018, p. 6); el elevado número de fieles que reciben el bautismo cada año y renuevan la juventud de la Iglesia como una madre siempre fecunda, y los numerosos hijos que regresan a casa y abrazan de nuevo la fe y la vida cristiana; familias y padres que viven seriamente la fe y la transmiten diariamente a sus hijos a través de la alegría de su amor (cf. Exhort. ap. Amoris laetitia, 259-290); el testimonio de muchos jóvenes que valientemente eligen la vida consagrada y el sacerdocio”.

“Un verdadero motivo de alegría” es también el gran número de personas, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas,  “personas que trabajan pacientemente por amor a Cristo y a su Evangelio, en favor de los pobres, los oprimidos y los últimos, sin tratar de aparecer en las primeras páginas de los periódicos o de ocupar los primeros puestos. Personas que, abandonando todo y ofreciendo sus vidas, llevan la luz de la fe allí donde Cristo está abandonado, sediento, hambriento, encarcelado y desnudo (cf. Mt 25,31-46)”.

En Navidad, concluyó Francisco, “nuestro corazón necesita abrirse a la verdadera luz, Jesucristo: la luz que puede iluminar la vida y transformar nuestra oscuridad en luz; la luz del bien que vence al mal; la luz del amor que vence al odio; la luz de la vida que derrota a la muerte; la luz divina que transforma todo y a todos en luz; la luz de nuestro Dios: pobre y rico, misericordioso y justo, presente y oculto, pequeño y grande”.

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